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CON MOVILIDAD REDUCIDA (7) Un viaje nostálgico por la literatura y la música de Estados Unidos

vendiendo el alma al diablo

Dialogando con el Maestro.

Publicado por
J. A. GONZÁLEZ (JOHNNY)
León

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MISSISSIPPI

El concierto es en una Galería de Arte al lado del Museo del Blues y cuyo dueño era uno de los armonicistas que habíamos visto tocar por la tarde. Quizás era una suerte de animador cultural. El grupo era un trío clásico: batería y bajo blancos que acompañaban a un guitarrista y cantante negro, que vestía un atuendo casi moro. A media actuación invitaron a cantar a uno de los asistentes, alto, delgado y viejo; nos dijeron que era un actor de cine y relacionado con Clasrkdale. El dueño del local se puso a la batería y el blues del Mississippi nos envolvió con su aroma hipnótico.

La mañana del segundo día la dedicamos al museo de la Hw.61 en el pequeño pueblo de Leland. Johnny Winter, el guitarrista tejano, dedicó una canción a este pueblo y ayudó a desarrollar el proyecto museístico. La pequeña comunidad le reconoce sus desvelos en una placa de la Trail of Blues a la entrada del museo.

Un guitarrista negro ambienta la entrada del local y un joven tras un mostrador nos explica que están tratando de hacer un homenaje a todos los bluesmen que recorrieron la Hw.61, fueran o no de Mississippi. Y efectivamente, desde el gran Blind Lemon Jefferson, tejano, hasta el propio Winter, todos tienen un recuerdo, un traje, una foto, una guitarra o un objeto personal que viajó con ellos por las aldeas o los apeaderos del delta. De las dos fotos que se conocen de Robert L. Johnson, una se encuentra en este museo.

Comemos en el Abe´s, un restaurante recomendado por todas las guías, que informan que prepara cualquier parte del cerdo de forma inmejorable. El tocino (beicon) de aquí puede competir con las mejores barbacoas del sur. El Abe´s está en el antiguo cruce de la HW.61 con la 49.

El Museo del Blues es mucho mayor que el de Leland, pues recoge toda la historia del blues y sus ramificaciones. También existe un apartado dedicado a aquellos músicos que influyeron en el conocimiento de esta música en otros ámbitos distintos al Mississippi. Los Beatles y los Stones ocupan un lugar de honor, pero también Clapton o los Creedende o ZZ Top, o Cannet Heat….son recordados con antiguos discos o guitarras que les pertenecieron. Tiene una colección interesante de junkebox (máquinas de música).

El Big Sunflowers River recorre la ciudad de norte a sur y delimita la Sunflowers Str., antaño llena de vida y ahora con las cabañas cerradas o cayéndose a pedazos. Es como si la pelagra hubiera entrado en la tierra de los muros.

Un edificio compuesto de varios pequeños anexos, aunque cerrado, aún conserva el letrero del Hotel Riverside. Antes fue un hospital donde recogieron a Bettsy Smith tras un accidente en la Hw.61, al sur de Memphis. Murió a los pocos días, de forma que si su vida se relacionó con el sur a través de sus canciones, su muerte la fundió definitivamente con esta tierra.

Si bien las guías de viaje no aconsejan visitar los Junke Joins sin un acompañante local, a ser posible negro, nosotros nos lanzamos a cenar y a pasar la noche en el Ground Zero. Si Clarksdale es una ciudad con casi dos tercios de población negra, parece lógico que haya salones con una clientela afroamericana casi en su totalidad, sin resultar peligrosos.

Los Junke Joins eran garitos de carretera donde se reunían gentes de color a escuchar música, bailar y beber whisky de maíz. La mezcla solía ser explosiva y los cuchillos y las pistolas terminaban, a menudo, haciendo acto de presencia.

El Ground Zero es un complejo grande con una distribución similar al resto de los salones que hemos conocido. A la entrada, el bar con la barra a la derecha; a continuación los billares, y las mesas y bancos corridos del restaurante. Después una pequeña pista de baile y el escenario. Las paredes hasta la altura del techo e incluidos los servicios, llenos de firmas y frases de antiguos clientes. También sombreros en el techo.

La música la ponía un clásico grupo de blues donde el guitarrista utilizaba el slide si el tema lo requería. Le cogimos un par de CDs y sacamos unas fotos en un descanso de la actuación y partimos un poco antes de las doce al Cruce de Caminos.

Marta, que no cree en estas cosas, se durmió esperando al Diablo, pero Charly y yo, que resistimos, lo vimos llegar vestido con levita negra y solapas rojas. Nos miró con los ojos ensangrentados y nos dijo: «Como sois españoles poco podréis aportar al trato. Tanto os han robado a los ciudadanos de ese país que ni siquiera os dejaron el alma. El acuerdo pues, no se puede rubricar, pero yo os haré un regalo que os recordará este encuentro: el blues os perseguirá el resto de los días». Y se esfumó lentamente en el camino que se perdía.

Dejamos la Hw.61 y nos dirigimos a Oxford (Mississippi). Estamos a finales de primavera y EEUU resplandece, se ha cortado la hierba de las carreteras y el césped de los jardines, se han acicalado los árboles y arbustos y las calles presentan su mejor cara. Es la constante de la América que vamos recorriendo, si bien he esperado unos días para manifestarlo con verdadero conocimiento de causa. Este es un país aseado, que se muestra esplendoroso al turista y al nativo.

Al poco tiempo de recorrido entramos en el espacio mítico de Yoknapatawpha, del condado de Jefferson, creado por William Faulkner, el Maestro.

