Diario de León

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El leonés apasionado por el sol naciente

Un agustino de Riaño, Blas Sierra de la Calle, dirige la reforma del gran museo de la orden en filipinas, ubicado en un antiguo convento que ha resististido terremotos y guerras, después de haber dedicado su vida a otro museo, el oriental de Valladolid

Imagen del convento de San Agustín de Manila, en la capital de Filipinas, edificio que acoge el museo de los agustinos de cuya reforma se encarga el religioso leonés.

Imagen del convento de San Agustín de Manila, en la capital de Filipinas, edificio que acoge el museo de los agustinos de cuya reforma se encarga el religioso leonés.

Ponferrada

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Blas Sierra de la Calle (Riaño, 1948) es un religioso agustino apasionado del papel de sus hermanos de orden en la Historia de la Iglesia. Desde 1980 dirige el Museo Oriental de Valladolid, la mejor colección de España sobre un territorio tan lejano como sentido por este leonés de pro, que desde hace dos años suma, además, un cargo más: dirigir y coordinar la reforma del otro gran museo de los Agustinos, ubicado en el convento de San Agustín de Manila, en Filipinas.

«Yo lo considero un milagro; es el único edificio que ha sobrevivido guerras y terremotos desde su fundación, hace 400 años. Es el edificio más antiguo que existe en toda Filipinas. De ahí que la Unesco lo haya declarado Patrimonio de la Humanidad. En él se pueden contemplar las más antiguas esculturas existentes del periodo español, precisamente en la sillería del coro realizada también hace más de cuatro siglos», explica con pasión.

El año pasado viajó dos veces a la antigua colonia española para ultimar las obras y prepara un nuevo viaje para este mes de marzo con la idea de que la reforma sea inaugurada a finales de este 2015.

El edificio, añade, no sólo destaca por esas esculturas. En sus muros se encuentran también las pinturas más antiguas de Filipinas, descubiertas en algunos de los frescos del coro y del refectorio, así como cantorales y libros centenarios, algunos del siglo XVI, realizados también por frailes agustinos. «No existe en Filipinas ningún otro edificio tan lleno de arte, historia y cultura. Por allí han pasado unos 3.000 misioneros agustinos que trabajaron en Filipinas, China y Japón. Fue el centro de nuestra expansión misional en el Extremo Oriente», añade el religioso riañés, que como toda la gente de la Montaña de León destaca por su cordialidad.

Los misioneros españoles viajaron al Extremo Oriente alentados por el sueño de Cristóbal Colón de conquistar las ricas tierras de Catay (China) o Cipango (Japón), de las que ya había hablado Marco Polo en su «Libro de las Maravillas», escrito en 1298. A Filipinas, en concreto, llegaron fray Andrés de Urdaneta y cuatro agustinos más en 1565. Fueron los primeros evangelizadores de las islas, a los que siguieron durante cuatro siglos esos 3.000 más, «de los que 2.000 saldrían de esta casa de Valladolid», explica Blas Sierra de la Calle.

Fruto de esa aventura misionera -«larga e intensa»-, es el Museo Oriental de Valladolid, fundado en 1874 y ubicado en el Real Colegio de Padres Agustinos, construido a partir de 1759. La muestra actual se renovó en 1980 y consta de 18 salas de arte chino, filipino y japonés.

Blas Sierra de la Calle llegó un poco antes, en 1978. «A nivel personal, considero que han sido años de crecimiento humano, espiritual e intelectual, con una vida plena, feliz y fecunda». Y como institución, añade, «es un punto de encuentro privilegiado entre Oriente y Occidente, entre credos, culturas y estéticas diversas, que -en la medida que Occidente y en este caso España, están despertando a Oriente- está llamado a ser un punto de referencia ineludible para todo aquel que desee descubrir el Oriente».

Oriente y Occidente. Occidente y Oriente. Dos mundos que hay que saber entender, insiste. «Es una cuestión compleja -matiza el religioso leonés- y se corre el riesgo de caer en simplificaciones. De todos modos a mí me gustaría destacar algunos rasgos. En primer lugar, yo veo en los países del Extremo Oriente una gran carga de lo espiritual y respeto por lo sagrado. Budismo, Hinduismo, Taoismo, Shintoismo, Cristianismo, Islam.... son vividos con fuerza e invaden la vida de las personas y la sociedad. En el mundo occidental, el fenómeno del materialismo ha hecho que el único dios sea el dinero».

No es el único aspecto que destaca. «Yo aprecio en Occidente un mundo superacelerado. No existe tiempo para nada. Mientras que en Oriente se vive a otro ritmo, más tranquilo, más pacífico. En las relaciones humanas e incluso comerciales aquí en Occidente todo tiene que ser autómatico: ya y ahora. El mundo Oriental tiene otro ritmo, un ritual, un tiempo amplio de conocimiento y espera antes de tomar decisiones».

Blas Sierra de la Calle estudió Filosofía en Valladolid y Roma, y Teología y Bellas Artes en la capital italiana y se licenció en Dogmática en la Universidad Gregoriana. Profesor de Teología en Roma de 1976 a 1998 y en el Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid desde 1974, es director del Museo Oriental de Valladolid desde hace 35 años y experto en arte y etnología de China, Japón y Filipinas. Comisario de una quincena de exposiciones itinerantes de arte oriental, ha publicado más de 300 artículos, y 30 libros de arte y etnología de esos países y de temas misionales. Prueba de su altura intelectual es el hecho de que la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla le nombró Académico Correspondiente en Valladolid y el Emperador de Japón le concedió la Orden del Sol Naciente «con rayos de oro y plata».

«De niño -recuerda Blas- consideraba el valle de Riaño como el paraíso. No podía haber nada más bello, ni mejor. Me preguntaba: ¿Qué habrá más allá de la Sierra de Hormas, y el Yordas y el Jilbo, y la Sierra de Carande…?». Una pregunta que respondía como podía en los mapas de la escuela, en las esferas del mundo y en los atlas geográficos y que en el Seminario de Valencia de Don Juan un antiguo misionero en China, el padre Ángel Cerezal, le fue descubriendo.

De Riaño guarda los recuerdos de la infancia. Su familia, los vecinos, las nevadas... «Me encantaba ver nevar con la nariz pegada a los cristales, y ver a las vacas que llevaban a beber agua a la presa». O la primavera y el verano. «Cuando llegaba el Corpus recogíamos ‘zapatines’ de las escobas para arrojar en la procesión. Julio y agosto eran para recoger la hierba, y después venía la trilla y ayudar lo que se podía», recuerda, no sin nostalgia. «Como fraile agustino quería haberme dedicado a la escultura y a la pintura. Antes de ir a Roma ya pintaba y tallaba en madera», confiesa.

El encuentro con Roma, Florencia, Venecia, Italia supuso para él «una borrachera de arte», y así se lo sugirió a su superior, el padre Julián G. Centeno, actual obispo en Perú. «Él me dijo que, a ratos perdidos, podría dedicarme al arte, pero que en Valladolid, en nuestro seminario, se necesitaba un profesor de Teología». Curiosamente, en 1978, el mismo superior le pidió que reorganizara el Museo Oriental de Valladolid. Muy pronto verá cumplido un nuevo sueño.

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