El fin político del catalanismo
Francesc Homs, un aguerrido nacionalista sin brizna de sutileza que dirige el grupo del PDC en el Congreso (formado por ocho diputados), ha fracasado estrepitosamente en su alambicado intento de conseguir un trato parlamentario de favor pocos días después de haber pactado con la CUP una nueva vuelta de tuerca del proceso independentista por la vía ilegal de la ruptura unilateral, pacto que es condición sine qua non para que Puigdemont supere la moción de confianza que la propia CUP le ha obligado indirectamente a presentar para mantener su apoyo.
En un burdo gesto de aproximación, Homs y sus conmilitones apoyaron las vicepresidencias de la mesa del Congreso en una votación anónima que arrojó diez votos más de los pactados y esperados, que no podían provenir más que de los nacionalistas. Pensaba que así se ganaría la voluntad del PP y del PSOE y se repetiría la condescendencia mostrada por los grandes partidos hacia una organización que no cumplía todos los requisitos reglamentariamente exigidos para poder formar grupo parlamentario. Pero en esta ocasión no se ha mantenido la inercia, probablemente por la insistencia legítima de Ciudadanos, y el PDC no dispondrá de grupo ni en el Congreso ni en el Senado, lo que supone un gravísimo contratiempo político y económico. La pérdida para el PDC será de unos tres millones de euros. Esta marginación es de gran importancia para el PDC, que trata sin éxito de salvar los restos del naufragio de CDC y que ahora ve como se le acaba también aquel antiguo —e injusto— privilegio de poder hablar inmerecidamente en nombre de Cataluña en el Parlamento español. En sentido positivo, se ha puesto sin embargo fin a una larga tradición de hipocresía y chantaje que había presidido históricamente las relaciones entre CDC y el Estado.
En cualquier caso, y aunque difícilmente se hubiera podido salvar el protagonismo institucional de la antigua CDC, es inquietante que desaparezca de esta forma la representación del catalanismo político. Ahora, la representación institucional del nacionalismo catalán correrá a cargo de Esquerra Republicana, oscilante organización que no termina de adaptarse a los modelos occidentales con los que convive.
En cierto modo, esta sustitución describe bastante bien el cambio de panorama político en Cataluña. En otras palabras: no ha sido «Madrid» la que ha minimizado en el Parlamento español la voz del catalanismo político, han sido los propios convergentes los que se han suicidado, incurriendo en casos clamorosos de corrupción que afectado a su estirpe fundacional y poniéndose en brazos de los extremismos para intentar salir del atolladero. Así las cosas, sin una rectificación del propio sistema de representación catalán, en el que el PDC debe recuperar el moderantismo y la capacidad de diálogo de otros tiempos, será muy difícil resolver un conflicto en que, al menos en esta coyuntura, la CUP está llevando materialmente la batuta del debate.