estanislao garcía, ‘tanis’
Siete décadas de sacristán
Iba para cura pero en septiembre se les apedreó todo el campo y la familia decidió que hacía más falta en casa, con la azada y la horca, así que acabó convertido en el más afanoso sacristán del bajo esla. Eso sí, el misal siempre cerrado... a causa de las brujas
Gloria in Excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis...». «Requiem æternam dona eis...». «Miserere mei, Deus: secundum magnam misericordiam tuam...». Estanislao García García, Tanis , entona la liturgia latina de antes del Concilio Vaticano II con voz grave y bien modulada pese a los deterioros lógicos de la edad, y con la hondura de los cánticos el visitante se siente transportado y comprende al fin que está ante un auténtico profesional seglar de lo eclesiástico que entre labores monaguillescas y sacristaniles lleva la friolera de setenta años íntimamente vinculado a la iglesia de su pueblo, Villamandos de la Vega, aguas abajo del padre Esla.
Aunque estuvieran en pleno acarreo de la yerba o del cereal, Tanis se tiraba del carro abajo para marchar a misa, no fuera a llegar tarde a su preparación, y si moría un vecino, aun en mitad de la noche, visitaban los familiares su casa de forma que el siempre dispuesto Tanis, nada más rayar el alba («ya sabes que no se puede tocar a muerto de noche», recuerda), diera aviso al pueblo. Invitaba a las dignidades a comer o pasar la tarde en días de guardar y la familia ya estaba curada de espantos y acostumbrada a ver arciprestes en la cocina y vicarios en el salón.
Tanis nació en 1931, el mayor de seis hermanos, y los padres disponían sólo de la pareja de vacas para labrar unas pocas fincas de remolacha y secanos, y de un gochico ; era época de mil incertudimbres en cuanto al futuro: «El año que venía torcido de nubes, malo», dice; había que bregar mucho para que no se guijase (germinase) el grano en las eras, «¡cuando vinieron las máquinas ya todo fue vida y dulzura, hombre!», expresa un Tanis que de niño acariciaba un único y reluciente sueño: llegar a sacerdote. Y ya tenían el avío preparado cuando «en septiembre va y se apedrea todo el campo, y el cura que había de aquella en el pueblo le habló a mi padre: ‘Mira que ahora no andas nada bien...’ y le quitó las intenciones.
Tanis lamió aquella herida a base de portar cirios y traer casullas, y acabo convertido en el más concienzudo sacristán del Bajo Esla por unas pocas perricas a cambio; él es todo vocación. Sus misiones: recortar las sagradas formas, repicar para asuntos del alma (a hacendera o a concejo tocaba su buen amigo el alguacil, todo son oficios casi perdidos ya), preparar óleos y vinajeras, y la ropa del señor cura, recaudar los óbolos del cepillo, llevar en andas a su querido San Blas, de prodigiosa garganta... y cantar como los ángeles, él solo, en la tribunal del coro. Hoy sigue en activo, quitando los cantos y subir a la torre, ahora electrificada. De los cinco curas con los que convivió guarda emocionado recuerdo para don Urbano, excelente sacerdote que no dudaba en ayudar a las familias en apuros segando cuando había que segar o subiéndose al andamio cuando se les caía parte de la casa. Una vez se dio Tanis un hachazo en la pierna y el párroco lo metió en su 600 y se lo llevó a la residencia a escape («¿y la misa?», preguntaba el sacristán, angustiado; «¡que esperen!», respondía su amigo). Mucho le dolió cuando aquel hombre bueno murió en accidente de coche, pero siguió Tanis desempeñando el oficio, los obispos le conocen y su pueblo le quiere y respeta, y el pasado 3 de febrero, el día de la fiesta, reconocieron su incansable dedicación con homenaje y placa incluida.
Fue el último en laborar con mula en toda la contorna, negándose a comprar tractor, pero los vecinos le pedían que acudiera con su paciente Rubia a arar los rincones donde no les llegaba la máquina, y también de los postreros en quitar las vacas ratinas, tan sufridas y magníficas.
Sabe estupendas historias de brujas («a mi padre, una vez que iba con los bueyes, le dijo una señora: ‘No llegas a la finca’, y así fue, al poco tiempo se desplomaron») y por su causa siempre, siempre, deja el misal cerrado («si lo dejas abierto, las señoras que son brujas no pueden levantarse del banco», predice, aunque su nieto lo probó y allí no quedó nadie). Son cinco hijos, 9 nietos y una biznieta que dan gracias de que el agüelo no acabara cura. Eso sí, de haber entrado en el Seminario.... ¿qué tal cura hubiera sido usted, Tanis?
—Uno de los buenos. No de los otros.