Diario de León

25 años de Onda Bierzo

Un himno a la alegría

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Valentín Carrera
León

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Nadie mejor que Antonio Pereira ha descrito, en apenas cuatro versos, la sensación que tengo cada vez que vuelvo al Bierzo. En su poema El regreso, Pereira escribió estos versos: «Cuando corono el alto del portillo/ que guarda la ciudad, y Dios la guarde,/ me digo: estoy en casa, estoy seguro/ hasta para morir o lo que cuadre».

Como el poeta, cada vez que cruzo Piedrafita y la autovía A-6 empieza a serpentear por los viaductos de Herrerías y Vega que salvan la vaguada del río Valcarce, la radio del coche, sin pedirme permiso, sintoniza automáticamente Onda Bierzo y la voz cálida de Yolanda Ordás me da la bienvenida: es la señal de que estoy en casa.

En los altos minaretes de Fez, y de todo el mundo, la voz del muecín invita a las gentes sencillas a la oración; en Compostela lo hacen las rítmicas campanadas desde la Berenguela, con el mismo sonido familiar que en la niñez me despertaba los domingos al alba, ya los mozos del pueblo encaramados al campanario de Rimor. Después de aquellos sones primigenios, las voces de Cito Linares y Yoli Ordás ocupan, como inmensos minaretes, todo el espacio auditivo de mi memoria.

Quizás algún día, si la vida me da ocasión y gracia, debería escribir mi infancia, que no puede entenderse sin un edificio de la calle Ave María, donde vivía mi familia y donde jugábamos a la pelota entre los coches de línea Fernández; sin un edificio que llamaré para siempre «la Casa de los Sueños». La casa donde descubrí casi todo: allí estaba la OJE, donde solo aprendí cosas buenas, y a jugar al ping-pong; allí estaba la biblioteca municipal en la que, aterido de frío, leí las primeras novelas ejemplares, naturalmente prohibidas, pero el bibliotecario Pedro era indulgente conmigo; allí empecé a practicar yudo con el sabio Alfonso Yáñez, cuyo ejemplo, junto con el de mi padre, me guía desde entonces. Andando el tiempo, en la Casa de los Sueños empecé a colaborar en Radio Juventud, acogido generosamente por don José, Celina, Benigno y Jesús Prieto, que me incorporó a su programa musical con apenas catorce años. Y allí, en el teatrillo con butacas, en vivo y en directo, los domingos por la mañana, escuché por primera vez las voces mágicas de Cito y Yoli, desbordando su risa contagiosa en La Ballena azul y El Ballenato . Lo cuento con orgullo a mis hijas y a mi nieto:

—Sí, yo viajé en el vientre de una ballena azul.

Sí, amigos y amigas de Ponferrada, estábamos allí toda la generación de los que ya cumplimos los cincuenta; pero de aquella década de 1960 a 1970 en la calle Ave María trataremos en otro momento, porque hoy solo quiero referirme a la voz del muecín y a la campana del alba, que eran Cito y Yoli. Su voz entrañable me sigue acompañando, igual que me despierta cada día —y así despierto yo a mis hijas— El himno de la alegría que Linares nos ponía a las siete de la mañana en los altavoces del campamento de La Vecilla.

El Mago Chalupa

En 1960 aún no había llegado la televisión; y nada de móviles, tablets o internet: aquella radio era fruto del corazón inmenso de Cito y Yoli, y de todo el equipo de Radio Juventud de Ponferrada, la voz del Bierzo, la voz amiga. Los niños de pantalones cortos y rodillas cardenalicias merendábamos en la cocina, claro, media vida pasaba en la cocina. Apenas untabas la rebanada de pan de hogaza con mantequilla y espolvoreabas unas arenas de azúcar, y ya estaba en el transistor colgado de una alcayata en la pared la voz de Yolanda intentando conectar con los Magos de Oriente:

—Rrgrrr… parece que hay dificultades en la línea telefónica…

Se oían ruidos del más allá, quizás salidos del vientre de la ballena; ah, que se me olvida deciros que entonces la radio se hacía con efectos especiales, con montajes dramáticos, con pocos recursos y mucha imaginación y valentía. Por fin, mordisqueada la merienda, impacientes los críos, Yoli y los habilidosos técnicos de Radio Juventud conseguían marcar el número del Cartero Real y oíamos, estremecidos de misteriosos temblores, la voz del Mago Chalupa. Pocas ciudades podrán, como Ponferrada, presumir de tener un cuarto rey mago, un mago propio, único e inexportable. Yoli leía las cartas con voz de madre amorosa, cómplice:

—Nos escribe Andresín desde Fabero. «Queridos Reyes Magos y Mago Chalupa: Este año he sido muy bueno y quiero pediros en casa de mis papás un tambor, y en casa de mi madrina, unos calcetines, y en casa de los abuelos, una bufanda, y lo que queráis. Mando tres pesetas para ayudas de la cabalgata». Gracias, Andresín desde Fabero, a ver si nos ha oído bien el Mago Chalupa…

De nuevo rugía el vientre de la ballena, carraspeaba una voz bronca y aguardentosa que, a medida que se acercaba desde Oriente —compréndase que la conexión tardaba un poco— se iba dulcificando hasta hacerse amiga:

—Bueno, bueno, Andresín —sentenciaba el Mago Chalupa—, me parece que no has sido tan bueno como dices en tu carta, que pegas a tu hermanito y sigues haciéndote pis en la cama…

A todos los niños que nos hacíamos pis en la cama se nos congelaba la merienda en la mano y el hermano pequeño nos miraba con cara de: «Ten cuidado, que el Mago Chalupa se entera de todo».

