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CANTO RODADO

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la bella desconocida de los 70 quería tener su lugar en el mapa. Hizo museos y león se puso de saldo en el ave para traer riadas de gente

León

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Una de las reglas de oro de la publicidad es que el buen paño en el arca no se vende. Han cambiado mucho las cosas desde que a finales de la década de los 80 rescataba esta cita de manual para arrancar la primera clase de la asignatura que impartí durante algunos cursos al alumnado de Turismo de la Academia Mercurio de Ponferrada.

Sí, cayó el muro de Berlín. Nos metimos en una guerra eterna en Oriente próximo. Nos hipotecamos, sucumbimos a Internet, cerramos las minas... y se han abierto las arcas para vender los paños, pendones e incluso griales. Se puso de moda lo ‘made in León’ y la tierra de sabor, todo por doble partida y doble gasto público, claro, y se gastaron dinerales en hacer publicidad de León de moda en el metro de Madrid y en la estación de Chamartín.

La bella desconocida de los años setenta quería tener su lugar en el mapa. Se han hecho museos y León se puso de saldo en el AVE para traer riadas de gente. El turismo es la piedra filosofal de la nueva era económica, dominada por un paisaje de pensiones, sueldos públicos y sudores para llegar a fin de mes de una legión de autónomos y cada vez más autónomas, de acuerdo con las estadísticas del optimismo que maneja la ministra de Empleo.

Sin duda, quedan muchos paños que desempolvar y muchas señales que poner para que no nos perdamos en el laberinto de la ficción que, como toda realidad, nos ofrece un papel de camarera, cocinero o cuidadora. Para que no nos ‘esnortemos’ mientras asistimos a la infamia de que el Ministerio de Fomento diga que nos metamos el centro de control del AVE por donde nos quema porque se van con los mandos a otra parte. ¡Qué importan los millones que se gastaron en construir el flamante edificio fantasma! El millonario Palacio de Congresos ya está poniendo sus barbas a remojo.

Pensaba en estas cosas mientras el rey admitía, en el 40 aniversario de las elecciones de 1977, que en España hubo una dictadura como si hubiera descubierto la pólvora. A estas alturas de la democracia se cae del caballo, eso sí, sin el más mínimo reconocimiento a las víctimas de Franco y de sus herederos, que, como el leonés Martín Villa, siguen recibiendo medallas.

Puede que nunca sea juzgado pero en su conciencia carga con la violenta muerte de los cinco obreros abatidos después de que el entonces ministro ordenara disparar contra los encerrados en la iglesia de San Francisco de Asís, en Vitoria, el 3 de marzo de 1976. Fue la mano de hierro de la Transición y no es buena señal que el rey joven le premie mientras guarda en el arca a su padre, el rey viejo, como si tuviera algo de que avergonzarse.

Pensaba en las señales mientras las señales me sorprendían en la travesía por Francia rumbo a Ginebra. En la autopista encontramos muchos pasos para los animales, una buena señal para también para la seguridad de los humanos, así como numerosos paneles con dibujos e información personalizada de poblaciones, monumentos y parques naturales.

Una señal ejemplar de que el país más centralista de Europa respeta cada rincón de su geografía. Cada joya de la república. De la misma manera que rinde tributo a la memoria recordando a sus caídos en las guerras y a republicanos españoles como Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen cuyos negativos sirvieron como prueba de cargo en los juicios de Nuremberg contra los nazis.

León, por citar un ejemplo, aún no tiene una buena señal para llegar al Museo Etnográfico y el mejor anuncio de la Cueva de Valporquero es el que resiste al tiempo y la desidia en una pared del aparcamiento de Santa Nonia. Ahora las señales se hacen en serie, para mayor beneficio de sus fabricantes. Como sin ganas. Y sin alma

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