benedicto fernández sandoval
El papa de Matadeón
Mantiene curiosas doctrinas sexuales, fue experto castrador de gochas y no le importa disfrazarse de su tocayo del Vaticano cuando la ocasión lo requiere
Un cuarto de hora antes, la gente de Matadeón de los Oteros llamó a la puerta de su vecino Benedicto y le pidió que, si no le importaba, se disfrazara de su tocayo el Sumo Pontífice para animar las fiestas y semana cultural del pueblo, en la que además iba a impartir la conferencia de muy atractivo nombre Cómo nace y cursa el amor y el sexo . Otro se hubiera mostrado remiso, pero Vítor no, de ninguna manera. Serio, con eclesiástica dignidad, saludó desde un fiat reconvertido en papa-móvil, besó el suelo oterense al desembarcar y repartió múltiples bendiciones.
Y dice: «Si yo hubiera tenido una semana para prepararlo, aquello habría sido mundial».
Así es Benedicto. Un tipo afable y singular que nació en esta localidad famosa por sus legumbres en 1924, dentro de una familia labradora en la que eran nada menos que once hermanos. Recuerda aquellos años «como algo misterioso e inexplicable si lo relaciono con el momento presente, por la enorme transformación que la vida ha experimentado en todos sus aspectos... es algo que el cerebro apenas puede asimilar». A los siete años lo mandaron interno a los Maristas de León (entonces estaban en la calle Dámaso Merino), ciudad en la que acabaría estudiando Veterinaria. «En realidad mi padre quería que yo hubiera sido médico, pero cuando iba a coger el tren para Valladolid me encontré con mi compañero Erundino y me dijo: ‘¡Pero qué vas a hacer, hombre, quédate en León y haz Veterinaria, que aquí están todos nuestros amigos!’». A Vítor le gustaban los animales —las vacaciones no eran tales, había que ayudar en casa y de aquella el campo precisaba de muchas manos, eran días de trabajo intenso «pero más armonía, más hermandad que hoy»— y aunque al principio le entró cierta «congoja» por defraudar los deseos de su padre, muy pronto vio que la elegida era «una ciencia inmensa».
Se detiene nuestro paisano en este punto y hace un inciso para denunciar «la terrible represión» que en materia sexual sometían en aquel tiempo a los críos «los profesores, los padres y los curas y toda la doctrina católica» («‘¡no te toques que es pecao !’, esto se oía mucho»). Una sensación «que no te dejaba vivir —narra con energía—, con 14 ó 15 años tenías las hormonas trabajando a tope y la sociedad te empujaba a reprimir esos deseos o inutilizarlos: había quienes salían de esa desazón y otros que no, y esos a veces la arrastraban durante toda la vida». Una manera de encontrar solución a tal zozobra se encontraba «en las callejuelas de detrás de la Catedral», allí algunos «supieron lo que era una mujer» y «quedaron por fin tranquilos para poder estudiar y hacer vida normal», asegura guiñando el ojo. Y es que Vítor ha estudiado mucho el tema —la charla que dio este año en Matadeón estuvo muy concurrida— y ha llegado a la conclusión de que si un niño nace ya con predisposición a cierta neurosis, los padres lo maltratan y la sociedad lo reprime en materia sexual, «el 90% de ellos puede llegar a ser asesinos, y algunos, asesinos en serie», advierte.
Una vez licenciado ejerció su labor en Alcublas (Valencia), Alcolea de Cinca, Biescas, Castejón de Monegros —donde tuvo una novia— y Alcalá del Obispo (Huesca), San Lorenzo de Calatrava (Ciudad Real, donde se casó), Peal de Becerro (Jaén), Vélez-Málaga e Higuera la Real (Badajoz), donde se jubiló siendo sanitario del matadero más grande de Extremadura. Varias técnicas le hicieron célebre: la neurología plantar en los équidos (para curar cojeras) y la castración de toda clase de animales, en especial gochas, con «incisión sin sutura, algo único en España», especifica.
Gran lector (calcula que lee 700 periódicos al año), y adorador del sábado, cuando junta la noche con el día, viaja a menudo a León, Valladolid, Madrid y Barcelona para alternar, pasear y conocer. ¡Este sí que es otro tipo de Santidad!