Diario de León

conchi alonso masero

la dama de los abanicos

cierra el bazar roal, local con cien años de historia, anteriormente la famosa hojalatería martínez que suministraba moldes a todas las confiterías de león. conchi liquida su colorista negocio

ramiro

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emilio gAncedo
León

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Nos topamos con Conchi, que es un torbellino vivaracho y parlanchín, colocando el género a la puerta de su establecimiento, el indispensable Bazar Roal de la calle Azabacherías: «Lo que no se ve, no se vende», sentencia con mucho remango mientras dispone, aquí y allá, los adornos de la ya cercana Navidad, las caretas y sombreros, y los pollos de plástico. Y es cosa de escuchar y atender a lo que dice, porque lleva más de medio siglo detrás de este mostrador centenario en torno al que se agolpan las más variadas y coloristas mercaderías. Uno entra y pide un tablero de ajedrez («de los buenos»). Otro, la lavandera que le falta para completar el Belén. Naipes, juguetes, disfraces, recuerdos de León y de toda España, maceteros, bisutería... lo más insólito, lo más divertido y lo más curioso anida en el Bazar Roal.

Al menos hasta el momento, porque tiene la tienda en liquidación, son ya muchos años y llega el turno a un más que merecido retiro. Nació Conchi en la localidad de Malva, entre Zamora y Toro, los padres tenían algunas ovejicas y luego el estanco, siete hermanos eran, con dos gemelos. Y allí andaba ella bien chula, con sólo cinco años «y un hermano debajo de cada brazo». Pero también llevando las sopas a su padre que estaba en la huerta, y yendo a por agua, y a vender por los pueblos cercanos cargando con grandes cestos. «Por eso crecí a lo ancho y no a lo alto», ríe Alonso.

La maestra la vio tan espabilada que les dijo a sus padres: «Esta chica no es para estar en el pueblo». Y la mandaron a las monjas a Zamora, donde estuvo entre los 14 y los 16 años. «No había que pagar por aquello, nos enseñaban pero también teníamos que servir las mesas, dar de comer a las gallinas, etc.». Las monjas pensaban mandarla a Gerona a tomar los hábitos pero no había posibles en casa, y fue por medio de un familiar que estaba en la capital leonesa como la enviaron aquí a servir. «Primero, en casa de un inspector de la Policía secreta, luego en la de un magistrado... ¡oye, y ninguno me puso en la Seguridad Social! Me dijeron hace poco: ‘Pero si usted no tiene vida laboral’. ¿Cómo no voy a tener, si llevo trabajando toda la vida? ¡A ver si voy a tener que empezar otra vez desde los cinco años!», reflexiona muy salerosa Conchi Alonso.

Conoció luego a su marido, leonés, ya fallecido, que se había quedado con la hojalatería propiedad de su abuela, y allí laboraron mucho: arreglaron el local, luego compraron la casa entera... cuando estaban de obras, un día de viento se les cayó la valla de protección sobre una paisana de Gijón y, atención, corrieron ellos con todos los gastos: «Le pagábamos el hospital a ella, y a su marido la habitación en el Quindós». Luego les denunció la asturiana porque alegaba que el marido había muerto a resultas del disgusto, y en el juicio protestó Conchi: «¡Pues yo, señor juez, a resultas del disgusto, me quedé embarazada!». El caso era, en fin, que la Hojalatería Martínez era famosa en la ciudad: «Hacíamos los moldes para todos los confiteros de León», recuerda. Su marido, que era muy mañoso, fabricaba cuantas cosa en chapa se necesitara, y entre sus clientes se contaban Antibióticos o el Parador de San Marcos. Pero luego irían introduciéndose los moldes de plástico y hubo que cambiar de negocio, pasando, desde 1962, al actual bazar. Aprendieron a decorar cerámica y con ella empezaron a vender «los primeros detalles de boda que hubo en León, fuimos pioneros». Y luego está el tema de los abanicos, en los que Conchi es doctora Honoris Causa. Tiene de todos los tamaños (hasta de pendientes, para ir «con el aire acondicionado puesto»), pequeños, grandes, extragrandes, pay-pays, en piezas para luego montarlos... «El récord de venta de abanicos lo tengo un día de enero con una nevada enorme... vino un hispanoamericano y se llevó muchísimos», relata. Tiene una colección de más de cien en casa. Guiña un ojo Conchi y sugiere: «Si alguien quiere regalarme algo... que sea un abanico. No fallará».

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