los serenos
ellos se resisten a decir adiós
Ciudades como Murcia y Gijón recuperan esta profesión de «otro tiempo» con nuevas funciones para velar por el bienestar de barrios y vecinos
Los serenos desaparecieron y el sonido de su chuzo y su silbato quedó enterrado en la memoria colectiva, aunque ciudades como Murcia y Gijón los han recuperado en los últimos años. Otras, como Vitoria, intentaron rescatarlos del olvido hasta advertir que, inevitablemente, es una profesión de «otro tiempo».
Los serenos del siglo XXI siguen llamándose así en honor a los antiguos, pero el trabajo que desempeñan poco tiene que ver con el de aquellos, auténticos dueños de las calles por las noches. Entonces se ganaban la plena confianza de los vecinos, les abrían sus casas, les despertaban e, incluso, les buscaban un medicamento cuando enfermaban en mitad de la noche.
Poco tienen en común con ellos los «serenos» que, desde el 2007, pasean por los barrios de Murcia y velan por el bienestar de sus vecinos, en colaboración con los servicios de protección y emergencias. Inicialmente fueron creadas 20 plazas para personas desempleadas, pero el servicio se ha ampliado a 52 para llegar a más barrios y atender así a vecinos y comerciantes, además de colaborar con la policía y con la empresa de alumbrado, explican fuentes del Ayuntamiento de la ciudad.
Gijón cuenta desde el 2002 con un servicio similar que nació de la iniciativa privada. El ayuntamiento concede una subvención para mantener una vigilancia nocturna financiada en parte por vecinos y comerciantes.
La misma experiencia fracasó en Vitoria, donde se recuperó la figura del sereno en el 2005 y se extinguió de nuevo en el 2007. Los comerciantes tenían que pagar una cuota por el servicio y no respondieron como se esperaba, explican desde su consistorio.
Lo mismo sucedió en otras ciudades, como Barakaldo, donde, según portavoces municipales, se implantó en el 2007 un programa piloto para insertar a 21 desempleados. «Fue algo experimental y se decidió prescindir del servicio como medida de ahorro, porque tampoco tenían mucho trabajo», explican desde el Ayuntamiento, que sí mantiene vigilantes urbanos por el día.
La mayoría de las experiencias ha fracasado, algo que César Pérez, sereno retirado y que trabajó en el Madrid de los 60, ve «normal» porque ya entonces, recuerda, «el trabajo había cambiado mucho y tenía menos sentido que años atrás». César Pérez, que con 70 años continúa trabajando en su bar madrileño, explica que patrulló las calles de la capital durante ocho años, primero en la zona de Tirso de Molina y después cinco años seguidos en el Paseo del Prado. «No teníamos sueldo ni seguridad social, nada más que las propinas que nos daban los vecinos cuando les abríamos los portales. También los comercios nos daban algo al final de mes», recuerda.
Personajes de nostalgia
En el Madrid de los sesenta trabajaban entre novecientos y mil serenos, y muchos de ellos eran, como él, del municipio asturiano de Cangas de Narcea. «Vino uno del pueblo y se los fue trayendo a todos, como me pasó a mí, que entré porque tenía a dos hermanos y un cuñado trabajando de serenos. Cuando me licencié del servicio militar me hicieron suplente», explica. En esos años «ya no se cantaban las horas ni el tiempo», comenta. «Yo llevaba por lo menos cien llaves de casas, y claro que los vecinos me conocían, y me tenían mucho aprecio», recuerda.
La de sereno es una de esas profesiones de las que casi todos los mayores hablan con cierta nostalgia. En Castellón, por ejemplo, les levantaron una escultura. En Madrid la profesión desapareció inicialmente a finales de los 60, pero unos años más tarde el ayuntamiento trató de recuperarla. «Cuando llevaban un tiempo trabajando, reivindicaron ser funcionarios y estar en la plantilla municipal. El ayuntamiento se negó, y esa fue la segunda y definitiva muerte de los serenos», recuerda Ángel del Río, cronista de la Villa. «Todo había cambiado mucho y nadie les echó de menos», dice del Río. Recuerda con nostalgia a Tomás, el sereno del barrio en que creció —Vallecas—, una de las zonas que primero perdió a sus vigilantes nocturnos, porque «ya no podían vivir de las propinas». Se extinguieron antes que los de las zonas señoriales.
Cuarenta años después sigue habiendo idealistas que se inspiran en la antigua figura del sereno para crear puestos de trabajo para personas en riesgo de exclusión, como la empresa Asata, que presta en Gijón esos servicios, financiados al 65% por los comerciantes —se han apuntado cerca de mil— y el resto por el ayuntamiento. «Planteamos el modelo de financiación público-privada y queremos extenderlo a otras ciudades, porque podemos ser especialmente útiles a los comerciantes», explican desde la empresa. Así que los serenos se han ido, pero no del todo.