«El enigma de Romney»
Los demócratas creen todavía que su gran baza frente a la candidatura Romney es el propio Mitt Romney. Su equipo de campaña parece persuadido de que la decisión del candidato republicano de designar al diputado Paul Ryan como su vicepresidente potencial fue una buena decisión que ha dado coherencia al mensaje y perfilado la gestión económica. La reacción social medida en encuestas, lo probó: apenas se advirtió rechazo y mejoró en un par de puntos la percepción sobre la opción republicana.
Lo de Ryan hubiera sido impensable hace unos 25 años, porque es un católico y Romney un mormón, lo que significa que no hay un protestante en la candidatura republicana sin que tal cosa parezca un gran inconveniente hoy por hoy. Está asumido, por lo demás, que hay un no insignificante 5% o 6% de individuos que reconocen que nunca votarán por un presidente mormón. Ni que decir tiene que en el país de las religiones por excelencia, EE.UU., eso sucedería también con otras confesiones (solo hay un diputado musulmán, Keith Ellison, por Minnesota) y que todo esto debe ser relativizado.
Ryan tiene la ventaja de un discurso coherente (ultraliberal en economía y muy conservador socialmente) y un trabajo sostenido desde hace años en favor del rigor fiscal, el fin del derroche, y de «menos gobierno» y más privatizaciones. Le ha hecho a su jefe el trabajo de aclarar qué intentará hacer con la economía y el presupuesto una administración republicana mientras Romney lucha por salir de esa especie de indefinición ideológica que es hija de su condición de centrista que se supone. John Mc Cain tuvo un problema idéntico y lo resolvió sin éxito escogiendo en 2008 a Sarah Palin. McCain, un senador muy veterano, tenía un perfil claro, sus opiniones y su vida eran conocidas no como la de Romney, quien solo fue un cuatrienio gobernador de Massachussets y es un hombre de negocios, fue obispo mormón y, en definitiva, da un perfil un poco oblicuo. Hay, si vale decirlo así, un cierto enigma Romney. Su esperado discurso del jueves en Tampa fue bueno, según analistas y observadores independientes y fue, sobre todo, un ensayo de disipar el enigma.