Diario de León

torreón, dulce torreón

entre fotos y letras

En palacios de la Valduerna, el castillo medieval tiene dueño. Desde hace más de 30 años felipe pérez pollán vive en el torreón, rodeado de libros e instantáneas. es un viaje en el tiempo

En el salón, dentro del torreón, este profesor jubilado escribe una dedicatoria en uno de sus libros.

En el salón, dentro del torreón, este profesor jubilado escribe una dedicatoria en uno de sus libros.

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a.g. valencia
León

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Los vencejos aún sobre vuelan. Pasan pocos minutos de las once y en el castillo de Felipe Pérez Pollán la calma reina en un ajetreado día. El sol ilumina un enorme jardín, donde las hortensias marcan el camino. Felipe abre las grandes puertas y espera con una sonrisa. No le cuesta ir describiendo con detalle cada una de las plantas que tiene a los pies de su torreón. «¿Una mora?», pregunta. El castillo es una caja de sorpresas.

Cuenta este profesor jubilado que en el 80 cuando pidió el traslado de Ponferrada a La Bañeza pensó hacerse una casa en su pueblo natal, en Palacios de la Valduerna. Sin embargo, los precios, las opiniones y quién sabe si el destino le llevaron a enterarse de que Hacienda iba a embargar el castillo del pueblo. Aquí comenzó un periplo para dar con los propietarios. Una familia que no lo era, un allegado que sí... y comenzó la negociación. Al final Felipe se hizo con el castillo de Los Bazán que, reconoce, «entonces era una auténtica ruina».

Ya sin sorprenderse cuenta que él de niño— antes de emigrar a Argentina— jugaba por allí. Incluso, el torreón y el jardín fueron redil de ovejas. «Cuando lo compré era un basurero, estaba lleno de piedras y de maleza», explica, «muchos, hasta mi madre, me tomaron por loco», bromea.

Hoy, sin embargo, el señorío de Los Bazán sigue manteniendo su fortaleza. Para entrar a vivir en ella, en el año 82, lo primero fueron las obras. «En el jardín hubo que meter ochenta camiones de tierra», recuerda Felipe, mientras pasea y posa para las fotos. «Esta escalera es provisional, aunque lleva así treinta años», bromea, y «esta otra la construí yo, antes era una rampa de tierra por donde pastaban las ovejas».

Dentro, el espacio traslada a otra época. Las ventanas y los enormes muros, la iluminación, las estancias... «Apenas se hizo obra», dice el profesor, sólo se dividió para hacer una baño, una habitación y una cocina. Felipe guarda aquí un rinconcito donde trabaja. Poeta y escritor, maestro jubilado, fue también minero en Asturias, «entre que acabé la carrera y conseguí plaza, tenía que ganarme el pan», cuenta orgulloso.

El techo del torreón sigue intacto, con las pinturas originales. Y miles de libros parecen custodiar la historia entre sus muros. Miles, sí, miles de libros. Y de fotografías. Dos de las pasiones de Felipe. «Antes revelaba aquí, tenía un pequeño laboratorio, siempre lo hacía en blanco y negro», explica. Ahora con las cámaras digitales la afición no ha disminuido. El objetivo sigue captando momentos únicos. Como en los libros que guarda y escribe. Como en las estanterías, donde reportajes, cintas y publicaciones se dan la mano. Levanta un libro y aparecen unas fotos, coge unas fotos y salen libros. Un binomio inseparable en el castillo de Felipe. El torreón guarda dos secretos. Una escalera de caracol y de piedra, la original, conduce hasta la biblioteca. Una puerta abre una sala redonda inundada de libros. Las fotos vuelven a ser buenas compañeras. Felipe expone su orla, «mira, está sin enmarcar», sonríe. Este profesor de lengua y literatura estudió en la Universidad de Oviedo y todavía conserva su afición a la tuna. Decenas de cintas están en la biblioteca. Contra un asiento. Con los colores intactos.

En la pared, junto a la orla, y en el suelo las alfombras de piel recuerdan el pasado en Argentina. Emigró con su familia cuando solo era un chaval y volvió para estudiar la carreras porque «allí con huelga un día sí y otro también era imposible».

Felipe tiene 80 años y una vitalidad que sorprende. «Aún queda más», dice, y responde con un misal del siglo XIX, una colección de fotos o varios Quijotes , en distintas ediciones.

«¡Seguimos!», anima. Y aquí la joya de la corona. La parte exterior del torreón es una enorme terraza. «Aquello es Riego de la Vega y, poco más allá, está Astorga, de noche con la catedral iluminada se identifica, y por este otro lado se ve La Bañeza, mira el silo, incluso se aprecia Picos de Europa cuando hay nieve», confiesa, fijando la vista en el Teleno, el monte titular.

La fortaleza que Felipe ha logrado mantener en pie con el paso de los años perteneció a Los Bazán, «desde aquí controlaban 36 pueblos», asegura, «desde la Maragatería, La Vega y la Valduerna». El castillo data de finales del siglo XIV y principios del XV. Ha sido testigo de la historia y sus muros guardan cientos de recuerdos. Felipe se ha empeñado en conservarlo, lo mima y lo mantiene. Es su joyita. Y por supuesto, no lo vende.

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