CANTO RODADO
las rubias
en la calle génova viven en otro mundo ajeno a la lucha por la igualdad y no dan abondo con los botes de tinte y la selección de fiscales a medida
Mileva Maric era una excelente matemática. Se casó con Albert Einstein y fue, más que su esposa, su maestra. Ella le resolvía los problemas porque él tenía sus dificultades para las matemáticas. Pero Mileva se quedó en la sombra de la ciencia y a Albert le dieron el Nobel por la teoría de la relatividad. Así se escribe la historia.
El camino de las mujeres en la ciencia ha sido tortuoso, aunque brillante. Ahí está Marie Curie, la primera en obtener un premio Nobel y una de las pocas personas que ha alcanzado dos galardones suecos. O Ada Lovelace, una londinense del siglo XIX que creó el primer algoritmo o la base del lenguaje que usan los ordenadores del siglo XXI. O nuestra avezada inventora local y global, Ángela Ruiz Robles, la precursora del libro electrónico.
Ahora las mujeres son legión en las carreras científicas —no tanto en las técnicas y tecnológicas, donde no pasan de una de cada cinco estudiantes— y buscan su sitio en los laboratorios y en los centros de investigación en un país que venera el bandolerismo como deporte nacional, después del fútbol, y condena al exilio a la gente brillante.
Botes de tinte
Ayer , 500 ciudades en el mundo se sumaron a la Marcha por la Ciencia para reinvidicar el respeto a los hechos frente a las teorías trumpistas que niegan el cambio climático. Mariano Rajoy ya fue pionero cuando era candidato a la presidencia del Gobierno y recurrió a su primo para renegar de la alerta científica: «Oiga, he traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que iba a hacer mañana en Sevilla», dijo en tono de mofa.
Y ahí sigue riéndose de todo el país. Con sus teorías de un vaso es un vaso. Rajoy sigue negando los hechos y su troupe sigue el ejemplo de Cristina Cifuentes, que dice cuando se hace la rubia con los hombres consigue mucho más. Y lo dice sin que se le mueva una pestaña en un país donde las mujeres están hartas de que las tomen por tontas y reclaman su espacio, ya no sólo en los laboratorios, sino en las firmas de las investigaciones, cosa que Einstein negó a Maric, y en la visibilidad mediática como expertas, como filósofas, actrices, escritoras... y como políticas sin trampa ni cartón.
Pero en la calle Génova viven en otro mundo ajeno a la lucha por la igualdad y no dan abondo con los botes de tinte y la selección de fiscales a medida. Esperanza Aguirre consiguió parecer la más tonta de toda la compañía. Cuando era presidenta de la Comunidad de Madrid estaba rodeada de corruptos por todas partes pero no se enteró de nada y además a muchos ni los conocía, aunque los nombró ella misma.
Chachachá
E speranza, por Dios sólo sabes bailar chachachá... Y eso que ibas para cazatalentos. Esta semana que empezó con abucheos al tramabus de Pablo Iglesias, una especie de bibliobús de la corrupción pero sin libros, porque aquí lo que importa es la foto, ha terminado con el furgón de la Guardia Civil camino de Soto del Real con Ignacio González escribiéndo la enésima página de la ignominia de este país.
Empezó la semana con sed de agua de abril y termina con la Tebaida Berciana hecha cenizas. El valle del Silencio gritaba auxilio y sólo recibió la respuesta del viento. Se busca incenciario, pero también habría que analizar las causas de por qué, además de por la sequía, no se pudo evitar la magnitud desoladora del incendio.
Ojalá que llueva. Porque lo necesita el campo y una sociedad teñida de rubio que se hace la tonta. Que la ansiada agua, virgen del Castro, se lleve el tinte y la merde (Letizia dixit) que nos está cayendo encima. Ojalá que llueva café en el campo...