Diario de León

CANTO RODADO

comunidad fantasma

seremos, si no lo somos ya, una comunidad fantasma en la que nuestros antepasados y pronto nosotros, vagarán por las escuelas vacías

León

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El verano echa el cierre con el inicio del curso escolar. Y los pueblos se vacían para sumirse en el largo letargo invernal mucho antes de que la estación del frío se haga oficial en el calendario. Un escalofrío recorre las casas, ya en penumbra, con la memoria del tiempo del bullicio, las fiestas y las barbacoas que unen (o desunen) a la familia.

El drama de la despoblación en el mundo rural, en León y en la comunidad más grande de Europa, no tiene quien le coja por los cuernos. Sólo se oyen lamentos y quejas. Cantos de sirenas y comisiones de expertos, cómplices útiles de la pasividad de la Junta de Castilla y León.

Mañana otra escuela estará cerrada en León. A las familias que llevaban a sus hijos e hijas a Silván, un pueblo recóndito de La Cabrera leonesa, les han dado con la puerta en las narices en la víspera del inicio del curso escolar en la Comunidad. Puras matemáticas. Cuatro escolares es el mínimo para mantener abierta una escuela. Quedaban tres.

Sin educación

E n la Dirección Provincial de Educación ¡saben sumar y restar! ¡Eureka! Pero lo que no tienen es educación. Ni respeto por la ciudadanía. Y en el colmo del despotismo, que ejercen al alimón con la Delegación de la Junta en León y la Consejería de Educación, dicen que «es el deseo de los padres» porque dos de los cinco alumnos y alumnas se matricularon en Puente de Domingo Flórez. Las otras familias, por lo que se ve, no cuentan.

Cuenta Teresa, la madre de una de las niñas afectadas, que cuando su hija llegó a la edad escolar quiso matricularla en Puente pensando en el futuro. Pero, como estaba abierta la escuela de Silván, no tenía derecho a transporte escolar ni a comedor. Así que escolarizó a Rosa, que durante años fue la única niña en el aula, en Silván. Hasta ahí llegó su derecho a la libre elección de centro. Palabrería nos sobra. Palabra, ninguna.

El alcalde de Benuza, el socialista Agapito Encina, está dolido. Le torean con el teléfono de un despacho a otro. Ahora que, dice, iba a hacer no sé qué gestión con las pizarreras para que alguna familia se quedara en el municipio, etc. etc. Total: entre todos la mataron y ella sola se murió.

Ninguna institución competente hizo nada por salvar la última escuela unitaria de La Cabrera. El tiempo se ocupó de dictar la sentencia de muerte. Las criaturas tienen la manía de comer y crecer. Y sin repuestos de población en el mundo rural (ni ya en el urbano) no hay futuro para los pueblos (y el de León se fía al AVE). Lo único que celebran en las iglesias desangeladas son entierros y las romerías del estío. Los registros de natalidad están congelados en un tiempo lejano.

De extras

S eremos, si no lo somos ya, una comunidad fantasma —siguiendo el título de la exposición que José Luis Viñas clausura hoy en el Musac sobre el norte de Palencia— en la que nuestros antepasados y, pronto también nosotros, vagarán por las escuelas vacías, los bares destartalados y aquellos viejos cines que antaño entretuvieron a las gentes de las cuencas mineras.

Hasta que llegue el próximo verano y comience el rodaje de una nueva película en la que nos den siquiera un papel de extras, como sucedió este año en Veguellina de Órbigo. O masas de gentes pegadas a un móvil y perdidas arriben a nuestra tierra en busca de los Pokémon. O vuelva la selección nacional de fútbol para arreglar los marcadores luminosos del estadio de fútbol.

Lo que va a ser difícil es que retorne la vida. Se escapa como hojas caídas en el río en otoño, en dulce muerte. Con las minas cerradas, el campo desatendido y los pueblos olvidados.

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