Diario de León

JAVIER FERNÁNDEZ ZARDÓN

‘MOTORINES WAY OF LIFE’

junto a guzmán y el gallo isidoriano es la figura más reconocible de la ciudad. siempre ataviado de sombrero y pajarita, papón y seguidor del atlético, es un maestro del periodismo automovilístico que lleva desde 1974 siendo jurado del coche del año en españa

ramiro

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Publicado por
emilio gancedo
León

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Lo mismo que si un personaje de Hergé emergiese de los soportales catedralicios y se dirigiese con paso animoso, tocado de sombrero y pajarita, a nuevas y apasionantes aventuras —tertulias paponiles, diatribas balompédicas, conducciones velocísimas—, calle Ancha abajo: así es la figura inconfundible de Javier Fernández Zardón, ‘Motorines’ aquí y en la Indochina. Unos Hernández y Fernández fundidos en la misma persona enchalecada y embigotada, singular su parla bien nutrida de diminutivos asturleoneses, cariñosos motes blancos, vocablos gabachos y hasta latinajos; el resultado, un cazurro perdido en Moulinsart o una criatura escapada de la Feria del Cómic de Angoulême. Haga lo que haga, Motorines parece hablar en bocadillos y moverse siempre entre viñetas.

Vio su luz primera en el sanatorio de don Carlos Aparicio («¡allí nació este hermoso niño!», salta), año del Señor de 1952, y sus padres vivían en la única casa por entonces levantada en la plaza de San Marcos, la de Moratiel. Hijo único («¡como para aguantar otro igual!», apostilla) del señor Primo, agente comercial colegiado y piloto de cazas que patrulló el Estrecho en los últimos años de la II Guerra Mundial, y de la señora Peti, perito mercantil capaz de seguir sumas kilométricas en enormes libros de cuentas, el futuro amante de los motores de explosión estudió («pon mejor que estuve matriculado porque estudiar, lo que se dice estudiar, no estudié nunca») en los Agustinos mientras en casa jugaba con un Mercedes 300 SLK de la casa Payá («coño, con el que Pierre Levegh murió en Le Mans en el 55», ilustra, y todo su discurso es un continuo fluir de anécdotas automovilísticas y un hilvanar de nombres, pódiums y genealogías).

Motorines tiene siempre un ‘oui, monsieur’ en la boca porque durante cuatro veranos lo mandaron a Montpellier a estudiar francés (y allí despertó «a la vida», dice, y vaya usted a saber lo que eso significa), circulando por las rues a todo lo que daba el ‘velosolex’.

Temprano lector de Tintín, cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, respondía él que periodista como su héroe de flequillo («fumaba en pipa como el capitán Haddock»), y compatibilizaba esos afanes con sus primeros rallies, y de copiloto con Nacho Ciriaco ganó el de La Pola con un Alpine A 110, todo esto con quince años («eso sí, cogí un globo... lo eché todo fuera»). Luego empezó a pasearse por Proa , husmeando de tal modo que el recordado Chencho acabó voceando: «¡Dadle una página de motor a este chaval y que deje ya de dar el coñazo!».

Y así, hace cosa de 42 años, comenzó sus colaboraciones con la prensa leonesa, lides en las que hoy, en este Diario, continúa con ánimo siempre inquebrantable: un lunes no parece lunes si no abre la puerta Motorines entonando su «¡Bon jour!» de rigor. Pero también colaboró con publicaciones como Motociclismo, Fórmula, Motor 16, Época o Motorauto (en ésta de editor y probador, en pruebas que ocupaban 10 y 15 páginas), fue jefe de prensa en RACE y lleva siendo jurado del coche del año en España... ¡desde 1974! Echa la cuenta de todos los coches que ha tenido y le sale una decena, entre ellos un 127, dos Puntos, un Croma… aunque en los rallies anduvo también con un Seat 850 coupé y un 1430 impecables, con papá y mamá de sufridos asistentes («se volvían todos locos con los sándwiches de Peti»). Y de los probados, si tiene que elegir sólo uno, se queda con el deslumbrante Ferrari F40.

Semanasantero de pro, hermano de las ‘tres históricas’ pero miembro del Dulce Nombre desde los diez años, ganó premios como el de la Casa de León en Madrid con su excelso glosario Palabra de papón además de ofrecer el pregón de vísperas de La Horqueta y montar cada año con sus camaradas —la Iluminada Compañía— ese fantástico Teatrillo de vitrina en el escaparate de Juan Lesmes. Tradiciones que ha convenientemente retratado (algunas fotos suyas se convirtieron en vibrantes carteles) con las Leica, Péntax y Canon cruzadas al pecho.

La entrevista acumula cargos y honores y entonces Motorines salta y bufa, pues nunca sabes por dónde puede salir esta irrepetible mezcla de dandy e histrión, de detective belga y de genial volatinero.

—¡Pero si estamos en vigilia! ¡Luisííín, hijo, para, no nos pongas callos!

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