Diario de León

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democracia a la americana

Para convertirse en presidente del país más poderoso del mundo hay que sudar la camiseta pueblo a pueblo. A eso se dedican ahora los candidatos

Obama, durante un discurso en Detroit el pasado mes de enero.

Obama, durante un discurso en Detroit el pasado mes de enero.

Publicado por
Mercedes Gallego
León

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El día en que llegó a la Casa Blanca, Barack Obama pidió a sus ayudantes que cada mañana le entregasen diez cartas, de las más de diez mil que le envían diariamente los ciudadanos, sin contar las que llegan por fax y correo electrónico. Cada noche antes de acostar las lee, y por la mañana, con el café, responde tres o cuatro desde el Despacho Oval.

Para convertirse en presidente del país más poderoso del mundo hay que sudar la camiseta pueblo a pueblo, desde las planicies blancas de Iowa en enero hasta las verdes praderas de Dakota del Norte, en junio. En todos esos gimnasios y graneros Obama tuvo que escuchar pacientemente las quejas y ansiedades de sus constituyentes. Y una vez llegado a la burbuja de la Casa Blanca, el presidente temió perder el pulso de la gente que había sido su motor e inspiración.

Cada cuatro años, a veces cada ocho, si nadie del partido disputa la reelección del mandatario, los estadounidenses tienen la oportunidad de pasar revista a los aspirantes al cargo y contarles directamente sus tribulaciones, gracias a un largo proceso de selección que exaspera al resto del mundo. En comparación a los quince días que dura la campaña electoral en España, o los dos meses que suele durar en Canadá, la de Estados Unidos se alarga casi dos años.

Ese clima político intoxica todos los aspectos de la vida del país, pero también da la oportunidad a sus ciudadanos de participar en un proceso que el resto del tiempo se limita a las altas esferas de Washington DC y a los grandes lobbistas. De ahí que no sean sólo los granjeros de Iowa los que llenan los graneros donde hablan los aspirantes presidenciales, sino cualquier ciudadano motivado de cualquier estado de la Unión que en estos días se pone el mundo por montera y se acerca al escenario de la siguiente batalla electoral. Allí tendrá un asiento de primera fila frente al hombre que puede dirigir el país a partir de enero.

Algunos simplemente disfrutan del espectáculo, comen panqueques con los candidatos y aprovechan la diversión para forjarse una imagen propia en la distancia corta. Otros, como Doug Thomas, un pescador que el mes pasado cambió su bote de Florida por las botas de ski en New Hampshire, llevaba la misma pregunta para todos los aspirantes presidenciales.

En el escenario de un colegio de Londonderry acorraló al senador Marco Rubio, que como todos los republicanos se resiste a aceptar cualquier responsabilidad de los gobiernos sobre el cambio climático. «Senador, tengo un problema en Miami Beach que usted conoce bien. Cada vez que llueve y sube la marea, se inunda todo. Voy a vender mi casa para proteger mi inversión pero no todo el mundo puede hacerlo. ¿Qué haría usted, cuando sea la persona más importante del mundo, para garantizar nuestro futuro con respecto al cambio climático?».

«Medidas que no funcionan»

Rubio está obligado a ser empático y recuerda que él también vive allí con sus familia, «pero lo que no voy a hacer es destruir nuestra economía para implantar medidas que no funcionan». En su opinión, eso es lo que lograrán las políticas medioambientales impulsadas por Barack Obama y la comunidad internacional en la cumbre de París, «que no harán nada por revertir el crecimiento del nivel del mar en al menos 200 años». Para él, el alarmismo es injustificado, «el clima siempre cambia, nunca ha sido el mismo», dijo después en Salen a Cindy Lerner, la alcaldesa de Pinecrest que le llevó una carta firmada por 15 alcaldes de Florida pidiéndole que reconozca la realidad del cambio climático y se reúna con ellos para discutir sus preocupaciones.

Tanto el pescador como la alcaldesa se encontraban en New Hampshire financiados por la organización ClimateTruth.org, que graba estas interacciones con los aspirantes presidenciales, las cuelga en su página web y luego pide cuentas de las promesas que hayan hecho. Detrás de la organización no hay ninguna gran empresa de eólicas en busca de legislación que favorezca su negocio, sino el meteorólogo Michael Mann, el profesor de comunicación del Instituto del Cambio Global John Cook y la profesora de ciencias medioambientales de Harvard Naomi Oreskes.

Ni siquiera hay que estar así de organizado para forzar la agenda de los precandidatos presidenciales. Akshita Siddula, una estudiante de 24 años de una Universidad de la Costa Este cuyo nombre no quiso compartir, se paseaba por los mítines de Iowa con sus amigos. Su misión es preguntarle a los candidatos qué van a hacer para apoyar los sistemas de salud de países del Tercer Mundo para poder frenar la expansión de epidemias como el ébola y crear una seguridad sanitaria global. Se presenta como una votante indecisa, que es lo más atractivo para los candidatos, pero una rápida busca por Internet revela que ha trabajado para varias ONG de Chicago y cursa un master de salud pública especializado en sanidad internacional. El senador Ted Cruz, le agradece su pregunta, pero insiste en que EE UU no puede gastar sus recursos en construir el sistema sanitario de otros países. Al terminar el acto Siddula y sus amigos, pancartas en mano, se encargan de contarle a los periodistas lo decepcionante que les parece la respuesta del favorito del Tea Party que este fin de semana se jugaba su liderazgo en Carolina del Sur.

Candidatos y ciudadanos tendrán muchas más oportunidades de seguir interactuando en los meses que quedan hasta que alguien pueda erguirse con la nominación de cada uno de los dos partidos que se disputarán la presidencia en noviembre.

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