Diario de León

germana viñuela viñuela

Y Dios se lo pagó en años

Guardó en la cuadra a un padre y un hijo que huían de la represión y su generosidad no tuvo límites: Dio leche y patatas a muchos vecinos y a veces sólo obtenía a cambio la frase ‘que Dios te lo pague’. Ahora, con 100 años, entiende el asunto: «y es verdad, al final me lo pagó: en años»

marciano

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Publicado por
Emilio Gancedo
León

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La salvación puede adoptar formas muy diversas, y en este caso adquirió silueta de caldero de zinc, de aquellos donde se ordeñaba, subiendo despacio, despacio, por medio de una polea —sencillo el mecanismo, vital el resultado— hasta el pajar situado encima de la cuadra. Dentro iba comida para dos personas y sobre una tapadera, el pienso de las gallinas que camuflaba su verdadero contenido. Allí arriba estaban escondidos un padre y un hijo que habían venido huyendo desde La Pola, y de una muerte segura, con los dos únicos bienes que habían podido llevarse consigo, la pareja de vacas. En casa de Germana encontraron refugio a cambio de nada, y tampoco a causa de motivo político alguno: sólo por pura humanidad. Cuando terminó la guerra y las cosas se normalizaron, aquellos ocultos inquilinos pudieron regresar a la villa; eso sí, una vez instalados, les llegó el preceptivo aviso desde La Vid: que subieran a por las vacas, ho, que las habían dejado allá.

Así es esta gente gordonesa, franca y honrada, generosa y directa, nada toman de lo que no es propio pero de lo suyo, todo lo dan. Y una buena exponente de la nudosa raíz de este concejo es Germana, que el pasado mes de mayo alcanzó los cien años y que ahí está ella, con sus paseínes y sus filosofías, rodeada de familia y recuerdos. Aún rememora la historia de los hombres que tuvo guardados en casa y en la fiesta de La Pola, su concejal de Cultura, Juan José García Zaldívar, precisamente hijo y nieto de aquellos dos paisanos, recordó el gesto en su pregón: «Los riesgos que ellos corrieron hacen que esa lección la contemos a nuestros hijos para que en su vida futura tengan presente la gratitud y esa presencia de ánimo suficiente para ayudar a los demás a cambio de nada».

Hace unos años compartió vida y experiencias con alumnos leoneses y alguno de los chavalucos le preguntó si no había pasado miedo guardando a aquella gente: «Claro que sí, pero oye, ¡nos tuvimos que hacer valientes!», dijo, siempre sincera.

¿Cómo se llama usted? «Germana Viñuela Viñuela, la más tonta de la escuela», responde hoy, y lo cierto es que poco la pisó, había mucha tarea en aquella casa de vacas, ovejas y cabras, no poco capital en fincas y cabezas –además, huérfana desde los 7 años—, aunque sí pudieron estudiar los hermanos varones: aparejador el mayor e ingeniero técnico de minas el pequeño, pero el primero de ellos, Dionisio, desapareció en el Madrid de la guerra sin dejar rastro alguno después de haber sacado las oposiciones para el ayuntamiento de Burgos. Por muchas vueltas que dio —y que sigue dando— la familia, toda localización ha sido infructuosa.

Una prioridad de lo masculino que combatió Germana en cuanto tuvo descendencia —tardía, pues se casó con el bueno de Domingo, minero y ganadero, a los 37 años y el último vástago lo tuvo con 50 cumplidos—, ya que su gran afán era que todos sus hijos estudiaran. Nuestra gordonesa vivió en La Vid hasta los noventa y la suya es historia de ganados, trillas, acarreos y amase de pan y rosquillas («y de comer, sopas y patatas, y sopas y patatas»). Vendió leche y transportó carbón según el sistema de aquellos ‘vales’ por su pueblo y por Ciñera, y cuando hicieron casa propia, subía ella sola grandes piedras al forcao como un paisano.

Nunca toma pastillas ni va al médico, y hasta hace poco todo lo que comía era natural y contundente, nada de comeretes. No había forma de que probara el yogur, como no le dijera su hija que era «cuajada de las tus vacas ». Sigue leyendo el Diario cada día, al menos las letras más grandes (y sobre todo las esquelas, «mira éste, qué viejo era», dice), y hasta es capaz de seguir echando una partidina de cartas (aunque cuente doce en los ases). Resuelta, sabe refranes y coplas y si no, pues los inventa («Señor Dios que nos dejaste/ muchas deudas que pagar/ no pagando ninguna/ todos quedamos igual»); y sus salidas son memorables y no admiten discusión alguna. «¿Qué por qué me voy a morir? ¡Pues porque estoy viva!».

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