Pablo Escobar
La útil obra del narco
La cárcel colombiana de ‘La Catedral’, edificada a la medida del cruel narcotraficante, acogerá a ancianos sin recursos
La vena creyente del narcotraficante colombiano Pablo Escobar estaría satisfecha con el nuevo uso de La Catedral , su cárcel de «máxima comodidad» enclavada en su natal Envigado, como asilo de ancianos sin recursos. Por el contrario, su faceta de asesino, torturador y jefe mafioso se revolvería en su tumba al ver convertida su «jaula de oro» —escenario de orgías y ejecuciones— en un centro de oración y recogimiento de monjes benedictinos.
Tras veinte años de abandono, después de que El Capo de la droga traspasase sus muros, cinco religiosos —casi ermitaños— desbrozaron la maleza y espantaron las culebras de esta finca de 30.000 metros cuadrados para levantar su misión. Un espacio turístico-religioso con una capilla, una residencia y una biblioteca para niños con escasos recursos económico. Ahora solo queda coronarla con una escultura del artista chileno Francisco Gazitúa en homenaje a las víctimas de los narcos.
El 19 de junio de 1991, Escobar ingresó en esta prisión. Un recinto construido a su medida con un presupuesto de 12 millones de euros, de los que él mismo aportó siete. Se encontraba en la cumbre de su carrera delictiva, que había comenzado con pequeños hurtos en los años sesenta. El narcotráfico le convirtió en 1989 en el séptimo hombre más rico del mundo, según la revista Forbes . Al líder indiscutible y miembro fundador del cartel de Medellín le estaban persiguiendo el FBI, la DEA y los Pepes (el grupo paramilitar Perseguidos por Pablo Escobar). Le pisaban los talones y decidió entregarse a cambio de que el Gobierno de Colombia revocara un tratado de extradición con Estados Unidos. Junto a 16 de sus lugartenientes, el zar de la cocaína se disponía a disfrutar de un encierro dorado en Envigado, localidad cercana a Medellín.
Pablo Escobar vivía a cuerpo de rey. Recibía la visita de amigos y familiares, controlaba a sus sicarios y hasta ordenaba asesinatos. También jugaba al fútbol y, según cuentan, en una ocasión utilizaron el cráneo de un enemigo como pelota. Las habitaciones de La Catedral eran amplias y cómodas, con cuadros bonitos y muebles importados. Había salas de billar, bar, gimnasio y una cascada natural para refrescarse. Los guardianes que debían custodiar a Escobar eran simples sirvientes en las fiestas y orgías sexuales que se celebraban para agasajar a los secuaces del patrón de los narcos.
El chivatazo y el fin
Cuando salieron a la luz estos privilegios, el entonces presidente César Gaviria se vio obligado a trasladar a Escobar a una prisión convencional. El chivatazo llegó casi a la vez que la orden. El 22 de julio de 1992, Escobar se escapó en las narices de la policía. Permaneció huido año y medio. Siete llamadas de su hijo permitieron rastrear su teléfono y un tiro en la pierna, otro en el hombro y uno fatídico en la oreja derecha acabaron con su vida.
Desde la fuga de Pablo Escobar, la instalación quedó vacía hasta que los monjes se hicieron cargo de las ruinas. Los vecinos de Envigado saquearon el recinto, persuadidos de que sus muros escondían un tesoro, y los devotos del mayor narco colombiano peregrinaban hasta allí para acampar en su jardín. Del pasado apenas queda un túnel que comunica su dormitorio con la casa donde recibía la visita de su hija, que ahora cuenta con numerosos grafitis en sus paredes.
En el centro de lo que fue la cama redonda y giratoria, en la que pasaba sus horas de lujuria, ahora reposa un Ángel del Silencio. Allí donde decapitaron a uno de sus enemigos se encuentra la Casa para el Adulto Mayor. La caja fuerte en la que guardaba su dinero es la ermita y el oratorio privado de un monje. Y el espacio donde estaba una imagen de El Capo hoy está el Cristo Moreno. Veinte años después, la curiosidad por conocer La Catedral va en aumento y las autoridades locales esperan que se convierta en el equivalente a la prisión-museo de Alcatraz.