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LA TESTIGO. Palmira de la Torre Viloria

«Peor que lo que vi fue lo que oí»

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León

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El padre de Palmira, nacida en 1933 en Santa Marina de Torre, era tratante de ganado y aunque contaba la familia con buen rebaño, fincas de centeno y vacas de leche, todos tenían que arrimar el hombro, del pequeño al último, ayudando en muchas labores distintas. El día del accidente, Palmira andaba cuidando las vacas a seis kilómetros de su pueblo, una vez cruzadas las vías por encima de las tablas que en su momento colocaran los mineros de Santa Marina para poder pasar directamente a la mina de Silván. La niña Palmira, entonces con 11 años, estaba acompañada por otras chiquillas de su misma edad cuando «sentimos un golpe muy fuerte»: miraron hacia las vías y advirtieron cómo «la boca del túnel no se veía del humo que había». Acto seguido, empezaron a escuchar «muchas voces y muchos gritos». Pasaron al otro lado para ver qué ocurría y en ese momento vieron «salir del túnel gente quemada que pedía auxilio, con la ropa toda destrozada». Impresionadas y muy asustadas, estas niñas —Palmira tiene por cierto que fueron las primeras testigos del accidente— no sabían qué hacer aunque «la Guardia Civil acudió pronto porque el puesto no quedaba lejos». Rápidamente «nos echaron de allí», pero crías al fin y al cabo, y con muchas ganas de curiosear, volvieron al poco rato, desde otro ángulo, para escuchar el segundo golpe. «A mí esa escena se me quedó grabada para toda la vida, la de todas aquellas personas que salían, medio quemadas y con la ropa ardiendo». «Nunca olvidaré los gritos: peor que lo que vi fue lo que oí». Otro de los momentos que se mantienen fijos en su cabeza es el de las vías y sus alrededores «completamente llenos de cadáveres» (Palmira divisó sobre los raíles «una pierna seccionada, con el zapato puesto en el pie») y cómo luego los fueron pasando «al portal de la iglesia» mientras ella y sus amigas intentaban espiarlo todo.

«Cuando volví a casa se lo conté a mi madre y me regañó por no haberme ido inmediatamente», pero poco después el accidente se convirtió en el gran tema de conversación del pueblo y la comarca. Se habló de casos personales y de detalles como el de don Félix Moy, propietario de minas, a quien le quedó dentro «la cartera con el dinero para pagar a los mineros» y el ayuntamiento de Torre hizo llegar a los juzgados de Ponferrada gran cantidad de objetos personales como los registrados en la documentación de 18 de enero en la que constan «…efectos encontrados en el lugar del siniestro del tren correo 421: un rosario, al parecer de oro, con las iniciales A.T. o T.A.; una cadena con una medalla y la imagen de Nuestra Señora de Covadonga, y separada, otra medalla con la imagen de San Antonio sin ningún otro dato particular…». En otros documentos a los que ha tenido acceso este periódico constan «las prendas y enseres de vecinos residentes en esta localidad que facilitaron para el socorro de heridos, y que a pesar del tiempo transcurrido no han sido devueltos a sus dueños, como una «cama turca nueva» o «19 mantas nuevas de lana». De salud delicada a causa del asma y otras dolencias (en 1965 se afincó con su marido en León, en parte por prescripción médica), Palmira mantiene que la visión de aquel suceso le produjo una depresión «que no se me ha llegado a quitar nunca». «De noche lloraba y tenía que pasar mi madre a dormir conmigo». Ha preferido no ver tampoco las imágenes del accidente de Santiago del pasado mes de julio. Le traen demasiados recuerdos.

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