La voz de la experiencia
Durante seis meses al año, 30 militares de león viven a más de 7.000 kilómetros de su familia para cumplir con su misión en Afganistán al frente de un UAV
Y detrás de la máquina, el equipo humano. Un grupo de alrededor de 30 militares del Raca 63 —perteneciente al Mando de Artillería de Campaña (Maca) situado en la base Conde de Gazola de Ferral del Bernesga— parten a Afganistán cada año durante seis meses tras una ardua preparación y entrenamiento previo de otro medio año. Largo, pero imprescindible. Y es que, gracias a esto, el enorme cambio de vida y el choque emocional y cultural es menos bruto . «Tal y como nos preparan —además del ámbito físico, conocen las experiencias de otros compañeros que ya han realizado dicha misión— yo, personalmente, lo llevé bien y a mí se me pasó relativamente rápido. La base militar en la que vivimos en Herat o Qala i Naw es como una ciudad en miniatura en la que hay de todo: biblioteca, gimnasio, una sala improvisada de cine... Te relacionas con gente de muchos países y es una experiencia muy positiva. La recomiendo a todos mis compañeros», sentencia la leonesa cabo primero Hidalgo, que cumplió misión en el país asiático en el 2009. Su testimonio es uno más de entre los cientos de militares que han partido a territorio afgano para cumplir la misión de vigilancia con el sistema de aviones no tripulados. Junto a ella, el teniente Vega (natural de León) o el sargento primero Del Rió (natural de Astorga) —misión en el 2008 y 2011, respectivamente— forman también parte de los militares que han sido enviados a Afganistán. Pero, ¿cómo es el día a día frente a un ordenador y a más de 7.000 kilómetros de la familia?
«En realidad, una vez instalado allí, la vida es parecida a la de la base de Ferral solo que sin tus seres queridos y amigos cerca, pues durante la misión no convivimos con gente afgana sino con militares, como aquí», relata el sargento primero Del Río. «Somos un poco privilegiados», comenta el teniente Vega que, asegura, el operar siempre dentro de la base les mantiene más seguros ante posibles amenazas, no como ocurre con los compañeros de otro tipo de misiones. Y es que, desde el 2008 que llevan operando en el país jamás han tenido ninguna baja.
Para el teniente, la pobreza y las condiciones que ven a través de las cámara de los UAV es lo que más le ha impresionado. «Antes de partir lo ves en fotos o vídeos, pero la realidad lo supera todo», confiesa. «Además, el calor es a veces inaguantable y puede llegar a superar los 40 o 50 grados centígrados», comenta el teniente. De ahí que la normativa sea muy estricta respecto a los descansos y relevos diarios. «Aunque estamos 24 horas disponibles durante los seis meses, los turnos de trabajo dentro de la cabina de la estación de control no superan normalmente las dos horas. La vigilancia es muy monótona y uno se somete a mucho estrés, hay que mantener una atención constante y un tiempo excesivo de exposición puede deteriorar la misión de observación», explica el sargento primero Del Río. Es cierto que «nuestra integridad física no corre peligro, pues volamos un avión a 200 kilómetros de distancia, sin embargo la tensión de poder sufrir un incidente si perdemos el control del UAV crea mucho estrés», comentan.
Y ¿lo peor? Todos coinciden, la pérdida de un compañero. El aeropuerto está en Herat, por lo que, independientemente de dónde se produzca la baja, el féretro llega allí y tienen que acompañarle. «Es el momento más duro», confiesan.
En lo referente a las mujeres, la presencia femenina en el Ejército es ya algo cotidiano y la cabo primero Hidalgo asegura que no existe diferencia alguna con el resto de compañeros. «La única distinción es que dormimos en contenedores —bloques prefabricados y habilitados en la base afgana a modo de habitaciones— separados de los hombres. Por lo demás, cada puesto, sea el que sea, lo realiza quien esté mejor preparado, sea hombre o mujer», aclara la cabo primero.
Estos son sólo tres de los testimonios de una larga lista de protagonistas anónimos que cumplen su misión en países en conflicto. Pero, en petit comité , se quedan con los pequeños detalles y, sobre todo, con el poder hablar con sus familias, a más de 7.000 kilómetros. «Disponemos de todos los medios: Internet, cabina telefónica o correo», explican. Aún así, el hospital militar de la base —que a través de un acuerdo con Herat atiende casos graves de afganos— posee psicólogos y todo tipo de personal que pudiese ser necesario. «Al final, uno se regocija en cosas tan simples como tomarse un chocolate con churros un domingo en Afganistán».