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rosa domínguez gutiérrez

más con saya que con falda

si tuviera que escoger sólo un baile, esta activista de lo auténtico elige sin duda alguna el chano «o la jota montañesa», recuerdo de su infancia en los barrios

secundino pérez

Publicado por
emilio gancedo
León

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Si uno echa cuentas de los cientos de festivales, excursiones, exhibiciones, recreaciones, bailes ‘de era’ y romerías que ha abanderado a lo largo de su vida la buena de Rosa, es muy posible que esta mujer tan afable como imparable se haya pasado más tiempo con el rodao puesto que con la falda, más en traje ‘del país’ que de calle, más con ropas artesanas, pespunteadas de memoria, que con esas otras hechas en serie y en talleres sudasiáticos que hoy porta casi todo hijo de vecino. Y es curioso que Rosa Domínguez, la gran activadora del folclore leonés, sea nacida en Benavente (aunque ya se encarga ella de recordarlo: «Zamora también es leonesa»), año de 1945, de padre avileño de La Adrada y madre del cercano San Cristóbal de Entreviñas ennoviados en Madrid.

Eso sí, cuando contaba con sólo 18 meses de edad marcharon todos a vivir a Los Barrios de Luna («entonces, como ahora, había que irse adonde hubiera trabajo»), cuando el cabeza de familia encontró ocupación en las obras del pantano de Luna («todos esos túneles que ves los barrenó él, y de eso murió, de la silicosis de la piedra, que es peor que la del carbón», asienta) y más tarde los hermanos se emplearon en la minería comarcana. De esta manera, y desde la más temprana infancia, Rosina respiró los ritmos de la vida tradicional luniega, prolongada hasta hace no tantas décadas en estos montiscos valles occidentales. «Yo siempre vi a las mujeres mayores vestidas de pañuelo, sayas y mantones, eso no lo quitaron nunca, y nosotras, cuando ‘corríamos el carnaval’, como decíamos, nos encantaba ponernos esas mismas ropas», hace memoria Rosa, acordándose de la señora Nieves, que sabía «un ciento de canciones y romances» y de que entonces cada mujer era una maestra panderetera («cuando ellas la soltaban, yo la cogía»). Y precisamente porque en su casa obrera y al principio forastera no existían ni esos instrumentos ni esas voces (aunque el padre era buen cantador y recitador, y la abuela zamorana, gran bailadora de jotas), en Rosa prendió una afición bárbara por las raíces. «Con decirte que el primer sueldo que tuve lo empleé en comprar un mantón…».

Vivieron en Barrios, en Otero de las Dueñas y luego ya en la capital, donde Rosa decidió consagrarse a la perpetuación de unas formas de diversión y de atavío que por entonces ya cuarteaban y se derrumbaban a ojos vista. Primero con la asociación del barrio de Mariano Andrés, donde empezó a familiarizarse con las diferentes formas de acercarse a esto del mantenimiento de lo tradicional («no es lo mismo salir a bailar a la pradera, así sin más, que una coreografía con sus filas, sus entradas y salidas, intentando que quede todo más lucido, etc.») y prosiguió en aquel recordado grupo llamado Reino de León —sí, exacto, el que salió en Gente joven , el popular programa televisivo— acompañada de Javier Emperador, gurú leonés de la indumentaria llariega en cuya tienda homónima trabajaría veinte años adquiriendo y vendiendo ropas antiguas, conociéndolas cada vez más a fondo y preparando réplicas perfectas; toda una labor de orfebre que acabaría fraguando en una gran colección hoy atesorada y exhibida en el Museo de la Indumentaria Leonesa de Valencia de Don Juan y en el Museo de Bembibre.

También regentó tienda propia otros seis años y fundó o formó parte de numerosos colectivos, ahí están Tenada, la Escuela Municipal de Formación Tradicional, Abesedo, la asociación Quevedo… y hace ya veinte años Hacendera, cuyos integrantes le tributaron el pasado fin de semana un entrañable (y sorpresivo) homenaje por estar siempre con el pie en la madreña. «Lo mío ha sido, y sigue siendo, enseñar. Enseñar y enseñar». Son muchas las generaciones de chavales que han pasado por sus manos pacientes («yo nunca les riño, ¡nunca!»), y repite que la clave para que esto se perpetúe «son los niños». «Para ellos es un juego, tú bailas y ellos te intentan seguir, y si cogen afición nunca la pierden, ya pueden estar estudiando en Madrid o donde sea que siempre intentan volver, y además se lo inculcan a sus hijos», explica.

Entonces, Rosa, con la riqueza etnográfica tan gigante que hay aquí, ¿qué falta para que se produzca el boom del folclore leonés? «Dos cosas: un buen festival como teníamos antes y un lugar donde todos los grupos de León podamos ensayar. Porque ahora estamos ensayando… ¿te lo digo? ¡En un pasillo!». Y afianza: «No vamos a ganar nada con esto, sólo necesitamos cierta infraestructura, ¡pero si sólo lo que llevamos puesto vale millones!». Y es además nuestra cultura, ¿no merece eso un poco de apoyo?», razona.

No se apeará Rosa «hasta que no haya un relevo bueno, o sea, alguien tan peleón como yo». Y aprovecha la ocasión: «¡Pon ahí que desde que tienen tres añines ya me los pueden traer para enseñarles!».

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