Diario de León

CON MOVILIDAD REDUCIDA (7)

en el oregón de los madereros

Jardín chino en Portland. DL

Jardín chino en Portland. DL

Publicado por
j. a. gonzález (Johnny)
León

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Cruzamos la frontera de Oregón y no sé cuándo empezó a nevar, pero pasamos Ashland, el primer pueblo del Sendero del Macizo del Pacífico, en Oregón, sin parar porque chispeaba y cuando llegamos al Crater Lake N. Park el suelo estaba cubierto con varios centímetros de nieve y una navidad de abetos cubiertos se desplegaba por doquier. Desde luego, la belleza era inapelable, pero eso nos impedía hacer el Rim del lago y la posibilidad de navegar por las aguas azules. Cambiamos el programa de viaje.

El Crater Lake se encuentra en la cordillera de las Cascadas que recorre Oregón de norte a sur. Es un lago profundo en torno a 500 m., de un intenso azul y rodeado de escarpados acantilados que alcanzan los 2.000 m. sobre el nivel del mar. En el borde sur se encuentra el majestuoso hotel Crater Lake Lodge, construido de piedra en la que destacan las filas de buhardillas. En el interior, la piedra y la madera se complementan a la perfección.

Como todos los hoteles del parque, que combinan los altos precios con su ubicación, no tiene plazas libres y, supongo que tampoco podríamos pagarlas. Pedimos de comer para observar el ambiente y poder salir al corredor a llenarnos del azul del lago, pero por primera vez en USA, el almuerzo era tan escaso, que salimos dispuestos a merendar en breve.

Bordeamos el cráter hacia el norte, entre bosques de coníferas nevadas y la gasolina bajaba a velocidad distinta a otros días y las gasolineras no hacían acto de presencia. El navegador marcaba una estación de repostaje en el cruce de la Hwy. 138 con la Hwy. 97, pero cuando llegamos, ya exhaustos, la gasolinera estaba desmantelada. Una familia que regentaba un mini motel en el arcén contrario nos informó que llevaba cerrada tres años. Vistas aquellas dos mujeres, nuera y suegra, obesas, poco agraciadas y con el pelo ralo; el hijo y marido de la joven, con un brazo y una pierna semiparalizados, uno pensaría que se trataba de una de esas familias de la América profunda, que en las películas, un cerdo le ha comido las orejas al niño y que atacan como zombies a cualquier extraño que se les acerque. Afortunadamente, el argumento del film no tiene nada que ver con la realidad y, en cuanto conocieron nuestro apuro, fueron a buscar una zafra a un pequeño almacén. Primero lo intentaron vertiendo la lata directamente al depósito del coche, pero se formó un charco en el suelo. Se solucionó finalmente encajando un embudo casero.

Otro habitante del motel que nos dio la bienvenida fue un pequeño perro, de nombre Jack, The Ripper (el destripador), que inmediatamente se subió al coche, demostrando que el alias era sólo para asustar. No había quién lo bajara de allí.

Nos alojamos en Chemult, a 15 km. de allí en la Hwy.97, en el hotel Dawson House Lodge. Esta carretera, también conocida como The Dalles California Hwy., recorre Oregón de norte a sur adentrándose en el estado de California.

Chemult es un pueblo de 500 habitantes que, si contamos dos gasolineras, un Subway y una tienda al otro lado de la carretera, un café que abrirá en verano (estamos a 14 de junio), doce camiones aparcados, otro motel y unas pocas casas desperdigadas de gentes que trabajarán en los bosques, ya tenemos completado el censo. Por la Hwy. 97 transitan continuamente camiones cargados de troncos.

Al día siguiente desandamos el camino para visitar el lago Diamond, entre los montes Thielsen y Bailey, de la Cordillera de las Cascades. En uno de los bordes han construido un grupo de cabañas de madera con embarcadero, hoy con motoras y pequeños yates silenciosos. Los dueños del lugar son las ardillas y los ánades con sus crías. La naturaleza se enseñorea del lugar en este día invernal.

De regreso, paramos a saludar a la familia de Jack, The Ripper, en el cruce de las dos carreteras. Le llevamos unos regalos y le hacemos otros en forma de compras en la pequeña tienda de su motel. The Ripper vuelve inmediatamente al interior del coche deseoso de darnos su cariño.

