Diario de León

joaquín colín gonzález

todo un siglo de victorias

su familia sospecha que tiró más bolos que cafés puso en el victoria, mítico local donde fue camarero durante cincuenta años. en agosto se asoma al siglo

bruno moreno

bruno moreno

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emilio gancedo
León

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Un hijo le sostiene por cada lado, otro le sujeta la camisa y la petrina por detrás y entre todos equilibran como pueden al paisano, que se echa hacia delante, aguza la vista nublada en dirección al castro y de repente imprime a la mano el mismo movimiento pendular que repitiera centenares de miles de veces junto a sus compadres. Lanza la media bola... «y a veces hasta hace algún once », avisa una de sus hijas.

Muy a su pesar, Joaquín Colín no pisa ya la arena de las boleras más que con las ruedas de su silla. Fue su pasión y su «segundo oficio», pero hoy sólo se anima a tentar el miche en la bolera doméstica que habilitara uno de los hijos en su chalé de Rabanal de Fenar, pueblo en el que Joaquín —el ‘señor Colín’— naciera hará un siglo completo el próximo 24 de agosto.

Atesora trofeos de tres disciplinas diferentes: bolos, ajedrez («me enseñó Miguel Ángel Nepomuceno y llegué a jugar de igual a igual con él») y aquellos ‘problemas curiosos’ que inventara un jefe de Minas y en el que Juaco se mostró imbatible «hasta que fallé el más fácil», se duele aun hoy. La cabeza le daba para eso y para mucho más. Cabeza y cuerpo duros, como demostraba subiendo al monte Los Ferrones «casi a cuatro patas» con seis añines, caminando por lentejas a Gordón y, los sábados, de vuelta a casa —durante la semana estudiaba en La Robla—, siempre piti, piti. Recuerda cuando bajaban El Rabizo a toda velocidad en unos patinetes de su invención, escalabrándose día sí, día también, y del incendio del famoso calero, cómo le cayó un ladrillo en la cabeza cuando fue a ayudar y cómo no se dio cuenta «hasta el día siguiente, que vi la sangre». Lo mismo le ocurrió en la guerra, en Teruel, cuando le hirieron en las dos piernas y se enteró una vez alcanzado el puesto («todos los heridos de ese día llegamos caminando»). Lo tuvieron en el sanatorio pero «casi ni me miraron ni me sacaron cosa alguna, ¡ahí dentro habrá quedado el metal!», ríe.

Fue una guerra en la que Colín combatió en el bando que por convicción no le pertenecía, pronto afiliado a la UGT, dolido en el alma por el fusilamiento del secretario de Hostelería del sindicato, compañero suyo, y mediador en infinidad de conflictos entre trabajadores y jefaturas. Ese compañero lo era del Café Victoria, mítico establecimiento leonés en el que entró con quince años y trabajó cincuenta. «Lo peor era traer la barra de hielo en la bicicleta...».

La afición a la bola cacha ya le había mordido en el pueblo, y en la capital la retomó en aquella bolera que era taberna, pensión y pradera a un tiempo, Villa Evarista —queda el rótulo— donde conoció al que fuera su gran amigo, «el señor Benito» como siempre dice, el del bar hoy también centenario, y allí mucho tiraron y merendaron y rieron y conversaron y buscaron evasión a las durezas de la vida.

Por eso no se puede dejar pasar la ocasión sin pedir consejos al señor Colín. ¿El secreto de soportar con entereza el yugo del matrimonio? «No verse demasiado». ¿Y para llegar a los cien? «Tú intenta, pase lo que pase, mantenerte en pie».

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