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Publicado por
Andrés Aberasturi
León

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Culpar ahora a Tsipras del desastre griego es tan ridículo como que Tsipras se atreva a afirmar que está orgulloso de su gestión, que ha salvado a Grecia (¿) y que ha dejado «un mensaje a Europa: tenemos que acabar con la austeridad». Pues no sé, pero más bien parece todo lo contrario: a Grecia la ha terminado de hundir aceptando al final unas condiciones aun peores de las que se le ofrecieron al principio para el tercer rescate y si hay algún mensaje claro —nos guste o no— es el que ha dejado Europa a los promotores de sueños imposibles en un mundo global y seguramente injusto pero cierto. Pero lo mismo que digo esto, insisto en el primer ridículo: para llegar a la situación griega que se encontró Tsipras han hecho falta muchos años de gobiernos impresentables dispuestos a las mentiras necesarias con tal de seguir recibiendo el dinero que parecía fácil de la Unión Europea: según apuntaba Casimiro G. Abadillo, la «insolidaria Europa» (el entrecomillado es suyo y lo suscribo) lleva entregados al país heleno 300.000 millones de euros. Hombre, tampoco está mal; es la herencia envenenada de muchos años que recibió Tsipras. Entonces ¿cuál es su pecado?

Pues seguramente el mismo que marca aquí —y del que se desconfía— Podemos y adláteres: el fondo y las formas. El fondo porque lo que prometen/proponen es a día de hoy inviable en muchos aspectos y en otros desafía y desacata la propia Ley por la que todos nos regimos. Y es una Ley que, si la contemplamos con objetividad, no parece tan insolidaria; siempre hay que recurrir a la comparación que no por tópica deja de ser evidente: ¿Por qué los holandeses que pagan unos impuestos altísimos tienen que prestar dinero a países con una fiscalidad de risa y un gasto público desmesurado imposible de mantener? Y no sólo lo prestan sino que, encima, el país endeudado ahora pretende que nos se devuelva y que, en todo caso, será quien establezca las condiciones de la quita y cuándo y cómo se va a devolver, de lo que justo o injusto.

Y las formas, claro. Un cosa es ser pobre y no perder la dignidad y otra ser pobre y encima exigente.

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