vicente blázquez, ‘el titi’
Magazines Callejeros, S.A.
Echó al mismísimo almodóvar de la discoteca madrileña la vía láctea «por morrearse con uno». Batería que fue de varios grupos en la ‘movida’, hoy vende por El Húmedo sus inclasificables pasquines, humorísticos y artesanales
Sólo hay que rascar un poco para comprobar cómo debajo de las muchas siluetas descamisadas que pasan diariamente ante nuestros ojos, caminando en círculos las aceras de la noche y del día, estampas de barra y oscuro callejón empapado en vino, se agazapan historias que una vez fueron memorables y que luego se amustiaron al olvidarse, al caer sepultadas bajo gruesas capas de tiempo y mugre. A Vicente Blázquez Doménech, alias ‘el Titi’, todo el mundo lo ve en el Barrio Húmedo siempre de aquí para allá con su trasiego incesante, manojos de papeles en mano, pero pocos conocen la aventura que acarrea a sus espaldas aunque él está siempre dispuesto a contarla: eso sí, según la hora del día que sea le da por cambiar los sucesos, los protagonistas y hasta los estados civiles.
Así pues, ésta es tan sólo una de las posibles versiones: tuvo ‘el Titi’ nacencia madrileña, año de 1947, su padre era pintor muralista (reproducía, a tamaños gigantes, imágenes de Marilyn, Bogart y demás estrellas para carteles y marquesinas), y con doce años Vicente, al que ya le iba la marcha, se dedicaba a aporrerar los botes de pintura paternos. Marchó después toda la familia a Baracaldo y allí pasó por algunos colegios: de Los Paúles, por ejemplo, le echaron porque mordió la mano a un cura, aunque él dice que era muy buen estudiante («tanto, que el maestro siempre me mandaba salir de clase para que le fuera a por gusanas para pescar»).
Visto lo visto, su madre lo puso a trabajar de pinche de fotógrafo. «Una vez, el jefe me mandó retratar a un muerto y la foto salió movida porque yo estaba nervioso». ‘El Titi’ se defendió: «¡Yo qué sé, se habrá movido el paisano!». Dada su afición por la percusión, la mili la pasó de tambor en Vitoria. Y durante el primer permiso que tuvo volvió a casa hecho un cristo y con unos galones que ni él mismo sabía de dónde había sacado («cuando me vieron en casa dijo mi hermano: ‘¡Mamá, que viene el Titi de cabo primero!’, y respondió mi madre: ‘Pues cuando se licencie, ¡comandante!’»). Probó suerte después en un Madrid efervescente y lleno tanto de tentaciones como de posibilidades: cogía las entradas en la famosa discoteca La Vía Láctea y una noche el jefe le dijo que sacara «a dos tíos que se estaban morreando». Eran Pedro Almodóvar y el cantante de Derribos Arias, asegura. «¡A la puta calle!», les espetó. Como batería anduvo tocando con el bajista de Coz, pero también con Carlos Uranga, de Mocedades, «y con los Sonor antes de ser los Pekenikes» (eso sí, también trabajó vendiendo saneamientos en la empresa de su hermano). Ahí donde le veis fue relaciones públicas en el Zimbabwe de Azca, 5.000 leandras diarias y carta blanca para la cena: «Hacían medio millón de caja los lunes», recuerda. Era la época dorada de la ‘movida’, unos años en los que era posible que ‘el Titi’ le quitara la novia a un miembro de Tequila, como jura y perjura. Laboró en Radio Centro, en Huertas, con el mítico locutor ‘Mariskal’ Romero. «Estaba en el departamento de Publicidad y un día pasamos mucha risa porque hacíamos un programa para la cárcel y yo les metí una cuña de unas puertas blindadas muy buenas...». También fue guionista y actor de un corto, La gran tasca , en Lavapiés (de hecho, ahora tiene un nuevo y surrealista guión «sobre el fin del mundo»). También hizo de mimo-policía inglés en Torremolinos, donde sacaba por los bares «30.000 pesetas en dos horas» y donde conoció a una finlandesa a la que adora... A León llegó de rebote, como marchante aliado con un gran artista, Campos Martín. «Yo me ponía en la calle, hacía como que pintaba y así le vendí un montón de cuadros; me quedaba con el 30%». Le gustó la ciudad y se quedó. Humorista, poeta y artista («lo que mejor se me da es el estilo geométrico»), lleva más de doce años vendiendo por el Húmedo su Humor inglés y su Humor negro , diccionarios repletos de entradas como «Pediatras: pero me dieron la primera fila» o «Sorpresa: monja en el talego»; o dos gitanos hablando: «¿Hacemos el Camino de Santiago? ¡Eso, que lo haga el Mopu!».
Si es que te tienes que reír...