CANTO RODADO
Un cuento postizo
la idea de que los servicios públicos son caros y el funcionariado inútil se propagó como las llamas por el monte. hace falta que llueva; sin inundar
No es un cuento. No un cuento de Pereira, ¡qué más quisiéramos!, aunque en la guerra sucia contra los servicios públicos alguna vez sucumbimos al síndrome de Estocolmo como si se tratara de uno de Todos de los cuentos del mago del cuento. Secuestraron nuestro pensamiento y nos creímos el cuento de que los servicios públicos son caros; e inútiles los empleados y las empleadas de las administraciones públicas.
Mientras metían el dinero en la banca arruinada por la burbuja inmobiliaria nos dijeron que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, bajaron el salario y los derechos de funcionarios y funcionarias; aumentaron su jornada laboral y despidieron a quienes no tenían plaza fija. Los que tomaban estas decisiones cobraban sueldos suculentos y sus amigos doble sueldo por el mismo trabajo.
Haciendo cola
No es un cuento. Empezamos a despertar del síndrome de Estocolmo cuando, después de que gastaran nuestro dinero en edificios faraónicos y labertínticos como el Hospital de León, cerraron plantas bajo el pretexto de que no hay demanda, mientras la gente enferma hacía cola para operarse. En los institutos y escuelas no sustituían al profesorado de baja por enfermedad.
Cerraron las aulas de Educación Secundaria Obligatoria en los pueblos y aumentaron la ratio del alumnado por aula en todos los niveles. A quienes tenían necesidades educativas especiales les dieron con la puerta en las narices y enviaron a Alemania a las generaciones más jóvenes.
No es un cuento. Subieron las tasas universitarias hasta situarse a la cabeza de Europa. En algo tenían que ir a la cabeza, además de en la tasa de paro. Ralentizaronn y raquitizaron la atención a las personas dependientes. Retiraron ayudas y subvenciones. Becas escolares y transporte público. Lincharon a funcionarios y funcionarias después de desprestigiar los servicios públicos y de privatizar los que eran rentables, como la luz y el agua, y los declararon culpables en un juicio sumarísimo.
Con rostro y manos
No era un cuento. Esa gente a la que caricaturizaron con brazos caídos y ánimo indolente tiene rostro y manos. Son el maestro de tu hijo; la médica que ve crecer a tu hija cada vez que le sube la fiebre y aquella otra que operó a tu padre varias veces; el enfermero que pone el tratamiento de quimioterapia a tu amiga que tan bien evoluciona del cáncer; la veterinaria que sanea el ganado que da leche para la cooperativa; el administrativo que inscribió a tu perro en el censo oficial; la bibliotecaria que custodia y ordena los libros que tanto te hacen reír, viajar y soñar; el barrendero que limpia las calles por las que pisas cada mañana y la conductora del autobús que toma tu sobrina para ir a la Escuela de Idiomas y a las clases de danza. Funcionarios y funcionarias son, al fin y al cabo, quienes gestionan los recibos del IBI, el IVA, el IRPF, el impuesto del coche y hasta las multas que alivian periódicamente las arcas públicas con tu dinero.
Más agua
La idea de que nuestros servicios públicos están por encima de nuestras posibilidades, propagada como las llamas por los bosques este verano, es un cuento postizo. Araceli, la vecina de Villanófar de 90 años que reclama transporte público para los pueblos, no se cree ese cuento. Tampoco se lo cree la mujer que nos emocionó en Quintanilla de Losada alzando la voz por la ESO para La Cabrera. Diréis que son utopía. Y nadie querrá ir a Truchas y menos aún a La Baña, excepto la farmacéutica que hace guardias 24 horas al día 365 días al año por imperativo legal. Pero, ¡ojo!, ya anduvimos buscando la casa de la maestra. Y la del maestro. Hace falta más agua. Pero que no nos anegue.