Sisters es una ciudad un poco más al norte, en la Hwy.97 y no mayor de 2.000 habitantes. Está situada entre las tres montañas Sisters (la del Norte, Sur y Centro), cuyos picos volcánicos son de los más altos de Oregón. Antiguamente fue estación final de una diligencia que transportaba madereros y hoy se ha reinventado como enlace de servicios y artesanías y central de los nuevos silvicultores y trabajadores de los bosques. Los camioneros siguen pasando, cargados de grandes troncos. Es el Oregón de los madereros, a los que rindió homenaje Ken Kesey en la novela «Casta invencible». Gente ruda que vivía en los extensos bosques y enviaba troncos a la industria maderera, aprovechando el agua de los ríos y manteniéndose lejos del sindicalismo en su pequeño mundo conservador, todavía virgen y aparentemente libre.

Hacemos un recorrido por Sisters, pequeño pueblo colorido, en este día soleado, visitando los antiguos almacenes, algunos reconstruidos después de un incendio implacable. La artesanía de juguetes de madera es notable, pero mucho más los trabajos de hierro que, en ocasiones, reciclan para conseguir, desde una pistolera a la carroza de Cenicienta.

Vamos a tomar la 242 para recorrer el valle del río MacKenzie en la otra vertiente de la Cordillera de las Cascades, pero nos informan de que esta carretera panorámica está cerrada por la nieve y seguimos por la Hwy. 97 para cruzar las montañas más al norte.

Como se sabe, Oregón es el estado del castor y yo, en mi cuaderno de viaje, había anotado: «subiendo por la 97, antes de llegar a Bend, se encuentra el Lava Butte Park, cerca del Visitor Center. Desviarse para ver castores». No sé de dónde había sacado la información, pero un ranger nos dijo que no sabía que hubiera por allí bichos de esos. Nos invitó a descubrir los regueros de lava solidificada con forma de trenzas y bosques de lianas negras. Al fondo, un cono de volcán casi perfecto con un cráter de 70 m. de profundidad en el centro.

El valle del MacKenzie es un rebullir de verdor y de arroyuelos que van a engrosar el caudal del río MacKenzie. Incluye, así mismo un balneario que habíamos tratado de reservar, pero estaba completo.

Nos alojamos en MacKenzie Bridge, en el hotel MacKenzie River Inn, un conjunto de cabañas, no muy bien acondicionadas, pero se le perdonaba todo por estar construido entre alisos y otros árboles de ribera. A ello debemos agregar que el porche se abría al río, no muy grande de tamaño en esta parte del recorrido, aunque acrecentado su caudal por el deshielo.

Ciertamente hubiese sido una actividad grata quedarse a la vera del río sin hacer nada, esperando el crepúsculo con su explosión de colores, pero hemos de ir a Pleasant Hill para tratar de encontrar la granja de Ken Kesey.

Kesey había muerto hacía quince años y nos mandaban de un sitio a otro, hasta que después de varios intentos, un joven nos recondujo: «Yo creo que preguntáis por un rancho que fue Comuna Hippie, donde, al pasar de niño por la carretera, yo veía un autobús pintado de colores…» ¡Exacto! Es lo que buscamos. Y lo de la comuna, aunque no sea muy exacto, él mismo cuenta en alguna narración recogida en el libro «La caja del diablo», cada poco se le presentaban gentes del movimiento contracultural. Ken Babs, que vive en un pueblo de al lado y los Grateful Dead y sus familias, no dejarían de visitarlo y agregar colorido hippie a los eventos. También L.S.D.

Al final tuvimos suerte. A la puerta de la granja se encontraba el yerno de Kesey hablando con una vecina. Al parecer se le había escapado un toro de su propio rancho y había roto a su paso varias cercas que él acababa de reparar. Imaginé que sería un descendiente de aquél ardiente toro Kesey Hamburguer o quizá de aquél otro, de rizos y largas pestañas, Abdul, que practicaba el sexo nocturno. Ambos habían sido sacrificados, pues al terminar su cometido reproductor en el rancho, rompían las cercas y continuaban su tarea en las granjas limítrofes, después de apalear a los toros vecinos. Ken Kesey lo cuenta en la narración corta «Abdul y Ebenezer».

La granja constaba de tres edificaciones forradas de madera: La vivienda, con forma de granero y una gran estrella en el frontal: en el centro, una pequeña cabaña donde se encerraba Kesey a escribir, según se deduce de sus relatos y, en el otro extremo, el almacén que el marido de Sunshine Kesey nos abre diligentemente. Allí está el último vestigio de los años de la psicodelia: El autocar Further. Mejor dicho, dos autocares, el original, ya deslucido por el orín y la humedad y una réplica, decorada recientemente para algún tipo de evento.

