Agarrados con la vida
Hay personas que viven agarradas con la vida. Personas que acumulan, que no regalan ni una pizca de su tiempo y que se lo guardan todo para dentro, incluido el cariño. Que viven en tensión, como si todo fuera una amenaza y hubiera que esperar lo peor. Que piensan que todo es a cambio de algo ?y que no te puedes fiar de nadie. Personas que le exigen al mundo todo lo que ellas no dan, y después se quejan de que la vida no les trata bien. ¿Cómo podría hacerlo, si viven agarradas con la vida?
Puede ser alguien que se resiste a dejar un trabajo que aborrece o alguien que desconfía por sistema y cree que los demás hacen las cosas para fastidiarle. Cualquiera de ellos, lo único que consigue es atraer lo que piensa. ¿O quién cree que sale perdiendo cuando uno desconfía de todo y vive desde el rencor, el orgullo y el miedo?
Uno es responsable de lo que le pasa cuando elige vivir desde la rigidez. Cuando se agarra al miedo en vez de aceptar aquello que la vida, unas veces más amable y otras menos, viene a enseñarle. Cuando piensa en lo que no tiene y no valora todo lo que tiene.
Los que viven agarrados con la vida no saben que se encuentran lo que son. Por eso tantas veces la vida les devuelve lo contrario de lo que quieren. Porque el fracaso es la prueba del algodón, la señal inconfundible de que uno se ha convertido en parte del problema, no de la solución.
Como me decía un día una clienta, es inolvidable ese momento en que “dejas de vivir desde la resistencia y empiezas a fluir con la vida”. Porque cuando uno deja de vivir agarrado con la vida, la vida se entera, y le responde. Cuando uno renuncia a que todo sea perfecto y a que los demás cumplan con sus expectativas, la vida se entera. Cuando uno deja de pensar que no hay suficiente amor, dinero y respeto para todos, y empieza a creer que el mundo es abundante, la vida se entera. Cuando uno sabe que puede ganar sin que el otro pierda, la vida se entera. Cuando uno decide tener fe en aquello que quiere que pase, la vida se entera. Y le responde.