Diario de León

teófilo luengos salas, ‘teo’

«Hay museos con menos»

«El tío que llevó este uniforme cortó varias cabezas», dice teo señalando una vieja casaca de cruz gamada. pero también libros, cuadros, postales, periódicos y una amplia familia de serios relojes convive en esta milagrosa recámara

bruno moreno

bruno moreno

Publicado por
Emilio Gancedo
León

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Es una apretada avifauna de cobre, madera y latón la que espera al visitante a la altura del número 6 de la calle Descalzos, y en medio de ella, como uno más de los inquilinos de esta reducida rebotica, mansos habitantes con extremidades de muelle y alambre, está Teo pastoreándolos a todos, cuidando de que el almanaque no empuje a la cartilla de racionamiento ni de que la muñeca meta el pie en el molinillo de café. Mazos de viejas postales exhiben paisajes urbanos probablemente ya inexistentes y tesorillos de monedas, cucharas, medallitas y dedales tintinean contentos de recibir, por fin, la caricia del curioso. Se trata de un zoológico preciosista, de un pequeño oasis del coleccionismo cercano a la Real Colegiata —el barrio abunda en librovejeros y artesanistas, y más que deberían ser—, y su patrón, Teófilo Luengos Salas, es hijo de Justino, anticuario que fue bien conocido por los muchos leoneses que aprecian o apilan objetos de antaño.

Teo nació en Castrovega de Valmadrigal, palomares y tapias de adobe, una comarca tan aplastada por la historia que salir comprador y vendedor de antiguallas ha venido siendo allá tan natural como dedicarse a arar los barbechos. El padre regentó tienda de ultramarinos e iba con el carro vendiendo por los pueblos, y entre una cosa y la otra acabó decantándose por el brillante y multiforme mundo de las reliquias. «De aquella se trabajaba mucho los mueble y las cosas de iglesia, si es que antes en cada casa de pueblo había antigüedades, ¡hoy no hay más que chatarra!», vocea Teo haciendo entrechocar husos y cucharas de arte popular, y recordando que de niño ya le fascinaban aquellas cacharrerías. «Me gustaba todo eso, le cogí cariño pronto porque... me parecía misterioso que las gentes de antes fueran capaces de hacer objetos como estos, tan maravillosos. ¡Hoy no se hace nada! ¡Si es todo plástico!».

Tomavistas, radios de válvulas, máquinas de escribir, damas transidas lagrimeando desde añosos cuadros, montañas de periódicos que destilan historia tras haber sido bien prensadas y maceradas las noticias… un uniforme de oficial del ejército nazi con varias cruces de hierro y las coderas rasguñadas, una muñeca —única— de serrín prensado, tela y cuero, ataviada como generala de la II República… ‘ayudas de guerra’ en hojadelata dorada, o sea, los sellos que se ponían en las solapas a quienes daban una limosna a la salida de misa en favor de heridos y familiares (del bando ganador, naturalmente). «Esto es historia», clama, y enseña un manojo de cupones de racionamiento. «Y hay chavales que no saben ni lo que es, ¡pues habrá que saberlo, para que no vuelva a pasar!», y es también historia esto, y lo de más allá, y también estas fotos de jerarcas del nacionalsocialismo, dedicadas de puño y letra a sus admiradores. Cuando Teo levantaba 14 años, su familia se mudó a León, donde Justino puso tienda en la carretera de los Cubos, y la vida laboral llevó a nuestro paisano a cadenas de montaje de toda España, fábricas, térmicas, petroquímicas… hasta que hace ocho años cayó el telón de la crisis y hubo de reinventarse de nuevo echando mano del oficio paterno. «Si no hubiera sido por las cosas de mi padre, me hubiera sido imposible montar esto», dice. Eso sí, indica que Internet y la falta de control están estrangulando a los últimos anticuarios. «Hay mucho buscavidas en el negocio, así que nada, esto da lo justo, justo, para comer»… «¡Pero también es necesario para el turismo! Si los bares lo son, nosotros lo somos más».

«¿Que por qué? Porque se pierden las cosas, al no conocerlas. Y mira, antes, de chavales, coleccionábamos de todo, sobre todo cromos, y por ellos ibas conociendo la naturaleza, los países, los monumentos. Ahora ya los ves, fumando porros por ahí».

—Y otra cosa te voy a decir. Con menos de lo que yo tengo aquí, muchos pueblos han hecho un museo etnográfico. Esto es museo, y de entrada libre.

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