Diario de León

cipriano barredo, ‘panines’

100 años... y 5 duros de más

no ha pisado un hospital este mansillés que recorrió mil veces las riberas del esla y el porma vendiendo fruta y quesos a bordo de su famoso isocarro

ramiro

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emilio gancedo
León

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Decía su madre, la tía Candelas, mujerona con arrestos que sacó adelante a siete críos a fuerza de mucho bregar y mucha humanidad, que «estando Panines en casa, no pasaremos hambre». Bien veía la quesera las dotes comerciales del vástago, incluso a tierna edad, y por eso pidió y le concedieron su pronto regreso de la guerra, porque era imprescindible en casa.

Nació Cipriano Barredo Salvador en 1912, en Mansilla de las Mulas, villa que siempre fue de tenderos y mesoneros, en medio de una familia numerosa y de un negocio centrado en las frutas y los quesos. Tomó el nombre y el apodo de su padrino Cipriano Robles ( Pano , Panines ), ilustre mansillés, jurista republicano, fallecido en el exilio parisino y autor que fue de la primera Reseña histórica de Mansilla de las Mulas y de una excelente Historia documentada de Guzmán el Bueno . Pero lo de nuestro Panines fue siempre el trasiego comercial, la labor continua y una amistosa sociabilidad convertida en marca de la casa. Por eso hay una palabra que no se apea de sus labios, «trabajo». «Todos los hermanos fuimos siempre muy trabajadores, muy honrados y muy trabajadores —repite—, incluso Celestino, que era cojo y manco».

Panines aprendió de sus padres, Sergio y Candelas, viuda ya antes de la guerra, a acudir con los carros a las estaciones de Santas Martas y Palanquinos para descargar vagones de naranjas (a 500 pesetas el vagón, cada uno con seis o siete mil kilos), y a marchar a vender la fruta por toda la contorna, sobre todo aguas arriba del Esla y del Porma —a veces al trueque, en vez de dinero volvían con gallinas o conejos—. Pero a la vuelta de la guerra, que llevó a Panines al valle de Riaño («algún tiro sí pegué, sí», admite pensativo), abanderó el negocio familiar y lo diversificó: por ejemplo, iba con el carro a León (salía a las cinco de la mañana de Mansilla y volvía a las cinco de la tarde) y traía encargos, paquetería para los comercios, los estancos y hasta para la Guardia Civil. «Paraba siempre a comer en La Alcazaba, que estaba frente al Emperador —cuenta su hijo José—, y una vez que fue a Fundiciones Nava a por registros para las ferreterías de Mansilla, se durmió en el carro y el macho, piti, piti, pasó por toda la avenida Padre Isla y paró... en La Alcazaba. Los que estaban dentro se asombraron porque no veían a Panines en él».

En 1940 se casó y vivió siempre en Mansilla, salvo algún lapso como aquellos nueve meses que pasó en Sevilla, recogiendo lana para la fábrica de Los Soberanos. Importante para la tienda fue la adquisición de un Isocarro, célebre en todas estas riberas, con el que Panines llevaba sus mercancías —a las que se sumaron pronto las imprescindibles bombonas de butano— «a cien pueblos a la redonda». Y se recuerda bien en la familia que para conjurar el frío a bordo de tan particular vehículo se forraba el cuerpo con hojas de periódico. «También iba bien desayunado», avisa.

«Nos conocían hasta los gatos», así resume este mansillés la popularidad de su industriosa saga. «Pero si su casa era como el Auxilio Social de Mansilla en los años sesenta —tercia Jesús Fernández Salvador, ‘archivero mayor’ de la villa—, siempre traían gente a comer y así se salvaron muchas familias». No lo niega Panines. «Poníamos puesto en la plaza, los martes, y a veces se acercaba alguna paisanina diciendo: ‘Bien llevaría un queso, pero...’. Y yo: ‘Llévelo, ya me lo pagará la semana que viene’. Y marchaba más contenta...».

«Viví bien y siempre tuve trabajo y muchas ventas, y además éramos muy apreciados, nos quisieron mucho a todos los hermanos». Así resume ese éxito comercial: «Siempre tuvimos cinco duros de más».

Y ojo que Panines jamás fue hospitalizado y prácticamente nunca tomó pastillas. «Oye, que nunca estuve malo...». Quizás sea porque todo lo come y comió es «natural y bueno», o por seguir jugando al dominó cada día sin faltar uno, el caso es que cuando uno le ve y le saluda:

—¿Qué tal, Panines?

Él, a sus 100 años, responde:

—¡Formidable! ¡Nunca estuve mejor!

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