Diario de León

MEDIO AMBIENTE

El Ártico, el nuevo dorado

gas y petróleo se esconden en esta gran masa de hielo. Por eso, los países que le rodean negocian sus límites fronterizos para realizar prospecciones en busca de reservas

El deshielo en el Océano Ártico es cada vez más palpable.

El deshielo en el Océano Ártico es cada vez más palpable.

Publicado por
Isabel Martínez Pita
León

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Recientemente se ha confirmado lo que se venía viendo venir desde hace años: se está produciendo un deshielo en el Océano Ártico. El pasado julio, científicos estadounidenses observaron que la superficie de Groenlandia afectada por el deshielo superficial pasó, de un 40 por ciento, cifra habitual, a más de un 90 por ciento, extensión récord en tan sólo cuatro días.

Esta descongelación ha permitido ver, durante los últimos veranos, dos pasos nunca antes encontrados: el del Noroeste y el del Noreste, que permiten ir del Atlántico al Pacífico, por el norte de Canadá y por el norte de Siberia, respectivamente.

Para Carlos Pedrós-Alió, investigador microbiólogo del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Csic), «a medida que se calienta el Ártico cada vez hay menos hielo y las zonas que están próximas a la costa empiezan a estar abiertas todos los veranos, es decir, son navegables. Ahí es donde se encuentran las plataformas continentales, donde se cree que están la mayor parte de las reservas de petróleo».

Los riesgos del petróleo

Pero esta fuente energética tiene en el mar un historial salpicado de sucesos dramáticos, cuyas consecuencias en muchos casos todavía permanecen alterando el medioambiente. Como explica el investigador, «el problema está en que, siempre que se realiza una intervención de este tipo, existen riesgos de accidentes».

Dos de los mayores infortunios alrededor del petróleo fueron, los del buque estadounidense Exxon Valdez que, en marzo de 1989, chocó contra un arrecife en el estuario de Prince William Sound, en Valdez (Alaska), y vertió al agua 42 millones de litros de combustible, causando una marea negra de 250 kilómetros cuadrados, y el vertido, en el 2010, de la plataforma Deepwater Horizon .

Como explica Pedrós-Alió, «las empresas hacen un cálculo para el caso en que haya un accidente, y consideran los medios que habrá que utilizar para limpiar la zona. El problema está en que el único interés de la empresa es obtener beneficios, no preservar el medioambiente.

Pero el accidente del Golfo de México demostró a los científicos algo muy importante, que aunque «ésta es una zona cálida, accesible y situada en uno de los países más desarrollados del mundo, sin embargo se produjeron esos problemas, por los que la empresa va a tener que pagar cerca de 40.000 millones», subraya el investigador.

«En el Ártico no se tiene ninguna experiencia y las compañías no están preparadas para, por ejemplo, solucionar un accidente si se produce en medio de una tempestad, o en el mes de diciembre, cuando no hay luz. Tampoco si ocurre y llegan placas de hielo con capacidad de romper las plataformas o las conducciones de petróleo. Aquí los riesgos son muchísimo mayores y, lo que es peor, los métodos que se utilizan para resolverlos no se han probado nunca en aguas tan frías».

El investigador sostiene que, aunque los efectos serían los mismos que en cualquier otro lugar, el problema es que «el petróleo tiene compuestos volátiles y compuestos que flotan, que pueden matar todo lo que se encuentra debajo. A la fauna de la costa, aves o mamíferos, les hacen perder el aislamiento térmico y, además, a las aves les impide volar, por lo que en una zona tan fría mueren enseguida unos y otros. Las poblaciones humanas que viven cerca del mar también son sensibles a esos productos tóxicos y, por el efecto en la fauna, su economía queda destrozada por un tiempo considerable. Así pues, los efectos repercuten, tanto para las aguas como para los ecosistemas y las poblaciones humanas en general».

Lagunas de la ley

Considera el científico que «resulta lógico que países como Noruega o Rusia, con acceso a una gran zona de la plataforma ártica, con grandes posibilidades de petróleo, quieran explotarlo. Lo que ocurre es que hay que encontrar un equilibrio entre ese deseo de riqueza y las consecuencias que pueda tener su extracción».

Pero los destrozos son enormes y pueden perdurar por mucho tiempo o, incluso, ser definitivos. Por eso, dice Pedrós-Alió, «alguien tiene que vigilar que las empresas lo hagan bien, que los estados cumplan unos requisitos mínimos, de tal manera que la explotación que se haga sea en las mejores condiciones posibles. En este sentido, Canadá lo ha hecho de forma cuidadosa porque ese país tiene muchísima costa en el Ártico, además de la mayor parte de las poblaciones nativas que viven de la naturaleza ártica».

Es distinta la actitud de países como Noruega o Rusia, que carecen de poblaciones en esa zona, por lo que, como señala el investigador, «la economía prima más que el bienestar de las personas».

Asimismo, las leyes internacionales establecen las limitaciones territoriales. Según Carlos Duarte, profesor de investigación en el departamento de Recursos Naturales del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados, centro mixto del CSIC y la Universidad de Baleares, «las leyes internacionales, en particular Unclos (The United Nations Convention on Law of the Sea) fija 200 millas desde la línea de costa, como aguas económicas exclusivas».

Sin embargo, existe una provisión por la que, los países que aporten evidencias de que su plataforma costera se extiende más allá de estas 200 millas, pueden solicitar una ampliación de este límite. Todos los países con territorio en el Ártico están actualmente implicados en estas solicitudes, de forma que las aguas internacionales del Océano Glaciar Ártico podrían, de aceptarse estas reclamaciones, quedarse en menos del 10% de la superficie de este océano.

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