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agripino cano iglesias

Enterrador en Holanda

actuó de extra (eso sí, dentro de un tanque) en la famosa película ‘patton’. y aunque empezó ganándose la vida haciendo carbón vegetal, luego emigró a maastricht, donde tuvo múltiples oficios y de donde regresó el año pasado

SECUNDINO PÉREZ

Publicado por
emilio gAncedo
León

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El de enterrador fue el mejor trabajo que tuve.

—¿Y eso?

—¡Nunca se me movió ninguno!

Agripino Cano Iglesias, Gripi , vive ahora en su pueblo natal, Quintana de Rueda, después de regresar el año pasado de los Países Bajos, donde permaneció 41 años trabajando en muy diversas empresas y desempeñando oficios variopintos. Su hábitat era un territorio no mucho mayor que el de la provincia de León: Holanda y alrededores, con áreas de acción por Bélgica y Luxemburgo, esto es, lo que llaman el Benelux , y la Alemania más próxima, todo ello con epicentro en la histórica ciudad de Maastricht.

Ocho hermanos son —con nombres tan sonoros como Camerino, Eutimio, Jenaro, Gabriela o Consolación Lucía—, los padres labradores, un par de yeguas, algunas ovejas y cabras y una infancia «difícil» en la que «no había de nada». Lo resume filosófica y gráficamente: «Por no haber, no había ni dinero». Iba a la escuela, aunque muchas veces faltaba por tener que cuidar del ganado —y de los pavos que luego venderían por San Simón en la feria de Sahagún («como el famoso señor Ambrosio, de Valdepolo, que tenía siempre tantos animales como años. 83 años, pues 83 pavos», recuerda Gripi). La única diversión era reunirse la rapazada en una cuadra a jugar a las cartas y, además, a los 14 ya se puso a trabajar, primero de criado en el campo, después en el matadero de León, y con un cuñado también laboró mucho fabricando carbón vegetal («de caña», llaman aquí) por los montes de Almanza, Zamora y hasta Portugal amontonando leñas, cubriéndolas de tapines y sacando el cisco. Luego se puso a disposición de la patria para el preceptivo servicio militar, que le tocó en el campamento del Ferral, donde un día les reunieron a todos y les dijeron: ‘¿Quién quiere participar en una película?’ Él fue el primero.

Y es que el rodaje de la superproducción americana Patton (Franklin J. Schaffner, 1970, con George C. Scott y Karl Malden, siete Oscars de la Academia), rodada en parte en España (Sicilia es en realidad Almería), precisaba grandes movimientos de tropas, por lo que se echó mano del ejército nacional. «Los soldados que se ven en la famosa escena de la bofetada son todos españoles», comenta. A él no se le ve porque en las escenas iba dentro de un tanque, pero por Segovia y Madrid anduvieron maniobra tras maniobra cerca de seis meses, con el uniforme del ejército americano puesto y sus estrellas de cinco puntas. «Y cobrando nada menos que 500 pesetas al día, los festivos 1.600, que de normal en la mili era una peseta al día», especifica.

Nada más acabar echó al ministerio la solicitud para emigrar a Europa y le tocó —así funcionaba antes este asunto— el cupo de Holanda. A Maastricht llegó un 14 de mayo de 1970 en compañía de otros jóvenes de la comarca. «Lo peor era el idioma. Me dije: si en tres meses no me entiendo con esta gente, me marcho al centro de África. Así que puse cuidado y lo aprendí. La clave es ojo y oído, y no olvidar las cosas».

En aquella época en la que el trabajo abundaba por todas partes se empleó en una empresa de cerámica (váteres, platos de ducha, etc.), en la construcción, en la industria química, en la Volvo, y en una empresa municipal donde hacía labores de mantenimiento en servicios sociales, jardines... y en el cementerio. «Es el sitio donde menos miedo puedes tener. ¡Estos ya no te pueden hacer nada!», mantiene, recordando además que nunca vio allí «nada raro». «Los demás me mandaban a mí hacer las cosas en cuanto empezaba a anochecer».

Aunque llegó a vivir con siete mujeres —el tirón mediterráneo—, Gripi nunca se casó. Echaba mucho de menos la comida («en las pensiones siempre nos ponían patatas cocidas, así sin nada») y el año pasado, ya jubilado («mañana ya no trabajas», le dijeron. Y él: «¡Pues mañana me pongo la camisa de comer fideos!») volvió a Quintana. «La tierra patria, aunque no tengas nada, es la más querida de todas...», sentencia pensativo.