Diario de León

saturnino garcía

«interpreto para ser más»

«el actor no tiene misión social alguna, la tiene el libro, ¡el libro!», recalca este rostro clásico de los escenarios, aún en activo y ahora implicado en el nuevo proyecto fílmico de ‘epi’ rodríguez

ramiro

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Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Es el rostro menos ficticio del cine español, un Goya revelación con muchos surcos de vida en las manos y en el gesto y un nombre sufrido y agropecuario. Tiene este actor mirada celtibérica, apta para desempeñar los papeles más auténticos o más imposibles, que las dos cosas se tocan, como un puntillero criminal o un chófer futurista y disminuido, pero sus personajes se cuentan por cientos y a ellos se enfrenta siempre con dura determinación de labrantín.

Intérprete completo y sin fisuras, máscara griega con raíz en la vega maizal del Esla, la afición («¡no!, ¡la pasión»!, precisa) de Saturnino García por la interpretación, o quizá la necesidad pura, no lo sabemos, le hace hoy continuar transitando, a pesar de su edad, por el poco y mal iluminado camino de candilejas. El viaje a ninguna parte , Amantes , Acción mutante , Justino, un asesino de la tercera edad , Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto , Salto al vacío , El día de la bestia , Matías juez de línea , Agujeros en el cielo … películas resaltadas con negrita en la historia del cine español y un tipo que empezó como peón metalúrgico afanándose en ellas, preparando papeles con la misma devoción del matador antes de entrar al ruedo, aunque su estampa sea más de monosabio o de portero de finca urbana, un delgado y correoso Sancho de las verdades.

Saturnino nació en Bariones de la Vega, justo antes de la raya con Zamora, y su segundo apellido es, responde él, «¿pa qué?», haciendo ver la inutilidad de esos datos accesorios, aunque al final accede a desbrozar ciertas malezas de la memoria. Hijo de «labradores en pobre», aquellas familias eran «carentes pero no amiseriadas», con «verdadera dignidad» en su forma de ser. Recuerda su infancia «gratamente», y quien no lo haga así, «o es un pobrecico o es un resentido, o muy dura e injusta ha sido la vida con él», porque Saturnino habla de esa manera, como leyendo de libreto, y en cualquier momento parece que vaya a hacer mutis por el foro. Acudió a la escuela «sagradamente, hasta los catorce», pero a la vez ayudaba en casa y en las fincas, «lo cual era otro modo de educación». Bucólico por momentos, asegura que el campo «es todo poesía». «El trabajo en el campo es lo más natural y lo más humano que hay».

Por Bariones pasaban cómicos y cupletistas, y quizá aquellas semillas esparcidas a voleo en el salón de baile con pianola acertaron a calar en Saturnino, ya que los pueblos «tenían una vida de sociedad enorme» y «en uno de cien vecinos había más relación, antes, que en uno de 5.000 hoy; con cualquier motivo se hacía baile, nosotros éramos 40 mozos y 40 mozas». Se acuerda de la primera sesión de cine mudo que presenció, y de las protestas de algunos cuando apagaron la luz. «¡Callad, coño, que tiene que ser a oscuras!», voceaban los entendidos.

Con 17 años la cresta de la ola del éxodo rural español, aquella migración con tintes bíblicos, lo depositó en Baracaldo, donde empezó a trabajar en una fábrica de ventiladores. Pero él, que siempre ha sido «algo pensante, que no pensador», enseguida se dio cuenta de que aquello de las capitales no era como había pensado. «Yo creía que capital era igual a señorito, o sea, a ilustrado, y en pocos días vi que eran tan o más zoquetes que en el mi pueblo , sólo que tenían un ligero barniz de fútbol y ciclismo echado por encima».

¿Y qué le llevó a ser actor? Ni él mismo acierta a explicárselo. «Tú dejas caer aquí en León a veinte chavales de pronto y todos irán siguiendo el camino que les marca su querencia natural, uno irá al Barrio Húmedo y otro a la Catedral». Los pasos de Saturnino, su «amor al saber» le llevaron a clases nocturnas, a la biblioteca y a unos primeros grupillos con los que representó comedias incluso en el Hogar Leonés de Bilbao. «Luego te das cuenta de que todo es vanidad, pero yo no me metí en esto por ser famoso, yo me metí —y se esfuerza en la difícil concreción— por ser más... y por representar la ilustración que no tengo». Hizo circo, payaso listo formando pareja con otro tonto, y ahí descubrió su versatilidad. «Yo soy un actor genérico, un actor-pato, ya sabes, como dijo Iriarte, que ‘ni anda como el gamo, ni vuela como el sacre, ni nada como el barbo’, pero de todo eso, algo». La diferencia la marcó su entrada en la laureada compañía Akelarre, que acabó introduciéndole en la rueda de contactos y repartos de Madrid.

A las órdenes de Juan Luis Buñuel, Mercero, Fernán Gómez, De la Iglesia, Urbizu... en películas, funciones y series de televisión, tuvo años «de no parar de rodar» (para el cásting de Justino , la que más fama le dio y en la que más disfrutó, estaba tan convencido que entró diciendo «¡Justino soy yo!», porque ya sabía que habían andado «buscando ‘Justinos’ por todo Madrid») hasta llegar a aquel premio Goya de 1994 sin agradecimientos concretos («el premio es para mí, qué dedicatorias ni qué pollas»).

¿Y te lo alabaron mucho en el pueblo, ese Goya? «Bueno, bien, vamos, normal, ya sabes cómo somos... sólo al cabo de un año un sobrino me dijo por lo bajini: ‘Oye, tío, que sepas que estamos muy orgullosos de ti…’».

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