Si uno cierra los ojos vuelve a ver a Neal Cassady al volante, perorando continuamente sin parar, que era la forma de estar en el mundo en aquella época como complemento del continuo movimiento que lo llevaba de un sitio a otro.

Aunque Ken Kesey no estuvo en Woodstock, por una especie de arresto domiciliario y Cassady, que había muerto el año antes, tampoco, el Internacional Harvester 39 trasladó a toda la comuna a este festival, cumpliendo el último viaje de este icono de la contracultura de los 60.

Detrás de la cabaña pequeña, en un lugar recoleto, la tumba de Ken Kesey y de su hijo Yed, muerto en 1984 en accidente de tráfico cuando regresaba con la universidad de una competición de lucha libre.

Al final de la visita, nuestro anfitrión entró en la cabaña y salió con una revista diciendo: «Aquí nos reuníamos muchas noches y a veces escribíamos, aunque básicamente fumábamos porros». El cuadernillo, además de algunos otros, contiene un artículo de Albert Hofmann, el sintetizador del ácido lisérgico y otro largo de Kesey, no recogido en ningún libro publicado.

Marchamos convencidos de haber observado la historia de los movimientos pacifistas y ecologistas de la psicodelia.

A la mañana, cuando despertamos, llueve mansamente y las aguas del río MacKenzie discurren con ese cierto sosiego de los días de lluvia. Viajamos a Springfield para coger la interestatal 5, dirección norte, por el Valle del Villamette, destino último de la mayoría de los colonos que transitaron el legendario Camino de Oregón y aún hoy plagado de granjas a un lado y otro de la carretera. Nos desviamos a la altura de Salem, capital del Estado, para visitar el Silver Fall State Park.

El Silver Fall, al este de Salem, se encuentra entre los riachuelos Howard Creek y el South Fork Creek, que recorre ocho a diez cascadas, pero también senderos, paseos con grandes árboles, áreas de pic-nic, con sus propias cabañas con agua y fogones para hacer fuego y campamentos donde también puedes alquilar tiendas de campaña con variedad de plazas. A lo largo de los merenderos, furgonetas de comida venden viandas y bebidas a los visitantes que, como nosotros, deciden pasar un día con hamburguesas y poco más. Hay caballistas por los senderos de herradura y a la entrada un cartel informa de que se puede traer caballo y tendrá también alojamiento para pasar la noche.

La cascada más bonita es aquella a la que se accede desde el merendero. Tiene una caída de 50 m. y se la puede abordar desde atrás.

Antes de llegar a Portland nos desviamos para visitar el Oregon Garden, el más importante jardín del Estado. Se recrean diferentes ambientes paisajísticos, con secciones de plantas autóctonas y otras dedicadas a plantas aclimatadas a la baja temperatura e intensas lluvias.

Me gustan especialmente los campos de amapolas californianas (poppies) con ese color amarillo oscuro. Descansan asimismo las áreas de acianos y de espuelas de caballero con sus colores azules y anaranjados, musgos y, como siempre, los estanques de agua rumorosa y sus líquenes, nenúfares y lirios de agua en las zonas empantanadas.

Capítulo aparte ocupan los materiales reciclados a modo de expositores florales y los circuitos para niños, que recrean las casas redondas bajo el terreno de los hobbits de la Tierra Media del Señor de los Anillos. También juegos con grandes dados y un tren de vapor que circula por un escenario del salvaje oeste.

En el Oregon Garden destacan tres construcciones de madera: una suerte de auditorio, que se alquila como Centro de Congresos y Simposios y que hoy acoge algún acto que incluye un vino en el momento en que nosotros paseamos por el jardín. En otro edificio más pequeño se anuncian clases de meditación y yoga, supongo que con el ánimo de enderezar el karma.

Recuerdo que en Oregón y el norte de California se han celebrado varios encuentros de la Familia del Arco Iris de la Luz Viva, que había empezado su andadura hace más de 40 años en Colorado. La reunión es un festival que incluye música, tamborradas, hogueras y cocinas al aire libre donde la gente prepara la pitanza diaria. La reunión se prolonga durante parte del verano y se pide por la paz del mundo y la curación de la Tierra; en definitiva, se saca brillo al karma del planeta… Pensamos que podríamos pasar unos días, si hubiera un Encuentro cerca, pero cuando las Martas preguntan a Google, descubrimos que la Familia del Arco Iris celebraba su fiesta en los bosques de Huesca, España. El tercer edificio notable del jardín es la casa Gordon Thomas, de F.L. Wright. Esta casa, construida para Evelin y Gordon Thomas, es una de las últimas casas que Wright diseñó en el estilo denominado Fuxonian Americano y estaba situada al lado del río Villamette. Los herederos no sabían qué hacer con ella, de modo que la sociedad que administra las casas Wright y otros bienes, la incorporó a la Fundación y la trasladó al Oregon Garden (Silverton).

