progreso monroy
un anarquista en la catedral
hijo de un camarada de durruti y con una hermana llamada libertad, fue bautizado ‘de urgencia’ en la mili. «los obreros de hoy no tienen cojones», sentencia
Reunieron a todos los chavales en el patio y, siguiendo el método del puro azar, hicieron dar un paso adelante a Progreso Monroy, ‘el Pili’, como le conocían todos en el barrio de Santa Ana. Y le preguntaron que si había Dios. El rapaz no dudó un instante la respuesta: «No».
—Y entonces, ¿quién hizo esta mesa?
—El carpintero.
—¿Y este árbol?
—La Naturaleza.
—¿Y esta chaqueta?
—En una fábrica de Barcelona.
A cuenta de tenerlo todo tan claro, el niño Progreso se llevó muchos broncazos y algunas tortas, y los curas y las monjas no paraban de horrorizarse en su presencia y de echarse las manos a la cabeza. Aún así jamás se arredró ni echó el pie atrás. El modelo, la pura imagen del compromiso obrero y de la coherencia proletaria que tenía en casa era demasiado elocuente: Progreso nació en 1927 en la calle Rollo de Santa Ana, y era hijo de Florentino, uno de los anarquistas más preclaros de cuantos descollaron en esa singularísima trastienda leonesa de rebeldía y reivindicación, muchos artesanos y ferroviarios plantando cara a los opulentos poderes de la ciudad inmemorial. Era buen camarada de Durruti, a quien llamaba ‘Pepe’, y compartía con él cenas y muchas noches de confidencia y debate. Y se distinguió en las luchas por asegurar la implantación de las ocho horas de labor diarias.
Pero cuando estalló la guerra, el señor Florentino, que era un ebanista muy capaz, entró en casa y, por todo comentario, dijo: «Con el capitalismo no hay quien pueda». Y ahí comenzó un vía crucis de escapadas y refugios («estuvo muchas veces escondido en casa, ¡los guardias le tuvieron en los morros, con sólo una pared de por medio!») que también le llevó a conocer varias cárceles y, por fin, a escapar andando («¡por los montes!») hasta Gijón y de allí a Barcelona y a Toulouse, donde vivió hasta la muerte de Franco. Sólo entonces regresó.
De los cuatro hijos que tuvo, a uno lo llamó Progreso y a otra, Libertad. Y sin agua bendita de por medio, sólo papeles en el juzgado, algo del todo inusual para la época incluso tratándose de un miembro de la CNT. Nombres líricos y revolucionarios que después ocasionarían múltiples quebraderos de cabeza a sus poseedores. «A mi madre le abrieron consejo de guerra por no tenernos bautizados y la llevaron presa a San Marcos. Yo y mi hermana nos metíamos en la maleza del río a ver si la veíamos. Y oíamos unos gritos... ‘¡Firma ahí!’ ‘¡Que no!’, y luego venga golpes... Al cabo de un rato asomaba mi madre y nos decía que marchásemos de allí».
Cayeron varios en los márgenes familiares. A un tío le sacaron la dentadura entera a golpes, cerca de la muralla. «Y a nosotros no nos fusilaron porque éramos unos niños, que si no también. ¡Qué te crees!». A Progreso lo bautizaron con veintipico años en Valladolid, lo mismo que a un bebé, arrimado a la pila, al enterarse el cura castrense de una falta de cristianía que él llevaba muy a gala aun en pleno nacionalcatolicismo. Tantos eran sus arrestos que en la casilla de ‘religión’ de la cartilla militar él colocó, brioso, ‘ninguna’. Y un hermano suyo, rápido, borró aquello y escribió encima: ‘Católica, Apostólica y Romana’. Y exhibe la vieja y amarillenta prueba.
El lío burocrático con el nombre fue tal que se vio obligado a cambiarlo pero ya tarde, al tiempo de sacar el carné de conducir. Por eso a este fontanero y hojalatero que durante más de veinte años regentó taller en la calle Santa Cruz unos pocos lo conocen por Progreso, otros por ‘el Pili’, otros más por Vicente (como el abuelo, nombre elegido para el cambio) y los más, por Monroy. También fue maestro en la Escuela de Oficios y forró de plomo todas las canalizaciones de la Catedral. Paradojas del oficio, la mayoría de los faroles de los pasos de Semana Santa son también suyos. Siempre vehemente, enérgico, se defiende: «Había que comer, ¡no te fastidia! Y habla de la situación actual: «Los sindicatos de hoy no tienen más que lengua... ¡Una huelga general hacía falta como las que preparaba la CNT, cojones!».
Y si uno duda, le anima con su fórmula habitual:
—Lo que te diga Monroy.