Diario de León

la cumbre del atlas

una escapada para todos los públicos

El monte Toubkal con sus 4.167 metros de altitud ha sido y es una montaña accesible para cualquier persona con una mínima forma física y sin ningún conocimiento técnico de escalada

La ruta asciende más de 4.000 metros hasta la cima del monte que toca el cielo, en Marruecos.

La ruta asciende más de 4.000 metros hasta la cima del monte que toca el cielo, en Marruecos.

Publicado por
javier otazu
León

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En sus buenos tiempos, a principios de la década pasada, ha llegado a recibir a 40.000 visitantes anuales, aunque en los últimos años los turistas franceses, de lejos los más numerosos, son cada vez más escasos, según cuenta la directora del Parque Nacional del Toubkal, Soraya Mojtari.

Y es que subir al Toubkal cuesta poco tiempo y poco dinero: desde la ciudad de Marrakech (Marruecos, África) —a 65 kilómetros—, destino de millones de turistas, puede hacerse la ascensión en solamente dos días, con unos gastos totales de menos de 35 dólares por persona.

Eso si uno es imprudente o no tiene un céntimo en el bolsillo y emprende la subida sin guía, con la mochila a la espalda, llena de comida y ropa; si quiere hacer una visita con las garantías de un guía oficial, una mula que llevará los equipajes, una noche en el refugio de montaña y comidas calientes durante dos días, puede gastar hasta diez veces más, alrededor de 350 dólares.

Existen en Marruecos guías con estudios especializados, políglotas que dominan cuatro idiomas, con conocimientos en flora y fauna y experiencia en primeros auxilios, pero compiten con un montón de jóvenes buscavidas que solamente saben el camino más corto hasta la cima. Y compiten, sobre todo, con el turista mochilero que se siente autosuficiente en la montaña porque sigue la senda trazada por otros.

Imlil es la puerta del Tubkal. Allí todo el mundo vive de un modo u otro de la atracción que suscita la cumbre del Atlas. Es un pueblo idílico, encajado en un valle profundo donde suena permanentemente el ruido de los arroyos y donde las casas se esconden entre una frondosa vegetación de manzanos y nogales.

Las viviendas, antaño de adobe, van siendo sustituidas por el ladrillo y el hormigón, y las gentes del pueblo van abandonando la agricultura de subsistencia por el negocio del turismo: guías de montaña, muleros, alberguistas o comerciantes que venden productos de subsistencia en la montaña.

En Imlil, el asfalto muere. Quien sube al Tubkal, sabe que le espera un ascenso a pie desde el pueblo que le llevará cinco horas hasta el refugio de montaña situado a 3.200 metros de altitud. Es la parte más colorida del recorrido: siguiendo el cauce de un riachuelo, el camino llega primero a Sidi Chamharouch, el santuario del rey de los «yins», los genios que en la cultura popular musulmana pueden habitar en el cuerpo de un ser humano y robar su voluntad.

Pero el santuario está vedado a los no musulmanes, y los montañeros se conforman con tomarse un té con hierbabuena a la vera del santuario y su mezquita, último lugar habitado del camino.

Desde allí, el sendero asciende sin tregua hacia el refugio, y pronto la vegetación se hace escasa y desaparece. El camino es un trasiego constante de turistas, unos con la mochila a la espalda, y los más pudientes con un mulo que lleva su equipaje.

Hay en Imlil y alrededores 50 mulos censados que pasan su vida subiendo y bajando el Tubkal, transportando no solo equipajes, sino también comida, agua mineral, latas y bebida y hasta bombonas de gas para cocinar.

El refugio de montaña son en realidad dos construcciones de piedra con dormitorios colectivos y comedores, donde al mediodía y la noche sirven unos contundentes guisos de carne y verduras para reponer fuerzas y subir con buen ánimo a la cumbre. Y es que quedan todavía casi otros mil metros de desnivel por paredes surcadas por senderos llenos de cantos rodados, donde los resbalones son constantes.

con los primeros rayos

Casi todos ascienden a la cima todavía de noche, antes del alba, para llegar al techo del Atlas con los primeros rayos de sol. Ahí no hay mulo que sirva: cada uno debe bastarse con sus propias fuerzas. Se ven personas de todas las edades, de los 15 a los 60 años, hablando todas las lenguas, transportados únicamente por su voluntad de llegar arriba y contemplar el majestuoso macizo que se extiende sobre el Tubkal, los valles oscuros, el agua brillante de los ríos y la ciudad de Marrakech en el horizonte.

Llama la atención la relativa limpieza de todo el camino, pese a que no hay papeleras ni colectores salvo en los pocos cafetines que ofrecen té o zumos de naranja y, sin embargo, no existe un servicio regular de limpieza del camino, por lo que cabe pensar que el turista de montaña que viene a Marruecos cada vez más «piensa en verde» y cumple los consejos de los carteles que aquí y allá recuerdan que está prohibido pescar, arrancar plantas, llevarse piedras o arrojar desechos en la naturaleza.

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