Diario de León

El poder de los símbolos

El mito del cid

POCOS SÍMBOLOS SE HABRÁN MANIPULADO TANTO a lo largo del tiempo COMO EL DEL CID CAMPEADOR. EN ESTE CASO CON CLARO PERJUICIO PARA LEÓN

Bruno moreno

Bruno moreno

Publicado por
Alberto Flecha Pérez
León

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Volvemos al poder de los símbolos en esta sección. Hace diez años comenzó una rocambolesca historia que nos muestra esa distancia que hay entre esa materia prima tan controvertida para la historia como son los hechos y la recreación emocional que hacemos de ellos. Se trata de la compra de la espada del Cid, la famosa Tizona, por parte de la Junta de Castilla y León. A pesar de las dudas que existían acerca de que ese arma fuera la original que blandiera el héroe castellano (el propio Ministerio de Cultura había rechazado comprársela al Marqués de Falces), la Junta consideró que merecía pena pagar por ella más de millón y medio de euros, casi cinco veces del valor que le adjudicaban los especialistas. Ese año 2007 se celebraba en Burgos el octavo centenario del Cantar de Mío Cid y se pensó que la pieza realzaría la exposición que con ese motivo se mostraba en la capital castellana. Así que el monto lo pusieron unos empresarios burgaleses que cedieron gustosamente el controvertido objeto a la Junta. No hay sitio aquí para extendernos en la jugosa historia del periplo de la espada y las peleas entre los herederos del propietario original, Pedro Velluti, para repartirse tan suculenta tajada, así que nos centraremos en ese capital emocional, en principio inasible, que contienen los símbolos, pero que puede convertirse en ocasiones como esta en unos cuantos puñados del vil metal.

La Tizona es la espada del Cid y pocos símbolos se habrán manipulado tanto para representar la historia de Castilla y por extensión la de España. Poco tiempo después de la muerte de este personaje se inicia un programa historiográfico destinado a transformarlo en un héroe que encarnara los valores del reino que terminaría por encabezar la unión de los diferentes de los reinos peninsulares.

Ya las primeras fuentes con las que contamos acerca del Cid, las del romancero, se muestran muy tendenciosas. Exageran, tergiversan y hasta falsean sus actos con el fin de engrandecerlo. Pero no solo eso, ocultan sus orígenes leoneses para presentarlo como castellano e inventan episodios como el del enfrentamiento con los Condes leoneses de Carrión o la famosísima Jura de Santa Gadea, demostrada como totalmente legendaria, con el fin de presentar a un pérfido rey leonés Alfonso VI que habría obtenido mediante la traición el trono que legítimamente correspondía a su hermano Sancho, amigo fiel del de Vivar. Sabemos que la realidad fue muy distinta y que Rodrigo pasó a las huestes del rey leonés con total normalidad. Nada que ver. Todos estos romances que corrían de boca en boca fueron muy útiles a partir de la segunda mitad del siglo XII, durante los enfrentamientos entre León y Castilla, para que el reino castellano comenzara a contar una historia hecha a la medida de un pasado nacional y heróico que la afianzara y justificara frente a las pretensiones leonesas.El caso es que esta tradición llega hasta la época de Alfonso X, monarca que, como sabemos, comienza una labor ingente para escribir la historia de España en la que los orígenes mitológicos de esa Castilla primigenia ocupan un papel preponderante. Si a eso añadimos que el Cid era antepasado del monarca, entenderemos que este tuviera especial interés en afianzar el mito.

Lo que viene después es una tradición historiográfica que sigue tomando como referencia el romancero que había apuntalado la labor alfonsina y con ella sus temas. Y uno de los principales será el del Cid. Durante los siglos siguientes siguieron apareciendo obras en las que este aparece como personaje principal, además de dar por buenos los hechos que aparecen en los romances. La fama de Rodrigo Diaz crecerá tanto que Felipe II llegará a solicitar su canonización. Y cuando llegue el romanticismo, con su búsqueda de raíces históricas que justifiquen los diferentes pasados nacionales, escritores españoles y extranjeros encontrarán en el Cid uno de los protagonistas de numerosísimas obras donde se identifica el pasado de toda España con el de Castilla. Todo este caudal lírico seguirá contaminando la visión histórica y así, ya en el siglo XX, será criticada la famosa obra de Menéndez Pidal “La España del Cid” como una obra en ocasiones tendenciosa donde el conocido historiador acomodó esas fuentes de dudoso origen al enfoque de un determinado modelo de España

Podríamos profundizar mucho más. Sin embargo, basten estas pinceladas para conocer un poco más la creación del símbolo del Cid, bastante alejado en este caso de los hechos constatables, y cómo este se ha convertido en una referencia para la historia de Castilla y de España a través de un programa historiográfico que todavía muchos se empeñan, con harto percance para sus bolsillos, en mantener a pesar de lo dudoso de su rigor.

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