Diario de León

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Quizá se me pueda acusar de falta de sensibilidad democrática, pero le confieso a usted que no acabo de ver tanto, tanto desafuero en el hecho de que un ministro reciba a un presunto —presunto— delincuente fiscal en su despacho oficial. Ningún interés o simpatía especial tengo ni por el polémico ministro —muchas veces he criticado malos pasos de Jorge Fernández Díaz, titular de Interior y ‘padre’ de esa horrenda Ley de Seguridad Ciudadana— ni por el presunto, Rodrigo Rato, cuyos pasos, aún peores, tampoco he dejado nunca de criticar. Pero una cosa es una cosa, y otra, otra.

Comprendo que estamos en un período preelectoral, y que todo aprovecha para el convento. Pero personalmente juzgo desmesurado que, sin siquiera haber escuchado lo que el ministro tenía que decir —poco— en sede parlamentaria, el principal partido de la oposición se haya lanzado a presentar una denuncia ante la Fiscalía. Acusando al ministro, a cuenta de su ‘cumbre’ con Rato en el despacho del Ministerio, nada menos que: de prevaricación, omisión del deber de perseguir un delito y revelación de secretos. Delitos todos que el ministro habría cometido, claro está, presuntamente, y una acusación que simplemente no se sostiene: o no sabemos bien qué es prevaricación, o esta hay que demostrar que existió de hecho, lo que va a resultar imposible, y lo mismo sea dicho de los otros dos presuntos delitos denunciados por el PSOE ante una Fiscalía a la que acusan de inoperante por no haber iniciado investigaciones sobre el caso. Pero ¿hay caso?

En fin, tormenta en vaso de agua, serpiente de verano, polémica excesiva, como tantas de las muchas a las que asistimos en este país nuestro, encantado de debatir ruidosamente sobre la corteza y olvidadizo sobre la naturaleza de la miga, proclive a montar una escandalera sobre la fiesta de los toros y benigno sobre los verdaderos motivos de escándalo político nacional. Porque anda que no hay cosas ‘de calado’ acerca de las que preocuparse, con toda una clase política que parece mirar hacia otro lado cuando nos viene el curso más duro, más bronco, más peligroso para las esencias del país, de cuantos hemos conocido desde hace quizá décadas.

En fin, menos mal que el pobre titular de Interior —cuya imagen para nada se compadece ya con la que debería tener un ministro en estos tiempos del Cambio— ha podido sacar pecho a cuenta de la detención del monstruo —presunto— que quizá haya asesinado a las dos desventuradas jóvenes de Cuenca. Uno más de los execrables crímenes derivados de la violencia de género que aflige a este país. Y esa también es cosa que me preocupa mucho más que a quién reciba o no el señor ministro en su despacho.

Porque, según mi criterio, y pido perdón a quien corresponda por expresarlo, recibir a un imputado en un despacho oficial nada implica.

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