Es una casa de las más pequeñas proyectadas por este arquitecto. Consta de dos plantas. En la primera, la cocina y una gran living-comedor. Arriba los dormitorios. La construcción se desarrolla básicamente en hormigón y madera de cedro pintado. Las ventanas exteriores tienen 3,3 m. y van del suelo al techo de la primera planta. El resto de techos y corredores son diseños que potencian la visión horizontal del edificio.

Portland es la ciudad mayor de Oregón con medio millón de habitantes y también, junto con Seatle en el estado vecino, donde la gente joven, en proporción ventajosa, impone su estilo y su dinamismo. Las antiguas industrias madereras y de construcción naval dan paso a las fábricas de ropa de marca Nike y Adidas y a compañías de alta tecnología como Intel u otras.

Construida cerca de la desembocadura del río Villamette en el Columbia, varios puentes de acero van de un margen al otro haciendo de Portland una ciudad recorrida por cursos de agua. La zona del norte está en obras, lo cual incluye el zoológico y el International Rose Test, de modo que volvemos al sur para ver el Classical Chinese Garden. Es un remanso de sosiego en medio de una ciudad vibrante.

El Chinese Garden se organiza en torno a un estanque tranquilo de aguas transparentes y superficiales. En un extremo, un área pequeña de jacintos de agua y una barquichuela pintada de rojo, propia de todo jardín chino. Árboles, orquídeas, bambús y otros arbustos importados de China enmarcan el jardín y separan los diferentes ambientes.

Diseñado por un arquitecto chino, el jardín incluye sendas cubiertas, puentes y edificaciones típicas: Sala Celestial Impregnada de Fragancia/Pabellón junto al agua/Pabellón atrapado a la luna (lugar de parada y descanso/Torre de la reflexión cósmica.

Unos pocos visitantes paseamos susurrando para no entorpecer el ensimismamiento de algunos que se han tomado al pie de la letra la meditación y deambulan cavilantes.

No lejos de allí, un gigantesco Store expone y vende artículos de alimentación de todo el mundo. Hacemos un recorrido por el almacén y nos detenemos en el stand español, donde una pequeña muestra de productos de la patria nos hace guiños: vinos de la Rioja y jerez «pal cortado», sardinas enlatadas, quesos manchegos, aceite virgen en recipientes de diseño y alguna otra cosa. Nosotros compramos unos tarros de aceitunas adobadas para saborear algo de la tierra.

Vamos a comer al Hawthorne Blu, cerca de la esquina con la 39th Av., que es la calle bohemia por antonomasia y donde a las comidas tradicionales le han dado un toque especial Portland. Gente joven pasea por el boulevard y se acomodan en los innumerables restaurantes, bares, cafés, librerías y salones. Las pequeñas tiendas, con detalles originales, también menudean y quedamos impresionados con dos superficies de ropa vintage, que casi ocupaban la planta baja de una manzana. En algunos salones hay música en vivo, a pesar de ser media tarde.

Es sábado y, como corresponde a una ciudad que lleva el título de «ciudad verde», mucha gente se desplaza en bicicleta y toma un piscolabis en cocinas móviles aparcadas en la calle. Lo más asombroso, que en las cafeterías hemos visto gente joven haciendo calceta o tricotando todo tipo de prendas mientras charlan.

Salimos de Portland hacia el este por la antigua U.S.30, también conocida como Columbia River Hwy., dejando al imponente Monte Hood, con sus 3.400 m. al sur y divisando al norte el Monte Santa Helena, cuya cima estalló en 1.780. Esta erupción volcánica, dicen los geólogos, tuvo la potencia de 500 bombas atómicas como la de Hiroshima. La carretera va paralela a la garganta de río Columbia, que discurre majestuoso al fondo y uno piensa en Lewis y Clark descendiendo en canoa hasta el Océano Pacífico, completando la exploración y el cartografiado que le había encargado el presidente Jefferson.

A poco más de 60 km. de Portland, la cascada Multnomah Fall cae desde una altura de 162 m. en una naturaleza exuberante. Se puede ver desde la base que está en la horizontal de la U.S.30 y desde otra altura sobre un puente al que se accede por escaleras o ascensor.

