Diario de León

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fantasía china sobre el hielo

El frío extremo de la provincia nororiental de Heilongjiang esconde una de las principales atracciones del invierno chino: Harbin, su capital, donde se celebra cada año el Festival de Hielo y Nieve, que atrae a más de un millón de visitantes

Esculturas de hielo y nieve ya lucen preparadas para la edición del Festival de Harbin.

Esculturas de hielo y nieve ya lucen preparadas para la edición del Festival de Harbin.

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La ciudad de Harbin, fundada en 1898 como estación del ferrocarril Transmanchuriano que debía atajar la distancia que recorría el Transiberiano entre Chitá y Vladivostok, puede experimentar temperaturas de hasta -30 grados centígrados en invierno, aunque se han llegado a registrar 42,6 bajo cero. Harbin se sitúa a poco más de 1.000 kilómetros al noreste de Pekín, y se trata de una zona asentada en la llanura subsiberiana, más septentrional incluso que la ciudad rusa de Vladivostok.

Este frío, que a priori se antoja insoportable, no evita que una gran cantidad de atrevidos turistas y curiosos lleguen a la ciudad para la que está considerada como una de las principales citas invernales que ofrece el gigante asiático. El Festival de Hielo, que celebra este año su trigésimo tercera edición, ha alcanzado fama mundial entre este tipo de eventos. Entre las principales actividades destacan las bodas en el hielo o las pruebas de natación en las extremadamente frías aguas del río que cruza la ciudad, el Songhua.

Sin embargo, es la espectacularidad de las enormes estructuras de agua congelada adornadas con luces de colores o las finas esculturas de hielo y nieve lo que deja boquiabiertos a los visitantes, principalmente chinos.

Las exposiciones al aire libre y las cálidas cafeterías que ofrecen un refugio del frío están abarrotadas por igual. Al contrario que otras ciudades de la zona, el invierno se presenta en Harbin rebosante de vida.

Y es que las inclemencias meteorológicas han provocado que los lugareños agudicen su ingenio en busca de nuevas maneras de atraer a los turistas. Lo que seguramente fue un inconveniente para los antiguos habitantes de la ciudad hoy se ha convertido en un filón que aprovechan los comerciantes locales.

Por ejemplo, el río Songhua se congela completamente en los meses más fríos, y lejos de suponer un problema, presenta nuevas oportunidades. La gruesa capa de hielo que cubre sus aguas se transforma en un parque donde los visitantes pueden patinar, derrapar con un «buggy», montar a caballo o, incluso, en un trineo tirado por preciosos y dóciles perros «huskies» siberianos.

Incluso un pequeño vehículo con forma de tanque que porta orgullosamente una gran estrella roja comunista recorre esta masa de hielo de cerca de un kilómetro de ancho, lejos de aquellos que deciden cruzarla a pie pese al evidente riesgo de resbalones. En la margen sur del Songhua arranca la calle Zhongyang, una larga avenida peatonal de inspiración europea atestada de tiendas especializadas en productos rusos, que bajo una iluminación que recuerda a la de épocas navideñas en el Viejo Continente, alberga gran parte de las esculturas de hielo que forman parte del Festival.

Colindante con este cautivador paseo se encuentra el parque Zhaolin, donde un grupo de chiquillos acompañados de sus padres aprovecha que el recinto está prácticamente vacío por las mañanas para aprender a tallar grandes bloques de hielo, ya que la mayoría de turistas acceden a él por la noche para admirar las estructuras iluminadas.

Observando atentamente las directrices de los estudiantes de las escuelas de arte, los pequeños tratan, con mayor o menor éxito, de reproducir las figuras que les han entregado dibujadas en un papel, desde un cisne hasta un caballito de mar, pasando por ardillas, peces y varios gallos.

Esta última ave está presente en muchísimas de las obras del evento, ya que los chinos celebran pronto el inicio del Año del Gallo. De todos modos, el folclore tradicional se entremezcla en algunos puntos con los símbolos más internacionales, como demuestra una gigantesca escultura de nieve de un Papá Noel de cuyo trineo tiran un par de dragones clásicos chinos, situada en el parque de esculturas de nieve de la Isla del Sol, en la ribera norte del Songhua. A los pies de esta curiosa escultura se encuentra un pequeño lago congelado sobre el que se deslizan personas que intentan cruzarlo sin demasiada pericia ni seguridad, pequeños trineos e incluso unas curiosas bicicletas adaptadas al hielo, que conservan la rueda trasera, mientras que la delantera ha sido sustituida por una cuchilla de patines.

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