Yaroslavl
el sueño europeo del Volga
‘Madre Volga’ llaman los rusos a su río más emblemático, el más grande de Europa, que como un gran surco recorre de norte a sur el país
ES memoria viva de su pueblo. Decenas de ciudades se cobijan al abrigo de sus aguas, pero solo una presume de milenaria: Yaroslavl.
Esta ciudad nunca se conformó con su destino provinciano y así lo ha demostrado, siglo tras siglo, hasta convertirse en la joya más preciada del llamado Anillo de Oro ruso, formado por algunas de las urbes más bellas del país.
Corazón del comercio por el Volga, puerta del Norte ruso, escala en la conquista de Siberia... Olvidada por Europa, siempre ha resurgido con renovada fuerza. Orgullosa como pocas, mucho más de lo que dice a primera vista su quieta y dócil apariencia.
Situada a 300 kilómetros al noreste de la auténtica capital, su protagonismo está muy lejos de la asfixiante Moscú o la imperial San Petersburgo. Mil años después de ser fundada por el Gran Príncipe ruso Yaroslavl, que le dio su nombre, la población no llega al millón de personas. Muy pocas familias adineradas viven en el centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, que conserva todo el encanto y sabor de tiempos pasados, sin huellas de la devastadora arquitectura socialista.
Cúpulas de oro
Cien años antes de la fundación de San Petersburgo, Yaroslavl es ya la Puerta del norte ruso , vía de comunicación entre Rusia y Europa», añade Fedórocheva.
Desde Persia y las tierras otomanas hasta el puerto de Arjanguelsk, en el Mar del Norte, todas las comunicaciones entre Moscú y Europa pasan por Yaroslavl, que se convierte en ciudad de nobles y ricos. Es tal la riqueza que acumula, que sus oligarcas levantan medio centenar de iglesias en aquel siglo XVII y se convierte en la ciudad de las cúpulas de oro.
El recuerdo de su siglo de oro reluce en las cúpulas de sus iglesias, mientras gentes mucho más amables que en Moscú pasean, con lento caminar, mirada serena y amistosa, por las calles de una ciudad neoclásica que nada tiene que envidiar a otras clásicas europeas.
Yaroslavl se mira en el espejo del Viejo Continente desde mediados del siglo XVIII porque, como recalca Fedórocheva, «sigue siendo una ciudad con dinero» que se sube a la locomotora de la tardía revolución industrial rusa.
Al igual que toda Rusia, Yaroslavl era de madera. «Los rusos, a diferencia de los europeos, preferían vivir en casas de madera. Consideraban que el ladrillo era barro y el barro, tierra. Y vivir en tierra en vida estaba mal visto», explica la guía del Museo de Historia local. Pero las centenarias costumbres rusas tenían los días contados. La dinastía Románov se había propuesto «convertir las grandes ciudades rusas en europeas», sustituyendo la cálida madera por la elegante piedra.
Yaroslavl se reconstruyó de manera tal que el sinfín de sus iglesias de piedra, levantadas en el XVII, se convirtieron en puntos cardenales para ordenar el nuevo urbanismo. Y volvió a renacer, ahora como una ciudad única en Rusia. Desde la plaza de la iglesia de Iliá el Profeta, el corazón arquitectónico de la ciudad, las calles salen como rayos de sol. Y cada uno de esos rayos termina en otra iglesia o en una torre. Y desde esas otras plazas vuelven a salir nuevos rayos que también confluyen en un monumento histórico.
Hace dos años celebró el milenio y ha conservado como pocas la herencia del pasado. «Quizás es la única ciudad provincial de Rusia con un centro histórico que ha mantenido su esencia y el aspecto que tenía a comienzos del siglo XX», presume la experta en arte antiguo ruso Elena Fedórocheva.
La arquitectura, los iconos y los frescos que guarda celosamente esta ciudad, constituidos en una escuela artística propia, son uno de los testimonios más valiosos del arte ruso del siglo XVII.
El Monumento al Oso, amenazante figura del animal más simbólico de Rusia, recuerda una vieja leyenda que habla de exclavitud y sometimiento, revueltas y libertad, choque de culturas y religiones.
Reconvertido con motivo del aniversario en un parque, la Flecha es, en la actualidad, uno de los lugares más populares entre los habitantes de Yaroslavl.
De sus sendas asfaltadas nacen, uno frente al otro, los paseos peatonales que siguen el serpenteo de los dos ríos por la ciudad. A un lado, el pequeño Kotorosl. Al otro, el majestuoso Volga, que un día soñó con una ciudad.