antonio riesgo garcía, ‘requijo’
el humor del picador
desde un guaje que llegó a chófer de franco hasta otro que descubrió que el maestro tenía guardada una novia en casa y lo voceó en plena clase, las andanzas y recuerdos del lacianiego ‘requijo’ no tienen fin
Antonio heredó y legó a sus descendientes el apodo familiar de su tío, Requijo , un tío, por cierto, que anteriormente había estado casado con su madre —la historia da vueltas y revueltas y en boca de nuestro Antón nunca sabe uno dónde acabará—, y el paisano que hoy nos ocupa parece que, con el mote, heredó también el espíritu libertario y montaraz de aquel hombre altón y bien parecido a quien nada asustaba. Las mujeres lo adoraban y los hombres lo temían y envidiaban, y por eso andaba siempre metido en líos. Una vez que subieron los guardias al monte a detenerlo sin conocer su fisonomía, se adelantó al verlos, los invitó a buen comer y beber en la braña y una vez satisfechos y somnolientos los desarmó, escapó a un alto y desde allí les tiró con sus propias pistolas. ¡Así era el tío Requijo!
El tío Requijo conoció a la madre de Antonio en Madrid y se casaron, pero hubo desavenencia con el resto de mozos por la cantidad de vino y chorizos y sardinas del convite y se sucedieron no pocas tortas aquellos días. Siempre andaba Requijo con la pistola al cinto previendo jaleos y estando en la aldea de ella, que era cepedana de Villar de Nistoso, fue a sacarla en otro trance sin haberle puesto el seguro, se atascó, se le disparó y la bala le atravesó el vientre. Ni uno de aquellos famosos médicos Rosones pudo salvarlo.
«¡Petra tiene que venir pa con nós ! —decía el padre de la triste viuda—, «la casamos aquí, y en paz». «Y casola con el hermano del muerto, Lisardo», explica nuestro paisano. Así se hacían las cosas antes, y en aquella casa se crió incluso un chavalín («hijo de la hermana de mi padre y de un primo»), a quien mandaron luego a fregar platos a Madrid y que llegó a ser nada menos que chófer de Franco.
Los padres de Antonio quedaron en la casa porque la abuela se había puesto loca y de guaje el nuevo Requijo era trasto de veras junto a sus camaradas Maruxo y Falinge . «Sardo, preciso del tou nenu », le pedían al padre, porque es verdad que era muy dispuesto y trabajador. Y con muy pocos años anduvo sirviendo al cura, y a otros amos incluido el maestro, guardando vacas, cargando abono, llevando el agua, de todo, junto al minero gallego Benitiño, que se encargaba de preparar el caldo. Decían que si el maestro aquel tenía una novia en otro pueblo, y un día el niño Antonio se la encontró en casa de sopetón. «¿Pero quién es esta mujer?» «¿Dónde está Manuel?», preguntó ella, a su vez. «¿Quién, el señor maestro? ¡Pues en la escuela, dónde va a estar!» «Dile que venga». Y marcha el chaval a la clase, que estaba allí pegando, entra y delante de todos dice:
—¡Señor maestro, tiene usted una moza en casa que no quiere salir!
La chiquillería en pleno salió tras él a presenciar la discusión: el maestro le pidió a la chica que se fuese pero ella, bien firme, había venido para quedarse. Y como el cura amenazó con echarlo de la escuela si persistía en aquel concubinato, hubo de escoger dos testigos y con esas únicas cuatro personas en la iglesia, «pues casánonse ». También sirvió Antonio en casa de otro hombre, muy bueno, de quien decían se le había comido un gocho el miembro viril cuando lo sacó para orinar.
Antonio pidió trabajo en la mina, en Coto Cortés, con 13 años y medio, y dijo que tenía 14, la edad mínima para entrar, y los padres tuvieron que firmar unos papeles para formalizar el engaño. Pronto su capacidad y esfuerzo, muy por encima de su edad, asombraron a todos. El médico que ratificó su valía lo miró de reojo, susurró: «Anda, que bastante desgracia tienes...» y estampó el sello. Engrasador del plano en El Mangueiro y fogonero, cuando murió la abuela del maquinista y éste tuvo que marchar decidió el director ponerlo a él. «Para esa maquinina, les vale», dijo. «Pero si no alcanza a mirar por la ventanilla», objetaron. «Les vale», zanjó don Nicanor, que lo estimaba mucho. Tanto, que lo defendió cuando una vez el rapaz se enroscó con una guaja junto al camino y los vio un vecino y dio aviso a las dos familias y a los guardias. En el balde donde le subían el caldo había también, al día siguiente, una nota de su madre: «Condenao, ¡qué hiciste! Mañana tienes que presentarte en el cuartel». Y no se sabe si fue por simpatía hacia sus lances amorosos o porque tenía que doblar turno y no podía prescindir de él, el caso fue que cuando regresó del cuartel acompañado de don Nicanor uno le preguntó: «¿Qué pasó, Requejín? ¿Te pegaron?» «¡Qué va! Comí con don Nicanor en la mesa y hasta me compró un pantalón, una camisa y un mono».
Eso sí, como no le apuntaban las horas extras, Antonio pasó a Asturias, dijo que era picador de segunda, lo creyeron y en Carballo y La Jaterina le dio al hacho y a la pica desde los 17 años revelándose como un posteador de primera que luego ganaría todos los concursos a los que se presentara. Alimentó chimeneas en horarios sin fin («este es oro picando», decían) y se casó en Tablado, pero vio también cómo su hermano, con sólo 27 años, cayó bajo un derrumbe del que sacaron 300 vagones de material. «Ya decía él que estallaba la madera, y no lo creyeron», lamenta. También a él tanto aspirar polvo y humo le pasaron factura, y desde los 40 años una úlcera, una angina y la silicosis le mantendrían apartado de la mina, dedicado al ganado, a su engorde y compraventa en las ferias del contorno. Por eso también guarda en casa una buena colección de xugos , carros del país, menales , hachos y demás. Por fortuna pudo alcanzar baja en tercer grado y eso a pesar de médicos tan ineficaces como aquel que le dijo a un babiano que estaba bien, que lo que tenía era que hacer gimnasia, y justo al bajar del coche de línea, al pisar el suelo de su pueblo, murió. «Ese ya no hizo más gimnasia, no» , dice Requijo, sin perder, jamás, el humor.
Si alguien se aburre, que vaya a hablar con Requijo. Es remedio seguro.