Diario de León

GEOGRAFÍAS

La roca de las vírgenes

en la región noruega de hornindal existe una curiosa piedra horadada con mucha historia

Hornindal, en Noruega. Al otro lado del puente se encuentra la referencia que buscamos.

Hornindal, en Noruega. Al otro lado del puente se encuentra la referencia que buscamos.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Desde la simbólica referencia bíblica que alude a la dificultad, la imposibilidad mejor, de que un camello pase por el agujero de una aguja, como contraposición a una determinada actitud moral, el agujero, las alusiones a este hecho llenan las páginas de la historia, hasta convertirlo en un símbolo de gran importancia. Antes de la Biblia y después.

Juan Eduardo Cirlot, en su famoso Diccionario de símbolos , concreta: «Las piedras horadadas, que reciben formas culturales diversas, son numerosísimas en todo el mundo». Refiero una, como simple ejemplo, ubicada en la Patagonia argentina, concretamente en Catan-Lil, que quiere decir en lengua vernácula «piedras agujereadas», por traerla a colación un leonés precisamente: «Debe su nombre —escribe Ignacio Prieto del Egido en La novela de la Patagonia (1938)— a una piedra gigantesca que hay en el lugar, con un gran agujero, por donde puede pasar algo ajustado un hombre de a caballo. Y aquel portillo natural, lo aprovechaban los araucanos para medir el valor y la felicidad, pues el jinete que pasase a caballo sin tropezar en la piedra, tendría, según ellos, valor en la guerra y suerte en la vida».

En la mitología surgida en torno a esta idea, el amor, la fidelidad, la virginidad también tienen cabida. Es verdad que con frecuencia las piedras horadadas tienen un claro sentido trascendente. Pero es más frecuente que esa relación esté más apegada a la vida cotidiana. Refiriéndose a mujeres, que es el caso que nos ocupa, aún quedan lugares, incluso en Europa, no pocos en España, en que nuestras madres se arrodillan ante estas piedras para pedir la salud de sus hijos. O, en no pocos casos, pasan las estériles por el orificio de una a fin de ver cumplido uno de sus sueños más íntimos, la maternidad.

El centro que ocupa el contenido de este título se desplaza hoy a una región noruega, Hornindal, nombre también de la cercana población, cabecera de la comarca, en cuyas inmediaciones se desarrollan los hechos narrados en la leyenda. «En la historia», recalca un visitante desconocido, afirmación que recibo con una sonrisa, al parecer irónica.

Estamos en un punto rodeado de montañas, siempre con la presencia de la nieve y la vegetación impresionantemente rica, como en todo el país. Un puente, que me dicen tener sus orígenes en el siglo VIII, permite atravesar un río de aguas frías pero cristalinas. Justamente en el otro extremo está la piedra horadada, la piedra del agujero que buscamos, de resonancias históricas envueltas en la neblina que impone el paso del tiempo.

La piedra recibe varios nombres, según la versión que sobre ella se dé.

Una cuenta que las novias que estaban a punto de casarse habían de pasar por el agujero para saber si estaban embarazadas o no.

La segunda versión tiene que ver con las lecheras que, en otros tiempos, estaban empleadas, durante meses, en las granjas de los alrededores. Al finalizar este período eran sometidas, obligatoriamente, a esta prueba a fin de que los dueños de las granjas pudiesen certificar que, en caso de ser así, «no habían hecho nada indecoroso». El entrecomillado certifica que quien escribe y cuenta ahora no está implicado ni en la afirmación ni en el sentido de las palabras utilizadas.

Conozco una tercera versión, «la auténtica», según mi amiga Anni Heyerdahl, a la que cedo la palabra: «Aquí había reuniones periódicas, precedidas de algunos ritos en torno al fuego, para comprobar la virginidad de las jóvenes. Se entendía que las que no pasan por el agujero de esta piedra que ves, o lo hacían con dificultades evidentes, no lo eran. Y se las desterraba. Hasta que se dieron cuenta que había que desterrar a muchas, a demasiadas, y disminuía alarmantemente la población femenina».

Puso cara seria Anni Heyerdahl. Pero ninguno de los dos dijimos una sola palabra. Cruzamos el puente y seguimos el camino. Hacía frío.

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