Diario de León

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«El canto de los himnos es un tormento tártaro»

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León

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Ignacio Yarza Hinojosa había nacido en Barcelona en 1919 y pertenecía, por tanto, a la célebre ‘quinta del biberón’ (reclutamientos republicanos de 1938 y 1939), tal y como recuerda, hoy, su hijo Ignacio, quien animó a su padre, con el resto de la familia, a publicar en forma de libro el diario que había escrito a lo largo de toda la guerra. En ‘Diario de campaña de un soldado catalán’, Yarza cuenta, con admirable pulso narrativo y gran riqueza de detalles, una odisea al lado de la cual palidece cualquier libro de aventuras. Yarza Hinojosa, aunque barcelonés, era de familia carlista, oriunda de Guipúzcoa, y madre turolense. Por sus sentimientos religiosos, se sentía más próximo al bando sublevado, al que terminó pasándose junto a un puñado de compañeros tras unos durísimos combates en el Ebro que diezmaron, cual verdadera carnicería, a toda su compañía. Una vez en manos del ejército franquista es conducido a Caspe, Zaragoza y después a León, a Santa Ana, constituyendo su testimonio el más amplio conocido sobre este campo. Aquí les hacen aprenderse de memoria el ‘Cara al sol’, el ‘Oriamendi’ y el himno de la Legión, y como no lo entonaban al gusto de los mandos, los tenían horas y horas bajo el sol, cantando, hasta que los prisioneros, uno tras otro, como relata, «se van desplomando, desfallecidos». «El canto de los himnos —escribe— es un tormento tártaro». Les rapan la cabeza, les obligan a hacer la colada desnudos sobre unas grandes calderas... «La autoridad eclesiástica debería impedir que se pusieran nombres de santos a lugares como este, donde toda ruindad y villanía tienen cabida», dice. Gracias a un tío suyo, comandante carlista, lo sacan de allí. Igualmente escalofriante es el relato de su entrada en San Marcos para ir al encuentro de su tío. Mientras sube una escalera, «se oye una voz chillona e irritada. ‘¡Aquí dice que te measte en el Copón!’ Se cierra la puerta y no puedo oír la respuesta, si es que la ha habido (...). Se oyen unos golpes acompasados, seguidos de unos alaridos que van decreciendo hasta convertirse en apagados gemidos». Le dan la oportunidad de volver al frente y, aunque prefiere los requetés, entra en el ejército. Carpintero de profesión, Yarza falleció a los 79 años.

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