Diario de León

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Hoy, los militantes del PSOE acuden a votar para decidir cuál de los tres candidatos que se presentan a la secretaría general de este partido será quien lidere esta formación, que sigue siendo la segunda en importancia en España, convirtiéndose, por tanto, en algo así como el líder de la oposición. Una confrontación electoral que me está pareciendo -la sigo con distante atención, lo que no siempre es fácil de conseguir- quizá de tono menor, pero interesante y, sobre todo, importante.

Por el tono y las formas, que son muy correctas, y por lo que significa de apertura de un partido político a la sociedad, lo cual, además de inédito, es ejemplar. Loor, en este punto, a Alfredo Pérez Rubalcaba, que ha sabido poner en marcha, con todos sus claroscuros, este proceso, y ha sabido, además, retirarse con honor y sin dar más pábulo a las acusaciones de favoritismo hacia uno u otro candidato que las que han lanzado gentes interesadas en poner palos en las ruedas o, simplemente, desinformada.

Pido al amable lector que no me crea víctima de síndrome de Estocolmo alguno. Ya digo que miro lo que ocurre en el PSOE -y en el resto de los partidos- desde la distancia del mirón, pero con la cercanía del profesional, veterano en la materia. Por eso puedo atreverme a decir que el comportamiento de los tres candidatos, Sánchez, Madina y Pérez-Tapias, es más que educado, lo que me hace sospechar que, gane quien gane, el primero o el segundo -el tercero parece que va de eso, de tercero en dis-concordia-, forzará una ejecutiva de integración, que inicie el viraje que el PSOE va necesitando desde hace muchos más años de lo que pensamos. Porque, en mi opinión, la decadencia comenzó incluso antes de que Felipe González se retirase, derrotado por Aznar, y tras haber asistido, como colofón al desgaste de su Gobierno, a la dimisión del vicepresidente, del ministro de Defensa y del jefe de los servicios secretos. Algún día, supongo, la Historia ajustará cuentas con aquel González que nos gobernó durante trece años con al menos tantas sombras como luces; culpar a Zapatero del declive de un partido que ganó las alecciones de 2004 y 2008 por lo que las ganó, me parece equivocado: solamente aceleró, con sus torpezas, el hundimiento.

Estamos, pues, ante un fin de semana importante, tanto por estas elecciones internas en un partido que puede estabilizar o desestabilizar la situación, como por esos debates, sigo confiando en que sean constructivos y de altura, acerca de cómo regenerar la vida política española que han iniciado en la ‘escuela de verano’ del Partido Popular y que este sábado clausurará Rajoy, quisiera creer que esta vez con un discurso que nos levante del asiento. Sé que sigo siendo un optimista incorregible, pero no me negará usted, amable lector, que algo, algo vamos avanzando, aunque sea tan poco a poco.

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