Cuando llegamos está tomado por senderistas y familias que pasan el domingo entre el río Columbia y los Montes Cascades, que aquí se abrían para dejar paso al camino de Oregón y después al ferrocarril Union Pacific y a las carreteras.

Estas montañas, que desde lejos son azules, vistas desde la cascada cubren la gama de los verdes que van desde el de los cedros que, en tiempos, vendían como alerces, a los abetos, al más claro de los robles y a los arces. En torno al estanque, los helechos y el musgo.

Comemos en Cascades Locks, un pueblo donde termina el tramo de Oregón del sendero del Macizo del Pacífico y donde se encuentra el Puente de los Dioses que comunica con Washington, el estado vecino.

Dejamos atrás las montañas azules y cruzamos la pradera inmensa con un cielo azul infinito. Es el histórico Camino de Oregón. A ambos lados de la carretera, grandes ranchos con vacas de raza Angus y alguna Hereford. Se ven muchos venados y antílopes americanos, que seguro han emigrado al norte a pasar el verano; algunos han dejado la vida en la carretera, atropellados. De cualquier forma, dicen los expertos, que es un herbívoro que no tiene nada que ver con los antílopes, estando más cerca de la jirafa y que es una evolución para competir con la velocidad del tigre dientes de sable ya extinguido.

Circulamos por una región de Oregón donde la Segunda Enmienda a la Constitución, que permite llevar armas, más que un derecho es una obligación. La conquista del Salvaje Oeste terminó anteayer y continuamente se celebra en las fiestas de los pueblos o en cualquier buen rodeo. Al noreste de Oregón se cuenta el asesinato de un joven hispano a manos del dueño de una tienda, que al verlo correr barruntó que le había robado y le descerrajó dos tiros por la espalda. Aunque se demostró que el joven no había robado nada, el dueño de la tienda quedó libre y el negocio continúa abierto. No hay que olvidar que hasta 1.926, en Oregón se prohibía vivir a los afroamericanos. Menos mal que nosotros no somos negros, ni tenemos pinta de hispanos, al menos de los hispanos que ellos tienen en mente, mezcla de inca y azteca. Al contrario, el sheriff de Baker City, cuando supo que éramos españoles, nos dio una bienvenida efusiva. Supongo que sabía que en España gobernaba Rajoy. De todos modos, a pesar de su gran barrigón, fruto de las hamburguesas y la molicie llevaba, en un cinturón moderno, un colt 45, propio de otras épocas y uno automáticamente le miraba la mano derecha, pues decían las novelas del oeste de Marcial La Fuente Estefanía, que cuando a un tipo de estas características le cosquilleaban los dedos, tendían a aferrarse al gatillo y podían armar la de Dios es Cristo.

Algo tensos sí que nos movíamos por aquí. No habíamos olvidado que en el enero pasado un grupo de más de 150 milicianos, armados hasta los dientes, habían tomado el Centro de Protección de la Fauna Silvestre de Malheur Forest, a dos horas de viaje al suroeste de Baker City .El asunto era que protestaban por el encarcelamiento de dos personas, padre e hijo, por quemar los pastos de la reserva de Malheur Forest.

O sea, que en esta región hay milicias armadas y uno se pregunta para qué. ¿Por si hay una invasión marciana? ¿Por si vienen los negros del Mississippi? ¿Porque yo, por Andreíta, mato? Se entenderá pues nuestro nerviosismo.

Baker City es un pueblo grande o una ciudad pequeña en pleno Camino de Oregón, con un museo notable del propio Camino (en España diríamos etnográfico) y de las formas de vida de la región.

A la entrada del museo, un gran mural del Camino, esa senda de la primera mitad del siglo XIX que comenzaba en San Louis (Missouri) y terminaba en el valle de Villamette (Oregón). A un lado estaban los medios de transporte que posibilitaban los movimientos de las gentes: la caravana conestoga y los bueyes que tiraban de ella, representados por dos esculturas.

En el interior, lo más moderno era una trilladora de los años 40-50, que aquí la empezamos a ver en los 60, en la marca Ajuria, fabricada en el País Vasco. El resto recrea ambientes, desde la época de los tramperos hasta los años en que circularon por aquí los primeros automóviles, diligencias, armas, salones, imprentas, periódicos antiguos, muchachas del charlestón, la antecesora de la silla de ruedas actual,…Había un cartel, fuera de contexto, que publicó en San Francisco, en el 1.942, el gobernador civil de California, advirtiendo a los japoneses residentes en Estados Unidos, que debían presentarse a las autoridades para ser internados en campos de concentración. Era la II Guerra Mundial.

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