Diario de León

guadalupe garcía álvarez, ‘upe’

para maestros, la república

vio su casa de santa lucía arder en los últimos días de la guerra. y apiñada con los demás vecinos desde unas cuevas, divisó las bombas caer sobre el pueblo. «el hombre nunca aprenderá...», mantiene esta veterana maestra

jesús f. salvadores

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emilio gAncedo
León

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Lo importante es tenerles cariño a los alumnos», dice Guadalupe García Álvarez, Upe , desde su mirada profunda, mirada bondadosa de paciente maestra, más de treinta comprensivos años en el oficio. «Mira, la clave de todo está en no dar ni premios ni castigos en clase —cuenta Upe su secreto—. El ser inteligente ya es buen premio de por sí, y el que es tonto, pues bastante castigo tiene ya el pobrecico». «Así que nada, quererles mucho, quererles mucho», dice con voz tranquila, voz de persona cabal con la conciencia tranquila y el espíritu en paz.

Upe nació en 1916 en Santa Lucía de Gordón de padre vigilante en La Vasco que luego también andaba detrás de las dos o tres vacas compradas para evitar la hambruna de la posguerra. «Es que, si no, teníamos que subir andando a Llombera o a Geras a por leche, y la teníamos que pagar con pesetas, ¡que los berlarminos no los querían!», cuenta en referencia a la moneda de curso legal que en teoría debía circular en el León y Asturias republicanos y a la no muy popular fama de aquellos billetines.

Santa Lucía y toda la cuenca minera del Bernesga vivía sus años de expansión dorada y hasta allí acudían a trabajar gentes de toda España —muchos andaluces y extremeños— y portugueses; ¡había tanta labor! Aunque humilde, el padre tenía visión y cuartos ahorrados y decidió enviar a dos de sus hijas a León, a estudiar para maestras, así que Upe cursó en la Normal capitalina y aprobó... aunque sólo pudo ejercer las prácticas bajo la flamante República, pues al poco estalló la guerra. Y como tenía 19 años y su pueblo estaba a poca distancia del frente, la presenció de lleno. «Al principio sólo veíamos aviones pasar, y camiones y trenes llenos de militares; pero luego vinieron los bombardeos, así que nos íbamos todos a refugiar a unas cuevas en el monte».

Desde la Peña del Castro se divisa casi La Virgen del Camino, así que un chaval se subía, miraba y hacía sonar la corneta para avisar a la población. «Una vez cayó una bomba sobre una plazoleta y mató a un señor que estaba sentado a la puerta, una señora que tendía ropa en un corredor y dos mozos que charlaban tranquilamente», rememora Upe con verdadera lástima. Al principio eran unas horas pero luego caían durante jornadas enteras —allá en las cuevas había mujeres con niños de pecho, y ancianos—y en las noches era obligado apagar toda luz. Peor fue al acabarse el conflicto. «Nos echaron de las casas y sólo pudimos meter cuatro cosas en el carro, me acuerdo que yo subí a la habitación y cogí a toda prisa la ropa de las dos camas». Ellos marcharon hasta Pendilla, allá en la raya con Asturias, un día completo para luego volver... y encontrarse con el pueblo en llamas y su casa quemada, sólo las paredes en pie. «Tuvimos que empezar de nuevo», susurra. ¿Pero quiénes lo quemaron, los que vinieron o los que se marcharon? «Los que se marcharon...», opina Upe. Su título firmado por Alcalá Zamora —que aún conserva— no le sirvió de nada con la victoria rebelde y hubo de sacar otras oposiciones aunque las aprobó sin duelo. Y después de unos pocos años dando clase en Asturias (en Cerredo y en Baselgas, concejo de Grado), consiguió plaza en Santa Lucía, donde había colegio nacional y privado, de monjas («y hoy ya ves, ninguno»). Upe compara ambos sistemas educativos, el republicano y el franquista. «La diferencia era enorme. El primero tenía unos libros muy buenos, era una formación tan diferente, tanto... los libros del segundo no valían para nada, una Historia de España que ni era Historia ni era nada, mucha religión...». Y aunque es maestra y de las buenas, reflexiona: «El hombre no aprende. Y lo que le pierde es la ambición de los poderosos...».

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