Faulkner nace y pasa la mayor parte de su vida en los alrededores de Oxford, primero trabajando en el banco de su abuelo y después en oficios varios y escribiendo sin llegar a terminar los estudios. Es un escritor sudista, teniendo en cuenta que el Sur no es sólo un ámbito geográfico, sino también un pasado histórico, que en 1861 fracasa como tal historia. El sur también es el recuerdo de ese fracaso e idealización progresiva del modo de vida que se hundió con él. Es pues una leyenda, con la fuerza de toda leyenda, con el punto romántico de las banderas derrotadas, de aquella nostalgia del paraíso que la derrota frustró. Los escritores sudistas siguen reivindicando las excelencias de un modo de vida, oponiendo el ruralismo o la industrialización, la tierra a la máquina, la tradición al progreso.

En este ambiente se desenvuelve Faulkner, escuchando las historias de su acaudalada familia que habían encabezado la rebelión del Sur y tras la derrota afronta la decadencia con un mínimo decoro.

De esto escribe una y otra vez, el relato de la degeneración de una rancia familia sudista, en El ruido y la furia, o el ciclo de novelas sobre su propia familia, Sartoris, Absalon o con el telón de fondo del río Mississippi: «Mientras agonizo», «Las palmeras salvajes», …. Faulkner no es sólo un hijo del Sur, es un enamorado del Sur.

Se cuenta que Juan Benet fue a Francia en el 50 a visitar a su hermano exiliado en París y se bajó del tren al grito de ¡Faulkner!, ¡Faulkner! También se cuenta que vino a Oxford a ver a Faulkner y luego están: los que piensan que no se atrevió a importunarle y los que creen que estuvieron bebiendo Jack Daniels y hablando de literatura hasta el amanecer. Se lo preguntamos a una de las encargadas de la casa museo, que había estudiado algún año en Sevilla, pero no sabía; lo que sí nos dijo es que Faulkner leía El Quijote una o dos veces todos los años.

La casa Oak Rowa es una típica vivienda sureña construida antes de la Guerra Civil, de dos plantas que si bien no llega a mansión, haría las delicias de cualquier literato actual. El enmaderado exterior en blanco está enmarcado por las dos hileras de ventanas con los marcos en azul marino. Delgadas columnas sostienen el frontispicio y el porche. Los Magnolios, con sus flores blancas o rosas, crecen en el jardín y llenan el aire de un aroma dulzón. En el interior un recorrido por el periplo vital del escritor, con aquellos objetos que le fueron queridos: el piano, la máquina de escribir, la pipa y la botella Jack Daniels; y el retrato de su bisabuelo con uniforme Confederado.

Su hermano escribe que cuando, en el año 27, William regresa de su breve estancia en París se pone a trabajar en lo que le sale, que va desde pintor de brocha gorda a fogonero de la central eléctrica de Oxford; también escribe en el tiempo que le queda libre y asiste los sábados a los bailes del club, pasando la mayor parte del tiempo sentado al lado del barril de whisky. Llevaba la barbilla tan alta e iba tan acicalado, que le llamaban el Conde Faulkner.

Desde niño venía escuchando las historias de aquél bisabuelo que con su regimiento confederado había participado en la batalla de Manasas en el ala izquierda del ejército del General Stonewall, el mismo bisabuelo que había construido el ferrocarril de Ripley a Midleton y que luego había muerto en un duelo iniciando la decadencia polvorienta de la familia.

Sobre ello escribe una y otra vez con esos soliloquios de treinta páginas, hasta que la fama y el dinero le llegan, fijándolo definitivamente en las cercanías de Oxford, donde construye una finca cuya explotación dirige día a día, porque él es un granjero que fabrica su propia cerveza y también tiene otras ocupaciones, entre ellas, escribir. Por las tardes cazaba, pescaba o jugaba al golf. Su DNI pone profesión: Granjero. Se casa con una antigua novia que, divorciada, regresa a Oxford (Mississippi). Muere tras la caída de su caballo Stonewall, denominado así en recuerdo del general confederado W. Stonewall Jackson.

Le pregunto a la guía: «¿Qué puedo leer después de haber pasado noches enteras con la obra de Faulkner y sus epígonos, García Márquez, Juan Rulfo, Juan Benet y Javier Marías?». Me aconseja que lea algo de Thomas Wolf y Cormac McCarthy. Tomo nota para no explicarle que a estos los leí antes que a Faulkner.

En las afueras de Oxford se levanta Ole Miss, Universidad de Mississippi, pequeña y coquetuela y por lo que se deduce de los anuncios, con un grupo importante de Cheers Girls que animan los partidos de fútbol americano. La velocidad máxima permitida en el campus es 18 millas por hora, que es el número del quaterback Archie Manning, el segundo personaje más famosos de Oxford. Cuando veo estas universidades del sur siempre recuerdo lo que decía Paul Bowles: «La Universidad de Virginia estaba poblada de chicos adinerados y cursis. Me pareció que aquello era un club de campo más que otra cosa. Los alumnos llevaban sus escopetas y sus perros a clase y dejaban las armas a la entrada mientras los perros se tumbaban. Aquello me hizo pensar que era poco serio…» Esto ocurría a primeros de siglo.

En la Squard se encuentran las librerías más importantes y una estatua de Faulkner ante el City Hall. Sacamos fotos y encontramos no lejos una tienda de utensilios y ropas de trabajo, Store Working y donde compramos unos petos de trabajo, aquí llamados overalls .