Diario de León
Publicado por
Andrés Aberasturi
León

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El pasado jueves día 3 se celebró en el mundo uno de esos «días de...» dedicado en esa fecha a la discapacidad. Y no resulta nada fácil abordar este tema y tratar de clarificar un mensaje que puede desorientar a muchos porque los medios de comunicación —y es lógico— dedican algún minuto a la no exclusión, a la defensa de los derechos de todos, a la necesaria y urgente integración etc. Pero no sólo los medios. Muchas organizaciones, con la mejor voluntad del mundo, inventan hermosas frases como «está bien ser diferentes» «dis-capacidad no es in-capacidad», «seamos capaces de ser iguales» o apelan -a estas alturas hay seguir en ello- a los derechos que tienen todos los seres humanos. Y naturalmente tienen razón y suscribo cada una de estas iniciativas en forma de deseo, de reivindicación, de exigencia.

Pero hablar de discapacidad —ahora se cuestiona también esta palabra— es generalizar demasiado y cuando en esa generalización se muestra sólo parte del problema, la parte más posibilista e incluso puede que la mayoritaria, la realidad de muchos otros corre el peligro de quedar diluida y silenciada.

Todos estamos por defender los derechos, todos deseamos que se cumplan esas obligaciones legales de dar trabajo a un número de discapacitados -precepto que no cumplen ni siquiera la mayoría de las administraciones- y todos queremos talleres y pisos tutelados y la mayor independencia posible para quien pueda disfrutarla. Y ahí está precisamente el agujero negro que en conciencia necesito denunciar.

Porque no todos los discapacitados, por desgracia, están esperando un puesto de trabajo, un piso adaptado o la integración plena en una sociedad que aun sigue haciendo diferencias. No es el caso de todos.

Es una anécdota triste porque detrás de los «lotes» hay un precio, una subvención tan absurdamente repartida en el Acuerdo Marco de la Comunidad de Madrid que coloca en el «lote 1» (el que le sale más barato, claro) a los discapacitados físicos y a esa minoría de «profundos» cuya vida depende las 24 horas del día de un tercero. Con esta sensibilidad y esta falta de coherencia ¿qué podemos esperar? Solos, en un mundo sin palabras, sin comunicación, el silencio de los que administran nos llena de pesimismo y de vergüenza.

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