Mitología Cristiana (1)
Fiestas Paganas
La Iglesia católica asumió numerosas festividades heredadas de la Antigüedad, así como la conmemoración de figuras paganas cristianizadas que también fueron asimiladas
La introducción del cristianismo en León fue una consecuencia más de su pertenencia al Imperio Romano, por donde se fueron extendiendo diversos cultos orientales, como lo fue el cristianismo en sus orígenes.
Las primeras comunidades cristianas debieron de establecerse en medios urbanos, y, de hecho, el testimonio más temprano de la fe cristiana en lo que hoy es la provincia de León lo constituye una carta de Cipriano de Cartago de mediados del siglo III donde se alude a la apostasía del obispo Basílides de la sede de Astorga y León; sin embargo, su implantación en las zonas rurales fue más lento y no se consumó hasta siglos después de que el cristianismo pasara a convertirse en la religión dominante del occidente europeo, como se deduce de la célebre diatriba contra las supersticiones paganas de San Martín de Braga escrita a solicitud del obispo de Astorga Polemio, «De correctione rusticorum» (574), donde se recoge un amplio catálogo de creencias y prácticas paganas arraigas en el noroccidente peninsular en el siglo VI, al menos en los ámbitos rurales y privados. Adviértase que el término pagano deriva del latín «paganus» que significa «habitante del campo».
Podemos suponer razonablemente que la evangelización cristiana de León fue hasta cierto punto una labor de compromiso con los cultos locales romanos y prerromanos, como ocurrió en otras regiones europeas. El Papa Gregorio Magno (590-604), por ejemplo, ordenó a los misioneros enviados a Inglaterra que los templos paganos fueran respetados pero purificándolos, y que solo los ídolos antiguos habrían de destruirse sustituyéndolos por altares con reliquias, justificando que la gente seguiría acudiendo a los lugares de culto acostumbrados; así mismo, este Papa también prescribió que las fiestas paganas deberían de conservarse aunque acomodando al culto cristiano los sacrificios y rituales gentiles.
Esta apropiación por el cristianismo de los elementos paganos que no pudo erradicar se verificó especialmente en el calendario sagrado precristiano. Mircea Eliade señalaba a este respecto que parte de la religión popular de la Europa pagana ha sobrevivido, disfrazada o transformada, en las fiestas del calendario o en el culto de los santos. Así, en muchas lenguas europeas las denominaciones de la mayoría de los días de la semana o de los meses son de origen mitológico, pero también otras arraigadas celebraciones relacionadas con eventos astronómicos revelan su procedencia precristiana como es el caso los solsticios. En el solsticio de invierno, cuando acontece la noche más larga del año, se celebraba en la Europa romana el nacimiento del Sol Invicto y posteriormente el nacimiento de la divinidad de origen persa Mitra, y en esa fecha precisamente acabó conmemorándose la Navidad cristiana aun cuando ninguna prueba hay de que Jesucristo naciera en ese tiempo.
La noche más corta
Algo similar sucedió con el solsticio de verano, la noche más corta del año, cristianizada como la noche de San Juan, que concentra gran número de rituales relacionados con el agua y especialmente con el fuego, pues durante esta noche es tradición quemar hogueras en numerosas localidades leonesas manteniendo un rito ancestral común a buena parte del occidente europeo, significando así el triunfo de la luz sobre las tinieblas. San Juan tiene fama de ser una noche mágica, propicia para desarrollar ritos purificadores y protectores, como hacían en Santa Catalina de Somoza bañando el ganado la víspera de la Noche de San Juan, o para que se manifiesten los seres sobrenaturales de la mitología leonesa, como las moras o mouras.
Sobre el eje temporal de los solsticios se construyó un antiquísimo calendario que subdividía el año en ocho hitos principales que tenía en cuenta además los equinoccios (los dos momentos del año en los que la duración de las noches y de los días se igualan, el 21 de marzo y el 21 de septiembre), y cuatro fiestas desplazadas cada una cuarenta días en relación con los solsticios y los equinoccios situadas a mitad de cada estación: el 1 de febrero, el 1 de mayo, el 1 de agosto y el 1 de noviembre. Es en la antigua Irlanda celta y en el folklore moderno de ese país donde estas fiestas están mejor atestiguadas y estudiadas; los nombres que recibían en gaélico son, respectivamente, Imbolc, Beltaine, Luganasad y Samain. El calendario festivo leonés evidencia que esas fechas también tuvieron gran relevancia aquí como ha constatado de forma brillante el investigador Miguel Ángel González.