Diario de León

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Es el nuestro un país conformista, y hablo por igual de las dos Españas, según la etiqueta, tan pasada de moda, de Pedro Sánchez. Estamos encantados de recibir más turistas que nadie; del oro y plata cosechados en deportes tan hispanos como el badmington (perdón: bádminton) o el taekwondo; felices por el récord de ingresos hosteleros... En fin, los españoles estamos tan contentos de la vida, si atendemos a algunos comentaristas pletóricos, que nos mostramos dispuestos a tragar con todo lo que nos hagan. Y ya hay quien, manso, se prepara para votar el día de Navidad por correo, porque tendrá que estar atendiendo obligaciones y devociones familiares.

Consciente como soy de que, simplemente, es imposible eso de las elecciones el 25 de diciembre, anuncio desde ahora que, si contra todo sentido común, esas elecciones se celebrasen, y si me toca ser presidente de mesa o algo, desobedeceré la convocatoria, y que, en todo caso, no iría a votar o votaría clamorosamente en blanco. Pero eso no ocurrirá, porque no habrá terceras elecciones: de aquí al vencimiento del plazo para disolver las cámaras tienen que pasar muchas cosas, además de la ‘conversión’ de Rajoy al reformismo, como Rivera se convirtió al ‘sí’ a la investidura de alguien a quien aprecia tan poco como Mariano Rajoy. Pablo Iglesias se ha convertido, cayéndose del caballo de la soberbia, al silencio y a la prudencia, a la espera de que el único no converso, Pedro Sánchez, se pegue el batacazo que sin duda se va a pegar. El viernes, Sánchez insistía, tras la firma del acuerdo entre PP y Ciudadanos, que él seguirá votando ‘no y no’ a la investidura de Rajoy. Y es más: que votará, en su caso, contra los Presupuestos, aún no elaborados ni presentados.

Así que sospecho que una de las cosas que tienen que pasar tras la fallida sesión de investidura de dentro de once días y hasta ese 31 de octubre, que es la fecha tope para disolver las cámaras y convocar las elecciones, es, simple y llanamente, que Sánchez tenga que marcharse. O rectifica sobre sus posiciones, o preveo, aunque aún no se detecte, una rebelión en toda regla contra él y contra los miembros que más apegados están a él en su Ejecutiva.

Rebelión de los del ‘viejo testamento’, comenzando por Felipe González y hasta Zapatero, que algo han significado para este país, para no hablar de algunos ‘barones y, desde luego, Susana Díaz, que están que ya no pueden más. Solo se me ocurre que lo que sucede es que Sánchez quiera vender muy cara su inevitable abstención en una siguiente votación de investidura. O sea, tacticismo puro y duro que está haciendo perder el tiempo a todo el país. Un país, repito, conformista hasta que se le hinchan demasiado las narices, que es una hipótesis con la que no conviene jugar demasiado. Y lo de Sánchez o es locura o es juego. Casi prefiero lo segundo, aunque pierda. Sobre todo, si pierde.

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