Diario de León

GENUARIO fernández riesco

enciclopedia babiana

localizó una oveja propia entre las mil de otro rebaño y vio cómo encontraban un niño dentro de una maleta. cosas de la dura trashumancia de antaño

JESÚS F. SALVADORES

JESÚS F. SALVADORES

Publicado por
emilio gancedo
León

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Si hoy nos contaran de un guaje que con apenas 16 años es arrancado de su aldea natal y obligado a cosas como cubrir enormes distancias para alcanzar una tierra de pastos apartada de todo núcleo de población, tener que cuidar ovejas con un celo tal que incluía dormir con ellas y emprender extenuantes marchas a pie en busca del pan y el agua, sin duda llamaríamos a sus responsables esclavistas y explotadores, y pondríamos el caso en manos de la justicia. Pero éstas eran cosas de lo más normales cuando Genuario era pequeño, allá por las décadas de los treinta y los cuarenta. Nacido en 1926 en Meroy, en la Babia de Suso, acudió hasta los 14 años a una escuela repleta de rapaces y a la vez ayudaba en casa a prácticamente todo: a ir con el ganado, a barrer los corrales... y como la madre murió pronto, también a hacer lo de casa y amasare el pan. Pero lo que más le gustaba era la libertad de las ovejas y el monte: ser pastor, lo máximo para él.

A los 16 años emprendió su primera odisea trashumante junto a un ganadero, rumbo a las dehesas cacereñas de Ponce y Pedrovecino. « Díbamos a Astorga y luego a Valcabáu , allí cogíamos un tren a Extremadura que tardaba dos o tres días, y después, venga a andar hasta los pastos». La vida aquella se resumía en atender a los animales, asistirlos en la paridera —se volvió un experto Genuario en estas lides—, dormir en el chozo (y en el chozuelo , uno más pequeño junto a las propias ovejas y cabras) y para comer, migas, sopas de pan y cocido los días señalados. Eran siete los meses que se pasaban venteados por todas las intemperies, tan sólo yendo a las villas más próximas a comprar un pan que les duraba una semana —aunque a Brozas, a alguna que otra fiesta, también— y en el branu volvían a la montaña. La lluvia, el frío y las solanas los azotaban, el lobo los acosaba —menos mal que había buenos mastines— e incluso la población local los miraba de reojo («los serranos, nos llamaban», recuerda). Tenía el mejor ojo de todos los zagales y rabadanes de la cabaña. Una vez una oveja de las suyas se metió entre las mil de otro rebaño y él la localizó y la sacó de allí. El amo incluso le acusó de ladrón hasta que tuvo que admitir que, en efecto, no era suya. Otro caso sucedió cuando andaba con otros por un camino y vio una maleta. Decidieron no cogerla, pero el caminero, que iba detrás de ellos, la abrió: dentro encontró con un niño recién nacido, 10.000 pesetas, fortunón para la época, e indicaciones sobre dónde conseguir más dinero. Una cabra que tenía el peón amamantó al pequeñín.

De los 19 en adelante trabajó tres años en la mina La Mora («podías elegir entre la mina o la mili»), venga a cargar y descargar camiones a pala («echabas la primera y pensabas: ¿cuándo será la última»), luego casó con Alicia Prieto y compraron casa. Cuidar del ganado («al día siguiente de casarnos, ¡a cebar las vacas!», apunta ella), coger centeno y lentejas, el samartino, la yerba... ese fue su día a día. Oye, y con la que está cayendo, ¿no tendremos que volver a todo eso, Genuario? «Pues, mira, no te diría dos veces que no, rapaz».

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