Diario de León

luis cristóbal, ‘casa tele’

la chispa que encendió león

hasta 33 trabajadores llegó a tener ‘casa tele’, antaño emporio eléctrico leonés que en la posguerra llevaba radios y ollas a los pueblos para demostrar sus virtudes, con gloriosos cocidos incluidos

ramiro

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Publicado por
emilio gAncedo
León

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No pasa un verano sin que uno o varios transeúntes, en despreocupado camino turista por ese privilegiado frente urbano que se abre hacia el esplendor de la Pulchra , decida franquear el umbral de Casa Tele, mire hacia adentro con una niebla de nostalgia en los ojos y, casi sin atreverse a entrar y a romper el hechizo, susurre: «Yo trabajé aquí...».

Y es cosa común porque en este negocio, historia aún viva del pequeño —y no tan pequeño— comercio leonés, que actualmente atrae las miradas, sobre todo, por los añejos carteles de Philips junto a los que se fotografían no pocos peregrinos y visitantes, llegaron a trabajar nada más y nada menos que 33 personas. Un vistazo y un paseo por las entrañas del local confirman que daba para ello con creces: amplia tienda de altos techos, generosas oficinas, taller, almacén... espacios que hoy han pasado a ser habitados tan sólo por dos autónomos que se mueven con rapidez y soltura entre las murallas de bombillas, las torres de fluorescentes, las avenidas de electrodomésticos. Pero, vamos a ver, ¿cuántos años tiene exactamente Casa Tele? Luis Cristóbal lo confiesa sin rodeos: «No hay datos». E inicia el relato de los únicos hechos palmarios de los que tiene noticia.

«Un tío de mi padre, Feliciano Cristóbal, que era capataz de Telégrafos, fue apartado de su trabajo el 17 de agosto de 1936, seguramente a causa de sus ideas, fecha que conocemos por medio de Victoriano Crémer en Ante el espejo . Estuvo preso en San Marcos pero libró la vida y puso la primera tienda en la calle La Paloma, Casa Tele ya se llamaba, quizá por lo de Telégrafos, y allí se dedicaba sobre todo a fabricar y reparar bombillas, de las que había mucha necesidad tras la guerra. «Debían de ser los primeros cuarenta», aventura. A Feliciano, que procedía de Bermillo, en el Sayago zamorano, le sucedió su sobrino Domingo, y a éste su hijo Luis, el hoy afable y dispuesto propietario junto a su mujer Mariví Sierra, y quien prosigue que tras aquel primer local se trasladaron los pioneros a otro, situado enfrente, y luego al que hoy ocupa, que por cierto era antes la Fábrica de Chocolate de los Millán.

Por sus muchos rincones y con infinidad de piezas a su disposición que emplear como jichos jugaba el niño Luis, mamando el oficio desde bien guaje, aunque entonces no se percatara de ello, y observando y escuchando las historias de sus mayores: «En la posguerra, como había tanta hambre, muchas veces se pagaba a los proveedores con legumbres». También le contaban cuando, en los 40 y 50, iban por los pueblos: «Marchaban en un taxi, lleno hasta arriba de ollas o de aparatos de radio, rumbo a los bares o a las tiendas mixtas ». Allí desembarcaban mercancías y procedían a la demostración: encendían las radios y mostraban a la vecindad sus bondades sonoras o bien preparaban un buen cocido con aquellas magníficas ollas. «Fíjate, lo dejaban allí y luego pasaban a cobrarlo. Había muy buena fe por todos lados». Y es que Casa Tele funcionaba como toda una factoría, sobre todo entre los 60 y 70, cuando alcanzó su máximo número de trabajadores y contaba hasta con flota propia de vehículos. «Se hacían instalaciones eléctricas, a lo mejor se marchaba a un pueblo dos días a montar el salón de baile y pinchar discos, se vendían muchísimos componentes y recambios, los dueños de molinos llevaban grandes cantidades de contadores y cables para montar en ellos ‘fábricas de luz’, se sonorizaron multitud de iglesias, se electrificaron las campanas de la Catedral...

Como curiosidad cuenta Luis Cristóbal que mucha gente viene a León, a tiendas como la suya... a hacer shopping , a por esa pieza, recambio o componente hoy inencontrable «en las ciudades grandes, donde ya no quedan pequeños comercios a fuerza de impuestos y presión, y sólo hay grandes superficies en el extrarradio». Y jura que los turistas le vienen «¡con la horma de la olla en la mano!».

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