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los huérfanos del sargento abril

Un centenar de niños afganos abandonados hallan cobijo en el orfanato español de Qala-i-Nao mientras soldados españoles patrullan la zona

Un grupo de niños afganos acuden a clase, en una imagen de archivo.

Publicado por
mateo balín
León

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Hola, soy Amina. Tengo siete años». Los ojos verdes de esta niña de Qala-i-Nao son los cristales que transparentan su alma angustiada. Se abren como el iris en la oscuridad cuando tararea el español y, tímida ella, se tapa la boca con su pañuelo si yerra. Su historia, como la del centenar de niños del orfanato Juan Antonio Abril, en homenaje al sargento fallecido en Afganistán en el 2007, son dramas conmovedores, tremendos.

Amina llegó en la última tanda al cobijo de ‘mamá’ Halibez, directora del centro, hace pocos meses. Su madre, acusada de adulterio por las leyes locales pese a tener la valentía de abandonar a su marido maltratador, la tuvo que abandonar.

Fue repudiada por sus allegados y sin ayuda no podía alimentarla. Para esta niña pastún, el orfanato construido por el Ejército español en marzo del 2008 le ha separado, al menos de momento, de la segura mendicidad.

Ello, pese a que después acabe encontrando su particular «cárcel» bajo un burka, comenta la teniente Jara Gregorio, que trabaja en una unidad de apoyo a la mujer afgana. Esta oscense de 31 años, destinada en Pontevedra, se despide de los huérfanos con un hasta siempre. En unos días hará el petate tras seis meses de misión. Y su última mirada al orfanato es de rabia contenida por ver esta situación «desesperante».

En el centro se quedan Bakar y Emad. Juegan a la pelota en la pista de voley, el deporte rey en la inhóspita provincia de Badghis, ajenos al tumulto de la visita de los militares españoles. A diferencia del 70% de los 430.000 habitantes de la región, los niños están aprendiendo a leer y a escribir. Su profesor es un pastún de barba cana que tiene que lidiar con los 40 diablillos más mayores. «Este orfanato es un edificio pequeño pero de gran valor. Estaremos eternamente agradecidos», transmite el encargado de los servicios sociales de la ciudad, un tipo con chaqueta y vaqueros. «Los niños son el futuro del país, el corazón de los españoles siempre está con los desfavorecidos», contesta el coronel González-Valerio.

De patrulla

«Tenemos un aviso. Inteligencia informa del robo de un todoterreno de la policía afgana. Si por el camino encontramos una furgoneta blanca con sus siglas le damos el alto. Si atacan, actuamos». Amanece en la base de Qala-i-Nao, al oeste de Afganistán. El teniente Sergio Casla reúne a sus hombres y da la última hora. En las miradas del grupo se atisba tensión. La de hoy no es una salida cualquiera. Rumbo a Sang Atesh por la ruta Lithium, el trayecto donde más ha golpeado la insurgencia talibán.

La columna está formada por 17 blindados y 83 militares. El objetivo es una patrulla de vigilancia y reconocimiento. Una primera fila de siete se adelanta. Es la «vanguardia limpiadora», especializada en supervisar el terreno ante la amenaza de las minas subterráneas, los temidos IED. Se trata de blindados con brazo articulado y rodillo, y la flamante adquisición del Ejército de Tierra, los Husky, dotados de radares terrestres y a los que los soldados llaman «bólidos» porque se entra por el techo después de desenganchar el volante. Media hora después parte el grueso del convoy. En él va el brigada Miguel López, de la escuela de zapadores de Alcantarilla. Las 17 toneladas de su RG-31 pisan fuerte las carreteras bacheadas de la ruta Lithium. Pese a todo, se tambalea como una mesa coja.

Los 30 kilómetros de Qala-i-Nao a Sang Atesh se recorren en dos horas y media. De tanto bote, el cuerpo se queda rígido como una tabla y sólo el casco previene de los chichones. El lento caminar de las máquinas de varios millones de euros contrasta con la marcha ligera de las motos iraníes de los afganos. «¿Quién sabe las intenciones de esa Palmir que nos adelanta?», desconfía el soldado gijonés Adrián Carreño.

La respuesta es incierta. A unos poco kilómetros, lo único real es que los blindados de guerra con los que llegó la comitiva esperan a la puerta del orfanato para volver a la base. Mientras tanto, los niños del sargento Abril siguen jugando a la pelota.