Diario de León

El legado de Ipiña

Sabero rememora el pasado de Bilbao

Paseando por la Ría de Bilbao apenas se intuye el pasado industrial que latió allí mismo no hace tanto tiempo. el Museo de la Minería de SAbero acoge una exposición sobre la obra del artista Ignacio Ipiña que refleja, a través de sus pinturas, cómo era la emblemática zona rodeada de humos y vapores

Dos personas observan algunas de las obras que conforman la exposición ‘Ignacio Ipiña. El legado de hierro’ que acoge el museo de Sabero hasta el 7 de mayo.

Dos personas observan algunas de las obras que conforman la exposición ‘Ignacio Ipiña. El legado de hierro’ que acoge el museo de Sabero hasta el 7 de mayo.

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La mano que firmó los decretos que autorizaron la entrada de las bulldozer para derribar las desahuciadas estructuras y dar paso a la gran remodelación de la Ría de Bilbao, transformando radicalmente los terrenos que durante un siglo acogieron a la empresa Altos Hornos de Vizcaya, fue la misma que años antes había pintado incansable sobre el lienzo las grandes instalaciones de esta empresa, que dio trabajo a miles de personas, muchas de ellas emigrantes castellanos y leoneses.

La firma del viceconsejero de urbanismo y ordenación del territorio del gobierno vasco y la del artista, llevaba el mismo nombre, Ignacio Ipiña.

Hoy, quien dé un paseo por esta ría, verá un paisaje diferente, edificios nuevos, algunos de ellos emblemáticos a pesar de su juventud, e incluso podrá reflejarse en sus aguas limpias, pero apenas intuirá el pasado industrial que latió allí mismo fundiendo naves y casas, talleres y tascas, en una vecindad natural, rodeada siempre de humos y vapores.

Pero si quiere conocer cómo era la ría en aquellos años, su paseo debe discurrir por las salas del Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, y contemplar la exposición Ignacio Ipiña. El legado de hierro.

Ignacio Ipiña falleció en el año 2002, pero ha dejado una ingente obra pictórica, que va desde las minas de Bilbao y su barrio minero a las merindades de Estella, Montejurra, la Ría del metal vasco y sus empresas, el recóndito valle de Oma, o los lugares y paisajes que el bilbaíno más universal, Miguel de Unamuno recogió en sus escritos.

La exposición, que pudo verse en el Auditorio de León durante el mes de marzo, ya que es fruto de la colaboración del Ayuntamiento de León y del MSM, acerca ahora al museo hasta el siete de mayo treinta y dos oleos, seleccionados de otros muchos que Ipiña pinto sobre la industria siderúrgica vasca.

El centro fija su mirada con esta exposición en la nueva industria que cogió el testigo dejado por la Ferrería de San Blas, sede del actual museo, cuando en la segunda mitad del siglo XIX tuvo que apagar sus hornos altos, poniendo fin al sueño siderúrgico de nuestra comunidad.

Pero al tiempo que la llama de la ferrería se apagaba, otras muchas llamas se encendían a lo largo del norte de España, y el País Vasco vio un renacer industrial que ha continuado hasta bien entrado el siglo XXI.

Durante décadas, las provincias de León y Palencia surtieron con su carbón a los altos hornos vascos y junto a este mineral también viajaron cientos de personas en busca de un trabajo que en nuestra tierra comenzaba a escasear.

Así se fraguó una especial relación entre estos territorios, que aún perdura a pesar de que ya no se extrae el carbón y ya no hay emigrantes subidos al Tren Hullero rumbo a Bilbao.

Testimonios gráficos

La Ferrería de San Blas tuvo un cierre prematuro y tal vez por eso apenas quedan testimonios gráficos de lo que fue aquella gran industria. Los Altos Hornos de Vizcaya han tenido un final más tardío, resistiendo hasta finales del siglo XX, y gracias a ello existen algunos testimonios gráficos de su trabajo, como los realizados por Ipiña, en ocasiones de forma clandestina para poder acceder a lugares prohibidos de la factoría.

Ignacio Ipiña, desde su fuerte convicción social y su especial mirada, supo captar los colores, los ambientes y sobretodo la personalidad propia de unos lugares de trabajo que veían llegar su final cargados de dignidad.

La mayor parte de los cuadros de esta exposición los pintó a finales de la década de los ochenta y hasta mediados de los noventa. Los últimos cuadros de la serie los pinta apremiado por el tiempo, que se agotaba, y lleno de tristeza aunque seguro consciente de la necesidad de sus actos.

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