oporto
Una ciudad de colores
Esta ciudad portuguesa se disfruta a pie pese a las pendientes. Parte de su encanto está en las estrechas calles por donde circulan el olor a mar
Para conocer Oporto bastan dos o tres días, pero para asimilar todo lo que se ha visto, tal vez sea necesaria una vida, porque esta ciudad al norte de Portugal tiene el don de dejar al turista con bellos cuadros mentales que obligan a pensar constantemente en ella.
Si algo se advierte al llegar al corazón de Oporto son los colores que, con el paso del sol, se intensifican u ocultan creando verdaderas postales para el viajero.
Oporto es una ciudad que se disfruta a pie a pesar de las pendientes. Parte de su encanto está en las estrechas calles por donde circulan el olor a mar con los aromas del bacalao cocinado en las casas y restaurantes.
Aunque sus pies queden fascinados andando por los caminos de empedrado portugués, que contrastan el blanco y negro de las rocas, no olvide mirar hacia arriba, para no perderse las fachadas multicolores por donde se asoman pequeños balcones. Observando, así, de abajo hacia arriba, hacia adelante y a los lados, descubrirá muchos de los detalles que ofrece esta ciudad.
Para los viajeros, la vida de Oporto se concentra en el casco antiguo y a las orillas del río Duero, zona compartida con Vila Nova de Gaia, municipio que guarda las famosas cavas del vino de Oporto.
Para llegar al centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el transporte más socorrido es el metro. Hay que bajar en la estación de São Bento. Al salir, la bienvenida será una calle por donde circula el tranvía y, al fondo, la iglesia de San Antonio de los Congregados y su fachada de azulejos en blanco, azul y amarillo.
Si llega por tren a la estación de São Bento, ya estará en un espacio digno de contemplar. Fue construida a principios del siglo XX en el viejo edificio de un convento, se caracteriza por el techo de hierro y vidrio y sus muros, con 20.000 azulejos pintados a mano, que narran la evolución de los transportes y algunas escenas de la historia de Portugal.
Las cafeterías
Así como los bares son a España, los pubs a Irlanda o las cantinas a México, las cafeterías son a Portugal. Al medio día o media tarde, el viajero no podrá resistir la tentación de sentarse en una para tomar un café.
Como si se tratase de boutiques, los anaqueles de las cafeterías obligan a probar alguna de las delicias de la repostería portuguesa: ‘brigadeiros’ (bolitas de chocolate), pasteles de nata, ‘queijadas’ (tartitas de queso y canela), ‘travesseiros’ (de pasta hojaldrada y almendra) u ‘ovos moles’ (dulces de yema de huevo), hay para elegir.
En las cafeterías también suelen vender vino por copa, cerveza y, para acompañar, unos ‘salgados’ (bocadillos salados) de bacalao, pollo, carne y queso o una ‘francesinha’ (sándwich rellenos de carne, chorizo, salchicha y lomo cubierto de salsa de tomate y queso gratinado).
Al finalizar, puede dirigirse a una de las bancas frente al río. Si le apetece un vino, los meseros le llevan la botella con las copas directo ahí, para que siga recreando la vista con el azul del agua que corre lentamente y las blancas gaviotas que gruñen en lo alto de los tejados colorados de las casas aledañas.
Cuando el sol se oculta, la luna aparece entre los fierros cruzados que dan forma a los puentes que conectan a Oporto con Vila Nova de Gaia.
El peatón puede disfrutar de una caminata a lo largo del puente Don Luis, por el cual circula el metro en lo alto, que ofrece una vista espectacular de las aguas, que se tornan negras de noche y reflejan las luces de sendas ciudades.
Es hora de alejarse del puerto y volver al centro, a la Plaza de la Libertad, donde está la estatua ecuestre del rey Pedro IV y, a continuación, caminar por la Avenida de los Aliados, delimitada con edificios modernistas de principios del siglo XX.
Para finalizar el día, puede tomar el metro nuevamente y bajar en la estación Casa da Música que, como su nombre indica, deja al viajero justo frente a uno de los edificios más famosos de Oporto: La casa de la música.