Necesitaría para contarlo otras tantas tardes como aquellas, cuando la Navidad tenía algo de sentido y la radio construía nuestros sueños: la tarde del 5 de enero, ni un solo niño de Ponferrada, y buena parte del Bierzo, quedaba sin ir a la cabalgata, a ver extasiado a los Reyes Magos, rodeados de pajes con antorchas encendidas; pero, sobre todo, a gritar su cariño al Mago Chalupa, que ya está en la Wikipedia, y que era el mismo Cito Linares, aunque tardé en saberlo…, sembrando caramelos y sonriendo de oreja a oreja bajo la barba postiza. «Paje real», ¡pues claro que lo he puesto en mi currículum!, junto al diploma de Monaguillo de San Pedro y el título de Guaje de Navaliegos:

—Sí, hijas, yo portaba un hachón de fuego, una antorcha de felicidad, en la carroza de Chalupa.

La generosidad de Cosme Andrade

Han pasado solo cincuenta años, y veinticinco desde que aquel encantador de niños, Cito Linares, flautista de Hamelín en El Bierzo, se puso al frente de la emisora Onda Bierzo, en Noviembre de 1987. Cincuenta años haciendo radio, porque Cito, donde quiera que esté, sigue siendo la voz del muecín que nos convoca al encuentro y al recogimiento.

Poco después de nacer Onda Bierzo, en la primavera de 1988 le conté a Ignacio Linares mi idea de recorrer durante un mes El Bierzo a caballo . Lo que a la familia, a los amigos y a todo el mundo sensato, les pareció una locura propia de don Quijote, a Cito le pareció lo más normal: que dos tipos se fueran por la comarca a caballo y lo contaran en la radio. Con apoyos así, se mueve el mundo; cuando muchos se ríen de ti y te asalta la duda, sentir que alguien cree en tu idea o proyecto, en tu ilusión, te da la fuerza necesaria para hacerlo. Y lo hicimos, gracias a Cito que creía en el ser humano por encima de todo. Nunca lo he contado, pero creo que le debo este agradecimiento: el patrocinio generoso de Onda Bierzo fue el único dinero que gané en aquel trabajo, las crónicas que enviaba cada día desde Igüeña o Paradasolana, desde Chano o Balouta. Linares (él sí, querido Miguel Apunto Varela) anotaba la contabilidad en libros de niebla y fundaba proyectos sobre las aguas del lago de Carucedo. Era tan único que cuando hicimos El Bierzo en globo, llegó pedaleando y quería subir al globo con la bicicleta, y allá se fue volando, vestido de ciclista, con malla roja y casco verde, que aún me parece estar viéndole, partiéndose de risa.

Muchos se rieron de nosotros, pero Cito —que firmaba en el periódico como Cosme Andrade, en recuerdo del personaje cabreirés de El Señor de Bembibre —, se puso una túnica medieval y me armó caballero el 21 de mayo de 1988, a las doce de la noche, bajo la torre del Homenaje del castillo de Ponferrada: conservo como oro en paño la foto en la que aparece Cito con capucha y una jovencísima Sonia Linares sosteniendo el micro: siempre presente y a pie de obra, la radio. Muchos se rieron, pero aquellas crónicas —que son literalmente el texto del libro El viaje del Vierzo —, merecieron el premio de periodismo más prestigioso de Castilla y León, Francisco de Cossío 1989, que tuve el honor de compartir con Onda Bierzo.

La Excalibur de su confianza me acompaña desde entonces y cuando desfallecen mis fuerzas, porque uno se enfrenta a veces a cíclopes sordos y ciegos, me reconforta el recuerdo de la energía y la fuerza de voluntad de Ignacio Linares. Y de Yolanda Ordás, sin duda la persona más querida en El Bierzo, que nos ha dado a todos el ejemplo de encontrar en el dolor la paz y la aceptación, manteniendo encendida la antorcha de la ilusión, como hubiera hecho el Mago Chalupa.

Mientras existan la radio y la magia, la fe en el ser humano y la alegría de vivir, Ignacio Linares estará entre nosotros. Mago Chalupa, Cosme Andrade, nuestro flautista de Hamelín tañe su dulzaina, la voz del Bierzo, la voz amiga. Ya la escucho, retumbando de peña en peña, Laciana, Ancares, Oencia, La Cabrera, Bierzo Alto y Bajo Bierzo, vientre de la Ballena Azul donde habita nuestra infancia. La oigo, como Antonio Pereira, cada vez que cruzo el Portillo de Piedrafita, o cada tarde, merendando pan con mantequilla o un cacho de chorizo, en pantalones cortos, y como el poeta:

«Cuando escucho por la vega del Valcarce,/ la voz de Yoli, que guarda El Bierzo, y Dios lo guarde,/ me digo: estoy en casa, estoy seguro/ hasta para morir o lo que cuadre».

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